Cada vez que sucede un hecho
similar me hago la misma pregunta, en privado, que hoy comparto con ustedes en
público. ¿Sería capaz de hacer yo algo así? ¿me atrevería? ¿me comportaría como
un héroe? Tenemos grabado en nuestra conciencia el actuar a favor de los demás,
el ser generosos, el entregarnos, el ayudar. Pero, ante una prueba suprema,
¿vencería el miedo o la generosidad? ¿Sería capaz de enfrentarme a los
terroristas para defender a alguien o saldría corriendo para salvar mi vida,
sin que me importara otra cosa? La corrección política y la obligación moral me
obligan a contestar que haría lo primero, y es lo que me gustaría que
sucediera, pero lo cierto es que no puedo emitir respuesta alguna. No se lo que
haría.
Ignacio
Echevarría nos ha dejado su respuesta particular ante este dilema, y ese ha
sido su último legado en la vida. En el momento en el que se encuentra con los
terroristas de frente, cuando estos atacan a una víctima, tiene el monopatín en
la mano, su bici cerca, la acera del puente de Londres y los carriles
preparados para servirle de huida, y toda una vida por delante en una carrera
profesional de primer nivel en una de las capitales del mundo. Y su instinto y
razonamiento se ponen de acuerdo para, en instantes, optar por un camino. No
huye. Contraataca. Usa el monopatín, con el que hace poco ha debido estar
haciendo piruetas y divirtiéndose con algunos amigos, y lo emplea como arma
defensiva para tratar de socorrer a la mujer que es agredida. En una fracción
de segundo la vida de Ignacio ha cambiado por completo, y ha pasado de ser un
proceso de paso del tiempo con altibajos, como la de cualquiera de nosotros, a
un punto en el que se bifurca para siempre, pase lo que pase, y hará que ya
nada sea igual. Ante un reto supremo su elección es la de ayudar, la de
arriesgarse él para proteger a otros, la de combatir en defensa del débil. No
lo sabe, quizás en esos instantes no piense en nada, simplemente actúe, pero su
acto le va a costar la vida. Quizás si su razón hubiera hecho los cálculos
precisos le hubiera dicho que saliera corriendo de allí como alma que lleva el
diablo, pero la razón no tiene tiempo para pensar cuando el sentimiento decide
actuar con toda la fuerza posible. En un caso que es un puro ejemplo de los que
pone Khaneman en sus textos, el pensamiento rápido de su sentidos le impele a
actuar mucho antes de que el pensamiento de su razón entienda si quiera lo que
está pasando. No se cómo fue la escena del enfrentamiento, quizás no haya
manera de saberlo nunca, pero no importa. Lo único seguro es que es rápida,
violenta y mortal. En apenas una fracción de tiempo se suceden forcejeos,
golpes y cuchilladas, y el resultado es Ignacio, tendido sobre la acera del
puente que lleva el nombre de la inmensa ciudad en la que reside, herido,
gravemente herido, probablemente sólo, quizás consciente, y con la cabeza
empezando a darse cuenta de que algo muy serio ha pasado. Un torrente de imágenes
agolpándose sobre él, escenas violentas que poco a poco empieza a situar
segundos antes de llegar a la posición tendida que ahora ocupa sobre la acera
que le sirvió para llegar al punto en el que su vida se bifurcó. Probablemente
empieza a sentir el dolor de las heridas, la sensación de un líquido caliente y
viscoso que sale de ellas, sangre que ensucia sus ropas y empieza a salpicar
esa maldita acera. Y es entonces cuando el miedo empieza a apoderarse de él,
cuando nota que su situación es grave, peligrosa. Y quizás sea entonces el
momento en el que aprecie lo que ha hecho, y se empiece a preguntar cómo ha
sido capaz de actuar de esa manera.
Oí decir una vez que un héroe es
aquel que siente el miedo un par de minutos más tarde que todos los demás, y
ese el margen de tiempo que tiene para actuar en defensa de otros. Todos los
fines de semana se estrenan películas de los llamados superhéroes, que poseen
poderes especiales e indumentarias muy particulares. Ignacio, como otros muchos
que en situaciones similares actuaron en defensa de los demás, llevaba ropa
convencional, de calle, y su poder estaba en su instinto, no en un material o fuerza
sobrenatural. Y durante un par de minutos actuó como uno de esos personajes de
película que tanto aplaudimos y que, al salir de la sala, olvidamos. El ejemplo
de heroísmo de Ignacio no debiéramos olvidarlo nunca. Es lo último que nos ha
dejado en vida, es el acto supremo que corona su existencia. DEP.
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