miércoles, junio 28, 2006

Cuando nadie te ve

Ayer tuvo lugar otro de esos partidos del siglo que acabaron como suele ser habitual. Todo el mundo lo estaba viendo, y como últimamente yo tengo bastantes interferencias en Antena 3 vi el Telediario de la primera cadena. Lorenzo Milá, consciente de que éramos pocos los citados ante la pantalla, hizo algún chiste gracioso, especialmente al principio, al enfocar las cámaras de tráfico del Ayuntamiento de Mdrid,q ue mostraban unos accesos muy vacíos para lo que es habitual. Señaló Milá que eran unos pocos los rezagados que iban tarde a casa para ver... este telediario.

¿Qué siente uno, que es observado por millones de personas todos los días, cuando sabe que son muy pocos los que le están mirando? Es una situación curiosa. El presentador puede estar tentado a transgredir las normas, levantarse de la mesa y pasearse por el estudio mientras cuenta noticias, o sentarse en el borde del tablero, con una pierna colgando, contando las cosas de manera desenfadada, y resolviendo el eterno misterio de los informativos de televisión: qué llevara puesto que oculta la mesa. ¿Pantalones vaqueros? ¿Un bañador? ¿o seguirá impecable de traje hasta los zapatos? A lo mejor alguno incluso pudiera aprovechar para improvisar, y no convertirse en un mero lector de noticias. La semana pasada cesaba en sus funciones Dan Rather, mítico presentador de la CBS americana, víctima de una noticia cuyo destino era, las vueltas que da la vida, la cabeza de Bush. Rather pertenece a esa generación de presentadores con cuerpo y alma, que no se limitan a leer. En España no andamos sobrados de ellos. Quizá el mero ejemplo sea Matías Prats, pero últimamente le obligan a leer una versión reeditada de El Caso, antiguo periódico de sucesos, y no se le ve a gusto, ni puede explotar su vena socarrona, que es el más dotado para ella.

En el fondo, lo que pasas es que, en relación a al audiencia, uno es infinito, y nunca nos comportamos ante una persona (o varios millones) como lo haríamos en solitario en nuestra intimidad. Y menos mal, añadiría, porque sino veríamos cosas chocantes. Sin embargo, la baja audiencia da soltura, no impone un ritmo tan frenético y da un poco más de margen a la experimentación. Milá lo pudo disfrutar en su telediario de La 2 pero, excepto quizás ayer, nunca ha vuelto a esa situación de comodidad ante la cámara. Una pena. Quizás ayer era él, paradójicamente, uno de los más deseosos de que España ganase.

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