La secuencia es constante,
pertinaz y acelerada. En la noche del domingo al lunes, un ataque terrorista
islamófobo en Londres, con el empleo de un vehículo para atropellar a creyentes
que salían de una mezquita. En la tarde del lunes, un frustrado atentado contra
una patrulla policial en los Campos Elíseos de París, con el saldo de un
muerto, el atacante. Ayer
por la noche otra intentona, aparentemente frustrada, esta vez en la estación
central de ferrocarril de Bruselas, donde un individuo hizo estallar una
maleta bomba, tras lo que fue abatido por patrullas del ejército que vigilan la
zona de manera constante. Y hoy, a saber qué.
Al final nos acabaremos
acostumbrando a los zarpazos del terrorismo islamista, y eso será bueno. Esta
frase que acabo de escribir requiere muchas explicaciones y matices, porque
leída así de seguido parece contener un grado de resignación y aceptación que
es dañino, y no es ese el sentido que quiero darle. Por acostumbrar no quiero
decir aceptar, normalizar, asimilar o cosas por el estilo, sino más bien
referirme a una actitud para gestionar este tipo de hecho, actitud que, por
desgracia, sabemos muy bien cómo llevar en España. Durante décadas los zarpazos
de ETA estaban ahí, a veces de manera explícita, con disparos, bombas y
matanzas, pero siempre en el ambiente. ETA era una realidad con la que se
convivía. Se mantenía una lucha constante contra ella por parte de los cuerpos
y fuerzas de seguridad, y poco a poco la población se fue encarando frente al
terror, pero siempre estaba ahí. En cualquier momento podía saltar la noticia,
los teletipos de urgente eran asociados, por defecto, a atentados etarras, y en
pocas ocasiones ese vínculo resultaba ser erróneo. Pese a ello la sociedad no
se detenía, el miedo no nos paralizaba. Madrid, esta ciudad, que sufrió
atentados de un salvajismo difícil de imaginar, se mantuvo vivo y en auge
mientras que un comando homónimo se paseaba por sus alcantarillas maquinando
desgracias y, en algunos casos, ejecutándolas. Pocos son los paralelismos que
existen entre el terrorismo yihadista y el etarra, pero uno es el fundamental,
la generación de víctimas y, con ello, la manera en la que la sociedad debe
gestionar el miedo que provocan. El yihadista va a intentar atacarnos cuándo,
cómo y cuánto pueda, disponga de medios para ello o no, y la sociedad debe
estar preparada para resistir esos golpes, para mantenerse serena, para no
dejarse llevar por la histeria y no responder de la misma manera. Esto último
es uno de los deseos más profundos de todo terrorista, y supone una de sus
victorias si al final se produce. Responder al terrorismo con terrorismo sólo
beneficia a los terroristas, y esta lección también la hemos aprendido,
desgraciadamente, en España. Cierto es que frente al terrorismo clásico de
objetivos limitados, el actual yihadismo crea una sensación de pánico colectivo
que impide actuar muchas veces con serenidad, tanto como individuos como, sobre
todo, como sociedad, pero debemos mantener la sangre muy fría. Esta semana se
han recordado los treinta años de la matanza de Hipercor, en la que ETA dio una
lección práctica a los futuros yihadistas de cómo se puede asesinar en masa y
de manera indiscriminada. En medio de declaraciones estúpidas, fruto de un
nacionalismo enajenado, las víctimas de Hipercor representaron en su momento el
terrorismo aleatorio, indiscriminado, total, generador de ese pánico social que
ahora asociamos al yihadismo. No olvidemos, por tanto, que no nos enfrentamos a
algo completamente nuevo, aunque así nos lo parezca.
Durante el Blitz, el bombardeo
alemán sobre Londres de la primera fase de la IIGM, el gobierno de Churchill
creó ese lema “Keep calm and carry on” que ahora se ve versionado en camisetas
por todas partes (daría para otro artículo la moderna banalización de estos y
otros símbolos) para que la gente siguiera con sus actividades normales y la
ciudad no se detuviera. Londres logró no pararse, y eso también contribuyó a su
victoria. Ante ese enorme reto los londinenses nos dieron una lección a todo el
mundo, nos mostraron un camino, muy difícil, para ganar al terror. Sigamos su
ejemplo. No cesan de trabajar quienes nos protegen y persiguen a la amenaza,
pero cada uno de nosotros, desde nuestro modesto lugar, mantengamos la calma y
venzamos al terrorismo con nuestra actitud diaria.
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