Ayer, tras un valiente alegato del fiscal, y en medio de aplausos y gritos pidiendo justicia, acabó el juicio en la Audiencia Nacional contra Javier García Gaztelu “Txapote” e Irantxu Gallastegi “Amaia” acusados del asesinato de Miguel Ángel Blanco, ocurrido hace ya casi nueve años, el sábado 12 de Julio de 1997. Este asesinato, su previo secuestro “express” y la reacción social que provocó marcó un antes y un después en el declive de ETA, aunque vistas las caras de chulería y desafío que exhibían los dos procesados quién lo diría. Con estos oscuros mimbres feo será el proceso de paz que se pueda tejer, pero eso es otro cantar. Lo que importa aquí es la familia Blanco y lo que pasó aquellos días.
Los recuerdo de una manera confusa. El Jueves 10, por la tarde, saltaba la noticia del secuestro del concejal de Ermua y el ultimátum, 48 horas de plazo para una exigencia inasumible e inacatable a cambio de su vida. Era lo más parecido a una sentencia de muerte. Los periódicos del Viernes lucían portadas espectaculares, llenas de testimonios de gente conocida y no, que imploraban por la libertad de aquel joven. El Sábado 12 hubo una enorme manifestación en Bilbao, bajo un sol de justicia, en la que se gritó algo pero, por encima de todo, se mantuvo un espeso y tenso silencio. Muchos de los allí presentes sospechábamos que aquello no servía de nada. ETA es una organización terrorista nazi que, por definición, no iba a hacer caso a la sociedad. Ese chico estaba sentenciado a ser sacrificado en el altar de una sucia y falsa patria, y en vez de el arcángel San Gabriel estaba acompañado por el ángel exterminador de “Txapote”. Al poco de llegar a casa de la manifestación se supo que Blanco había aparecido tiroteado, y pocas horas después moría. El Domingo 13 y días siguientes fueron espectaculares. Un soplo de ira, rabia y, sí, libertad, recorrieron las calles, que provisionalmente dejaron de ser de los de siempre. Algunos ertzainas se quitaron el verduguillo y se creo el denominado Espíritu de Ermua. Con el nacieron también los encargados de su posterior agonía y defunción, y trabajaron a destajo por ello.
Ayer Mari Mar blanco miraba a los ojos a los dos asesinos que se reían y compartían su miseria sin vergüenza alguna, deseándoles que se pudran en la cárcel. No estaba sola en su deseo. Esos individuos no pueden compartir su estancia con el resto de la sociedad. Deben ser apartados de ella y, si como parece, no se arrepienten de lo que han hecho, que lo purguen orgullosos en la soledad de la cárcel, condenados a un vida sin horizonte ni futuro, que es, de hecho, lo que ya tienen y lo único que han producido a lo largo de su triste existencia.
1 comentario:
Es algo inmoral algo sin mayor duda a la altura de la bajura, valga el juego de palabras, de los sentimientos nazis.
Se rie de las victimas, se rie de la madre y la hermana. SIn duda no puede ser otra cosa más que justificación de lo injusticable, si fuera cosa de amañar un pensamiento primitivo o, por último, puede ser la locura amoral del ser humano final.
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