Ayer por la tarde, cuando salí de
la oficina y crucé la calle que separa el trabajo de la boca de metro, me
encontré con que uno de los coches que estaba aparcado en batería en el lateral
de esa calle era un Tesla, modelo S, berlina negra de gran lujo, un coche
eléctrico de alta gama fabricado por la innovadora empresa norteamericana de
Elon Musk, y que lucía radiante en medio de otros vehículos. Le saqué algunas
fotos con el móvil, y al poco me fijé que un banco cercano estaba sentado un
señor que resultó ser el chófer del coche. Estuve hablando un poco con él sobre
el vehículo, que le tenía enamorado, y la revolución de movimiento que ahora se
vive en nuestras ciudades.
Y es que en Madrid, junto con
otras urbes, se está desarrollando un caótico y descontrolado experimento sobre
la gestión de la movilidad, que ha empezado hace muy pocos años, y que no va a
cesar a medida que la innovación tecnológica domine, y puede que cambie para
siempre, el panorama de nuestras calles. Hasta hace apenas unos años tres eran
los medios de transportes que uno encontraba en la calle. Privado, público y el
taxi, que es una especie de mixto, basado en la explotación privada de una
concesión pública. Hoy en día la cosa se ha complicado de una manera bestial. A
estos medios se han unido los vehículos de alquiler con conductor, dominados
por plataformas como Uber o Cabify, poseedores de licencias de uso VTC o no,
que suponen una competencia directa en primer lugar con el taxi, pero también
con los otros dos sistemas de transporte. Y también han proliferado los vehículos
de alquiler sin conductor, especialmente bicis, coches y motos, estos dos
últimos eléctricos. Se gestionan a través de una aplicación móvil y uno paga
por el tiempo de uso del vehículo, dejándolo en el punto de destino. Por ahora
estos sistemas de alquiler sin conductor sólo funcionan dentro de lo que se
denomina la almendra central de la ciudad, el espacio delimitado por la M30,
pero los planes para expandirlos más allá están más que maduros. A esto se le
debe sumar, tanto por moda como por necesidad y concienciación, el uso de la
bicicleta como alternativa de transporte, objeto que, nuevamente, hasta hace
pocos años, era un exotismo en una ciudad como Madrid. Poco a poco la instalación
de carriles bici y la demanda popular hace que en las calles haya muchos
ciclistas que usan los pedales como alternativa de movilidad, y en no pocos casos
como herramienta de trabajo, dad la proliferación de repartidores que,
trabajando en la zona más céntrica, pululan por todas partes en un fin de
semana, de una manera tan constante como llamativa. El disparo de todas estas
posibilidades de movilidad ha venido, por una parte, de la mano de la mejora
tecnológica en las baterías de los vehículos eléctricos, sí, pero sobre todo la
mano que los ha puesto en marcha es la de cada uno de nosotros al pulsar en la
pantalla de nuestro Smartphone la aplicación que los llama y activa. Ha sido el
móvil y esas aplicaciones las que han revolucionado el panorama de la
movilidad, porque los vehículos existían de antes, pero la posibilidad de
geolocalizarlos, acceder a ellos y pagar por su uso efectivo es la gran novedad,
y todo de la mano sobre la pantalla táctil. Como lección básica de todo esto,
lo que les comentaba al principio, la gestión de la movilidad futura no va a
estar tan determinada por el tipo de combustible que mueva los vehículos, sino
por el software que los controle, de una manera indirecta como hasta ahora, o
directa, bien a través de sistemas de conducción autónoma pura o asistencias a
la misma, o posibilidades de coordinación de movimientos a través de big data,
sistemas de aviso colectivo ante atascos o muchas otras posibilidades que sólo
podemos imaginar y que es posible que, en menos de lo que nos imaginamos, se
hagan realidad.
Y todo eso será posible, lo que
vaya finalmente a suceder, porque la tecnología y el software no dejan de
progresar. Por eso les comentaba que estamos ante un experimento caótico e
indefinido, en el que actores del pasado como el taxi de toda la vida se abocan
ahora mismo a una reconversión debida a unas flotas de vehículos VTC que, quizás,
en menos de una década desaparezcan por la implantación del coche autónomo, o
no. En todo caso las calles de nuestras ciudades muestran una revolución en
marcha comparable a la que se produjo hace casi un siglo con la llegada de los
coches. Eso cambió por completo la fisonomía y el diseño de las ciudades. Hoy resulta
imposible imaginar el impacto que todo este desarrollo tecnológico pueda tener
en nuestras urbes y vidas.
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