Es compleja la relación del
hombre con el fuego. En las épocas primitivas su descubrimiento le permitió
convertirse en dueño y señor del territorio, porque no hay un arma más
devastadora que un incendio, ante el que todos los seres vives que pueden,
huyen, y los que no, perecen. En las culturas mediterráneas esta relación sigue
siendo la base de muchas de sus celebraciones más intensas, quizás porque los
incendios en los cálidos veranos son tan habituales como las nieves en los
fiordos. Mañana es el solsticio de verano, y el viernes, noche de San Juan,
hogueras de todo tipo llenaran los paisajes de muchos pueblos, asociando verano
y fuego, en este caso de manera lúdica.
Pero lo habitual es que el fuego
vaya asociado a tragedias. En esta convulsa primavera europea, llena de
atentados terroristas y sobresaltos, dos incendios muy distintos han causado,
cada uno de ellos, decenas de muertos, y sumido en el pesar a los países
afectados. En Reino Unido, que no cesa de avanzar de desgracia en desgracia
hasta ninguna parte, ha sido una torre de viviendas la que ardió hace una
semana, en un barrio periférico de Londres. Aún es pronto para saber las causas
del fuego, y más teniendo en cuenta la insoportable parsimonia con la que los
británicos tratan estos asuntos. Al menos demuestran que no son racistas, dado
que otorgan un trato igualmente inaceptable a nacionales y extranjeros. Se
sospecha de un problema eléctrico, un cortocircuito en un frigorífico en una
planta baja, la cuarta, como causa de un fuego que ascendió hasta la azotea del
bloque, de más de veinte pisos, alimentado por unas estructuras deficientes y
una reforma, realizada hace un año, en la que se usaron materiales bonitos pero
que arden con sólo mirarlos. El
balance de fallecidos se sitúa en estos momentos en 79 muertos, pero es
probable que siga subiendo, como la ira de muchos londinenses ante la mala
gestión de su gobierno ante este asunto. El otro fuego nos lleva a Portugal,
ahí al lado, a un
incendio forestal desatado en la tarde del sábado 17, al parecer por una
tormenta eléctrica, y que ha causado una de las mayores tragedias en la
historia reciente del país vecino. En una zona boscosa, rural, de pequeños
pueblos y carreteras envueltas en vegetación, intuyo que muy bellas hasta el
momento anterior al del incendio, muchos residentes trataron de huir en sus coches
de unas llamas que invadían sus casas y propiedades, pero el fuego se realimentó
de una manera demoniaca y les atrapó en esas carreteras, convertidas en
crematorios. Las imágenes son desoladoras, propias de una película de catástrofe
pos apocalíptica. En ellas se ven los chasis de vehículos completamente
quemados, unos hierros vacíos en los que, se supone, las personas huían
despavoridas. Nada se intuye en esas imágenes de los ocupantes de los coches,
vaporizados sus cuerpos por la violencia de unas llamas que tornaron en
tormenta de fuego (un tipo de incendio virulento y devastador) y que devoró sus
cuerpos y vidas como si fueran hojas de papel. Más de sesenta son, hasta el
momento, las víctimas de esta tragedia, pero quedan aún varias zonas a las que
los bomberos, los héroes allí y en Reino Unido, aún no han podido llegar, y
vista la magnitud del desastre todo el mundo teme que el balance suba, dado que
hay familias desaparecidas y lo cierto es que cuesta imaginar que alguien haya
podido sobrevivir a un escenario tan desolado, cruel y despiadado como el que
pudo desatarse tras el incendio. No soy capaz de imaginar una pesadilla
similar.
A medida que avanza la extinción
del fuego, en la que colaboran medios de muchos países, entre ellos España, empiezan
a surgir críticas hacia el gobierno portugués por su gestión forestal y de incendios.
Algo de verdad habrá en ello, pero cierto es que, con olas de calor como las
que estamos viviendo, donde 40 grados pueden considerarse alivio, es imposible
que una fuego, provocado o no, adquiera enormes dimensiones. Tiempo habrá para
buscar responsabilidades, pero ante esta tragedia lo prioritario ahora mismo es
sofocar las llamas que aún siguen devorando montes y propiedades. Y luego, los
gobiernos, lusos y británico, deberán investigar y dar explicaciones de lo
sucedido.
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