Ayer fue el día en el que los periódicos y políticos se desvivieron en elogiar la figura de Pascual Maragall, una vez, claro está, que anunció su renuncia a las elecciones anticipadas de Octubre en Cataluña. Definitivamente, en este país no hay nada como fallecer (física o metafóricamente, como es este caso) para que todo el mundo se ponga a elogiar la figura del finado. La muerte es la última casilla de ese juego tan típico de nuestro país consistente en ensalzar mucho a alguien para que, cuando esté en lo más alto posible, despeñarlo con furia, y así provocar una caída y destrozo mayúsculo. La envidia cainita, ya se sabe. Ahora Maragall recibe elogios, que cosas.
Tras la reunión afirmó que elogia la figura de Zapatero y que nunca sus relaciones han sido tan buenas como las de ahora. No pude percibirlo, pero intuyo que habría un ambiente de risitas en la sala bastante palpable, porque debe ser chusco y bastante sorprenderte deshacerte en elogios hacia quién se ha encargado de destituirte tras firmar un pacto con tu oponente, que no fue otra cosa lo que hizo Zapatero con Más en la Moncloa en su reunión entre pitillos. Lo cierto es que Maragall lo ha puesto fácil. Su gestión en estos tres años ha sido desastrosa. Empezando por el hundimiento del Carmelo, cuyos vecinos siguen sin casa pero ya tienen estatuto, siguiendo por polémicas tan corruptas como la del suflé o el 3%, y pasando por imágenes como la de la corona de espinas que son ya antología del disparate. Su sustitución estaba cantada, pero él no quería. Intuyo que habrá hecho un sondeo entre sus fuerzas y, al verse solo, abandonado por quienes le apoyaron en su día, ha aceptado la renuncia.
A los cinco minutos de firmarla, quienes le abandonaron le elogian, y le dan abrazos cainitas apoyado sen puñales que hunden con fuerza en la espalada desnuda. Esto es lo que tiene la política. A veces tus compañeros son los peores, y los elogios los carga el diablo. Una pena lo de este hombre. Después de aquellas olimpiadas tan hermosas, han bastado unos cuantos meses para dejar su imagen destruida. Ahora Montilla calienta en le banquillo de unas elecciones en las que, si no pasa nada raro, perderá de calle frente a Convergencia. Y Maragall, sentado en su terraza, pensará en eso de “otro vendrá que bueno te hará” Ay, compañeros de partido, libradme de ellos!!!!
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