Tres
días seguidos lleva el Banco Popular cayendo en bolsa a un ritmo del 18% cada
jornada, bajadas demoniacas que están convirtiendo el valor de la acción en
algo muy parecido a la nada. Su cotización al cierre de ayer, 0,338 céntimos,
suena tan ridícula como angustiosa es la situación de uno de los bancos más
importantes, singulares, históricos y especiales de los que hay, me resisto a
escribir aún “ha habido”, en España. El banco se desangra a ojos de todos y con
sus accionistas particulares viendo desaparecer su valor a una velocidad que es
la del pánico, lo que en bolsa se llama capitulación, ante un futuro sombrío
que, cada día que pasa, parece ser un 18% peor que el anterior.
Si en el caso de las cajas de
ahorros vimos que se cumplía la regla particular de que poner al frente de las
mismas a políticos incompetentes era garantía casi segura de desastre, en el
del Popular se llega a la regla general de que poner incompetentes al frente de
las entidades acaba por arruinarlas, sea cual sea la denominación de la empresa
y el origen del citado incapaz. El Popular siempre ha sido un banco mediano,
sito en tierra de nadie, que ha sonado como pareja para todas las fusiones y
adquisiciones que a lo largo de las décadas de los ochenta y noventa fueron
conformando los tres grandes grupos financieros españoles: Santander, BBVA y La
Caixa. Gestionado por Luis Valls Taberner y un equipo directivo muy
influenciado por el Opus, fue durante muchos años el banco más rentable del
mundo, ofreciendo unos ratios y números asombrosos, basados en una política de
negocio seria, discreta y, hasta cierto punto, aburrida, que es como debiera
ser la gestión bancaria. El Popular huyó de las guerras de activos y pasivos,
casi huyó de los depósitos y de los clientes particulares, y centró su red de
oficinas en las PYMES y en la financiación de negocios, haciendo que otras
operativas clásicas como los citados depósitos o las hipotecas fueran, sino
marginales, desde luego mucho menos importantes que en otras entidades. A
medida que a principios de la década prodigiosa de 2000 los pisos empezaban a
burbujear y a los demás bancos les va de cine, en el Popular se produce el
relevo sucesorio. En 2004 el mítico Luis Valls Taberner (ya fallecido, se libra
de contemplar el desahucio que vive su criatura) se retira y cede el cargo a Ángel
Ron, ejecutivo joven, que contempla con envidia cómo los ratios de beneficio
del resto de la banca crecen a velocidades de dos dígitos mientras que los del
Popular siguen siendo bueno, pero ni mucho menos comparables, y decide embarcar
a la entidad en la aventura inmobiliaria, en busca de El Dorado. Empieza a
financiar crédito promotor e hipotecario en los momentos en los que los valores
son los más altos y alejados de la realidad, y la cartera de “ladrillo” crece
en la entidad gran velocidad y a precios muy inflados. En apenas tres años,
ahora vendrán diez, quiebra Lehman Brothers y empieza el desastre anunciado que
todos ya conocemos. El sector financiero español comienza su pesadilla y las
cajas, saturadas de ladrillos, la mayor parte de ellas muy mal gestionadas, e incapaces
por su estructura de acrecentar su capital, son devoradas por el fuego de la
crisis. Los grandes bancos (los tres citados) resisten porque poseen exposición
internacional que les permite sobrevivir al desastre patrio, pero las entidades
medianas que viven del mercado nacional, sobre todo el Popular, empiezan a
pasarlo muy mal. Desde entonces la entidad comienza a dar síntomas de alarma,
que son combatidos con la peor de las políticas: la ocultación. Se niegan los
problemas, se dice que todo acabará saliendo bien y cada cierto tiempo se realizan
ampliaciones de capital, que no hacen más que atrapar a nuevos inversores en lo
que empieza a tener el aspecto de un fatídico agujero negro.
A principios de este 2017, tras
conseguir una indemnización y pensión descomunal por sus buenas acciones, Ángel
Ron deja la presidencia del Popualr y coge su relevo Emilio Saracho, del que no
tengo referencias, y sospecho que al entrar en la casa se encuentra con una
verdad tan amarga como inmanejable. Y desde entonces, en estos pocos meses,
todo son rumores sobre venta, resolución, absorción o achatarramiento de un
banco que lo fue todo entre algunos de los muy poderosos de este país y que
hoy, como toro lanceado, se desangra a la vista de todos. La posible actuación
del BCE, con el que hoy se reúne Saracho, puede ser uno de los último
salvavidas al que se arroje la entidad para sobrevivir, pero la pérdida para
accionistas y demás inversores de la entidad parece, ya, irreversible y casi
total. Una triste historia.
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