Ayer, mientras escribía el artículo sobre Imaz y sus blogs llovía con fuerza sobre Madrid. Era una mañana muy oscura, tormentosa, como hacía tiempo que no la veía. Lo que no me imaginaba es el caos que se estaba organizando en la calle, en las carreteras, en el metro. Visto a plena luz del día, el parte era como de guerra. Más de cien kilómetros de tascos acumulados, decenas de accidentes, dos líneas de metro cortadas, retrasos en los servicios, salidas de bomberos por doquier, lonjas inundadas, badenes convertidos en improvisadas piscinas y coches perdidos en medio del fango y el agua, eso que es tan raro de ver por aquí que cuando aparece se presenta de improviso, dando sustos.
Lo cierto es que la mañana prometía. Salí de casa a eso de las 7:10 y caían gotas sueltas, pero había unas nubes al fondo, el final del Camino de Vinateros, perfilándose encima de la torre del Retiro, que se distingue desde la parada del metro que, envueltas en chispazos, anunciaban que llegaba el espectáculo. Tras un paseo por las profundidades sin muchas sorpresas, llegué a la parada de Cuzco, y al salir el panorama era totalmente distinto. Un grupo de gente, desprevenida, sin paraguas y con chancletas y náuticos se quedaban al borde de las escaleras de salida a la calle viendo como gotas enromes, hojas de árboles y cosas variadas volaban en medio del temporal. Como yo sí había cogido el paraguas me lancé, confiado en la poca distancia que hay desde la boca del metro hasta la puerta del trabajo, pero la verdad es que el “exterior” estaba muy revuelto. Una lluvia muy fuerte, casi horizontal con intenso viento del sur me mojo todo aquello que un paraguas en vertical sí tapa pero en horizontal apenas abarca. Entré en el edificio y. Tras llegar al despacho, en la planta 19, me asomé a al ventana, pero no veía nada. Todo era oscuro, negro, oculto por ráfagas de agua que golpeaban la ventana. Parecía estar en la cofia de u velero en medio del mar, sin poder distinguir el suelo, flotando en la nube.
Me fui al lado contrario, vista al norte, y al fondo se veían las nubes enormes subiendo hacia la sierra, los cúmulos, preciosos, agitándose y, como si fuesen gigantes enfurecidos, golpeando el suelo con su carga de agua bendita para él. Me fijé en la calle y allí, en plena Plaza de Cuzco, estaba el caos, el desastre. Coches cruzados en medio de otros con sentido contrario, pitidos, enojo, semáforos inútiles que no podían dejar pasar a nadie en medio de una rotonda colapsada, informe, llena de colores y que parecía emanar la misma ira que las nubes que, sobre nuestras cabezas, rompían aguas sin freno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario