No ha supuesto grandes sorpresas
la vuelta de Pedro Sánchez al frente del PSOE. Pese a las acusaciones que sobre
él lanza Rajoy, lo cierto es que el renacido secretario general es también
bastante previsible. Su objetivo es darle la vuelta a todo lo que había,
enarbolar el NO a lo que sea por bandera y tratar de recuperar un voto perdido
que ha abandonado la rosa socialista por el puño podemita. En su afán por
lograr estos objetivos lleva tiempo Sánchez confundiendo al militante con el
votante, a los 180.000 que componen su organización con los, al menos, ocho
millones de electores que necesita para ganar suficientes escaños en el
Congreso, y ese error lleva a otros mucho más graves.
El del CETA es uno de ellos.
Estas siglas corresponden al acuerdo de libre comercio firmado entre la Unión
Europea y Canadá, fruto de años de negociaciones que, como resultado, dieron un
texto enorme, complejo, lleno de cláusulas y condicionantes. Tras el parón,
casi agonía, en la que lleva viviendo durante años la Organización Mundial del
Comercio, encargada de fortalecer esas relaciones globales y rebajar tasas y
aranceles mutuos, la tendencia ha sido la de firmar acuerdos locales, entre
naciones y áreas de interés (el transpacífico, el NAFTA, el proyecto de acuerdo
trasatlántico, etc). Curiosa y absurdamente, a medida que estos acuerdos han
ido progresando y las naciones implicadas en ellos se han beneficiado, han
surgido poderosas voces que recelan de los mismos, que utilizan argumentos de
todo tipo, pero que en el fondo esconden el miedo a la pérdida de soberanía de
las naciones que firman los compromisos, soñando como siempre con una arcadia
feliz y próspera, sita en un pasado de riqueza y pleno empleo que, ya les
aviso, nunca existió. Tradicionalmente han sido grupos de izquierda los que han
encabezado este tipo de protestas, pero desde hace algunos años se han sumado
al movimiento partidos de extrema derecha, como el Frente Nacional francés o el
UKIP, que hace hoy un año consiguió la victoria del Brexit. La postura de
Trump, contraria a estos acuerdos, también es muy conocida, y sólo el hecho de
que un sujeto como Trump los deteste supone un argumento de peso para
defenderlos. En definitiva, la oposición a esos acuerdos no es tanto ideológica
en el sentido clásico de derecha izquierda como en el nuevo eje de globalización
sí o no. Como defensor de la globalización, y creyente en la necesidad de
establecer unas reglas que permitan que las cosas funcionen, estos acuerdos me
parecen la manera más lógica y sensata de establecer un sistema de intercambios
global regulado, sujeto a normas, derechos y compensaciones. Las dos
alternativas existentes, el caos comercial y el proteccionismo, son graves
errores que sólo empobrecen y crean divisiones entre naciones y personas. Es cierto
que las cuestiones comerciales son mucho más complejas de lo que parecen, y que
para llegar a esos acuerdos cada parte lucha ferozmente en pos de sus intereses
y en contra de los de enfrente, pero es lo habitual en toda negociación. El
CETA necesitó muchos años de discusiones entre dos áreas, la UE y Canadá, que
comparten visión estratégica global, cultura democrática y sentimientos de
respeto ante las libertades y los compromisos globales, entre ellos los
medioambientales. Aun así costó lo suyo llegar al entendimiento, y ahora ese
pacto debe ser ratificado por los países de la UE para que entre en vigor. En
España se votará la semana que viene en el Congreso, y a lo largo de esta
semana Sánchez
ha hecho que el PSOE pase de aprobarlo a negarlo para, finalmente,
abstenerse.
¿Es el CETA un acuerdo mejorable?
Sí, como todos los acuerdos, dado que no responde a la mejor de las
aspiraciones de cada uno de los firmantes. A medida que se ponh¡ga en marcha
podrán ir viéndose cosas que pueden mejorarse o que se quedaron cojas, o que se
vieron como lógicas y no funcionan de la manera prevista, como pasa en todos
los acuerdos de todo tipo, pero la postura del PSOE es un error de bulto, y una
visión de la vida, vestida de presunto izquierdismo, que sólo muestra corteza
de miras, miedo al futuro y proteccionismo del más rancio. Si esa es la
estrategia de Sánchez para recuperar votantes de Podemos, dudo que funcione,
pero puede que sea útil para espantar al votante socialista moderado, que es el
que le da el gobierno y se lo quita. Así el PSOE no va a ninguna parte.
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