Cuando
en septiembre del año pasado volvió a ganar las elecciones a la cancillería, el
gesto de la noche electoral de Ángela Merkel era el de la más amarga de las
victorias de su carrera. Quedó primera, en nombre de su formación, la CDU, pero
con el resultado más bajo de las cuatro elecciones a las que había concurrido.
El ascenso de los ultraderechistas de AfD era la noticia de la noche, y los
resultados no dulces de la CDU eran gloria comparados con el desastre social
demócratas del SPD, hundido. Merkel sabía so sólo que tenía que negociar, sino
que lo debía hace desde una posición más débil que en el pasado y con un socio
tocado y casi hundido. Esa noche Merkel empezó a ver el fin de su carrera. No
lo dijo, pero su gesto, impertérrito, hablaba por ella.
El
lunes lo dijo en forma de discurso ante los suyos. Un nuevo batacazo
electoral regional, esta vez en el Lander de Hesse, ha precipitado las cosas.
La escena se repite de manera matemática en cada elección regional, con esa
precisión que asociamos a lo germánico. La CDU gana pero no consigue fuerza
para gobernar en solitario, los socialdemócratas baten récords de bajada y se
hunden sin cesar y los extremistas de AfD y los verdes capitalizan el voto del
descontento, situándose ambos como fuerzas preminentes, en el caso de los
verdes como segunda opción en más de un estado federado. Las encuestas han
anticipado bien estos escenarios, y Merkel, consciente de que la base de su
poder omnímodo en la CDU, sus resultados electorales, mengua, ha optado por
iniciar la retirada. En su comparecencia del lunes anunció que no se presentará
a la reelección como presidenta de su partido en el congreso que tendrá lugar
este diciembre, y que no se presentará más como candidata a la cancillería,
siendo este su último mandato que, si logra llevarlo a término, expirará en
septiembre de 2021. Esto último está por ver, dada la debilidad de la actual
gran coalición y la erosión del poder que va a sufrir Merkel una vez que ha
anticipado sus movimientos y ha dejado pista libre a sus posibles sucesores. El
fin de Merkel es el fin de una era en Alemania y en Europa, y en parte, también
en el mundo. Pragmática, seria, austera en forma y fondo, apodada por muchos
alemanes como la “mamma”, la madre que los cuida, ha sido Merkel un animal
político de primera división que ha regido los destinos de una Alemania que, en
medio de la crisis global, se ha convertido en la regente de Europa, haciéndola
a ella en cierto modo dueña y señora de los designios del continente. Nada ha
sucedido en estos años en la UE sin el permiso, explícito o tácito de Merkel,
que ha dejado en evidencia la debilidad de otros posibles aspirantes a ese
papel de mando, especialmente de todos los franceses que han pasado por el
Elíseo. Criticada por muchos, alabada por pocos, escasamente defendida, su
gestión en Alemania ofrece unas cifras económicas que no son todas de oro, pero
siguen siendo la envidia de medio mundo y gran parte del otro. En Europa su
apuesta por la austeridad le granjeó enormes enemigos, pero en su defensa hay
que decir que todos enfrentamos una crisis monstruosa sin los instrumentos
adecuados para combatirla y en medio del histerismo global. Muchas cosas
pudieron hacerse de manera distinta, sí, peo es muy fácil decirlo a posteriori,
y olvidar lo que fueron nuestra prima de riesgo de 600 puntos o la casi salida
de Grecia del euro. En esos momentos, con sus aciertos y errores, sólo Merkel
mantenía la compostura, entre la debacle de los liderazgos nacionales que eran
de quita y pon, sin sustancia ni ideas. Ella determinó el rumbo de lo que
actualmente son nuestras economías, para bien y para mal. Quizás todo lo sucedido
en torno a la crisis marque demasiado la valoración de su mandato, y eso sería
injusto.
En
un tiempo de liderazgos populistas, demagógicos y chillones, Merkel ha sido la
callada voz de la sensatez que ha servido de punto de referencia para muchos, y
de sosiego para casi todos. Su decisión más polémica, la que más costes políticos
le creó, fue la de acoger a los inmigrantes sirios hace un par de años, lo que
fue utilizado por extremistas de todo el mundo para atacarla. Con la llegada de
Trump al poder y el delirio a Washington, Merkel se ha convertido en la líder
sensata, a la que asirse. Sus declaraciones a favor de la libertad, el respeto
institucional, el multilateralismo y la seguridad jurídica son islas en medio
de la pesadilla política que vivimos. Se le echará mucho de menos, muchísimo.
Mañana
es fiesta pero no me cojo puente. Nos leeremos, unos poquitos valientes, el viernes
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