En un fin de semana de calor
sofocante, más propio del final de julio que de mediados de junio, ha concluido
una nueva edición de la feria del libro de Madrid, concurrida como siempre,
abarrotada por momentos, en la que eran tantos los libros que se vendían como
los helados y refrescos que trataban de apaciguar las ardientes gargantas de
los allí congregados. Dicen
las crónicas que las ventas han subido un 8% respecto al año anterior y que la
facturación ha estado muy cerca de los 9 millones de euros, de los que un
pequeño pedazo corresponde a lo que me he dejado en las casetas, que como
siempre ha sido mucho, más de lo que esperaba, demasiado para mi economía y el
ya angosto espacio de mi piso, que en breve dirá que no puede albergar más
ejemplares.
Uno pasea por la feria uy siempre
asiste a una estampa similar, en la que autores que apenas reciben visitas para
estampar su firma comparten caseta con otros, poseedores de colas enormes que
emulan a las copas de los pinos y plataneros que bordean el recinto ferial. Ya
el año pasado pude apreciar un fenómeno interesante, que este se ha consolidado
por completo, y es el éxito abrumador de los youtubers, esos personajes que
poseen un canal en la plataforma de vídeo y enganchan a miles, millones de
seguidores. Poseen un perfil de lo más variopinto y la temática de los canales
es variada hasta el infinito, pero los reyes de ese negocio son los que han
conseguido que hordas de adolescentes les sigan y se conviertan en el público
más fiel y entregado posible. Las editoriales lo descubrieron hace ya un par de
años, cuando sacaron el libro de “El Rubius” un auténtico fenómeno global con
decenas de millones de seguidores. Si sólo un uno por mil de ellos se compra el
libro en cuestión, la tirada es un negocio espectacular, en un país como el
nuestro en el que ventas del entorno de 5.000 ejemplares se pueden considerar
exitosas. Este año no había momento en el que uno paseara por la feria y, al
menos, un par de casetas, estuvieran ocupadas por estos personajes, algunos de
ellos chicas, en su mayoría chicos adolescentes, de estilo moderno, pinta
impostada, sonrisa perpetua y larga, a veces muy muy larga, cola de seguidores,
en su mayoría femeninas, que esperaban como auténticas fanáticas el momento en
el que su ídolo les firmaba un ejemplar de la obra y se podían hacer una foto
con él. Reconozco que prácticamente no conozco a ninguno de estos personajes, y
que tengo muchas dudas de lo que realmente contienen los libros que han escrito.
En muchos casos son poco más que recopilatorios de imágenes con mucha foto, en
otros, cuando el youtuber se dedica al dibujo, son un cómic temático o algo por
el estilo, y la firma se convierte en un proceso de dibujar al fan algo que le
llegue y guste, cosa que se consigue casi sin esfuerzo. Hace unos meses, más
por curiosidad que por otra cosa, me pasé una tarde dando vueltas por youtube
visitando algunos de los canales de estos personajes, y lo cierto es que llegué
a la sensación de que debo ser de otra generación muy distinta, porque no me
gustó ninguno de ellos. Me parecieron vídeos estridentes, bastante simplones, que
abusan de una especie de humor absurdo y bruto al que no le veía gracia alguna y
que, en su conjunto, sólo me generaban un dolor de cabeza más o menos intenso.
Pero lo cierto es que para todo hay público, y el que a mi no me guste no
quiere decir demasiado. Desde luego las editoriales han encontrado un filón con
este tipo de personajes y la publicación de esos libros se ha convertido, no lo
duden, en uno de los mayores negocios editoriales de la actualidad, que ayuda
mucho a cuadrar las cuentas en épocas difíciles para el negocio de los libros y
que, también, permite que un público, en principio ajeno al mundo del libro, lo
acoja como objeto de gusto, disfrute y placer. No es poco.
Hay polémica con todo lo
anterior, y voces que critican que las editoriales se plieguen ante este
mercado que nada tiene que ver con la cultura, y sí con el negocio. Comparto el
espíritu de esas críticas, pero soy pragmático. Una editorial es, ante todo, un
negocio que debe dar beneficios para poder seguir existiendo, y quizás sea
editando a los youtubers como la casa consigue recursos para poder editar
libros literarios o ensayos que, no nos engañemos, se venden menos y, en muchos
casos, apenas cubren costes. Los unos financian a los otros, y todos los públicos
consiguen estar satisfechos. No me parece un mal acuerdo, así que bien venidos
los youtubers y sus colas adolescentes al Retiro.
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