Ayer, en una espectacular operación aérea del ejército norteamericano, fue eliminado de la circulación el jefe de la red de Al Queda en Irak, Abu Musab Al Zarqaui, un individuo con el que, lamentablemente, nos habíamos familiarizado. Responsable de decenas de atentados indiscriminados, salvajes y brutales, su rostro, de barba escasa, y más o menos obeso, era un denominador común a la violencia en Irak. Su muerte traerá represalias, venganzas y desmanes, pero aunque ya habido manifestaciones lamentando su muerte (así quedan retratados quienes lo hacen) pocos la llorarán, y muchos la agradecerán, yo entre ellos.
Curiosamente ayer, algunos comentaristas de radio y televisión seguían denominando a este personaje como líder de la “resistencia” contra la ocupación. Y después de lo que ha llovido, y las miles de muertes de iraquíes que ha causado me parecía una autentica vergüenza usar esos términos neutros, limpios, equidistantes, y tan en la estela de lo que opina la iglesia vasca sobre ETA y su entorno. Independientemente de lo que se piense de la invasión de Irak de hace ya tres años (y por los resultados obtenidos se puede calificar de fracaso), este individuo y los cientos que como él piensan y actúan son lo más parecido que existe en nuestros días al fanatismo nazi, al mal encarnado en unas personas concretas. Y las imágenes de palestinos alborozados en las calles de Ramala de ayer exigiendo venganza, y ofreciéndose como mártires no ayuda precisamente a su causa, fagocitada ya por un Hamas, débil y envidioso émulo de Bin Laden y sus secuaces. La zona en su conjunto no mejora, y al menos ayer se eliminó uno de los obstáculos, pero surgirán más. Esto será un proceso largo y difícil, expresión muy de moda hoy en día por aquí....
Para describir como era este ser (no he usado nunca el calificativo persona porque me niego expresamente a hacerlo) valen más unas pocas imágenes que miles de palabras. Basta recordar el vídeo de la decapitación de Nicholas Berg, difundido el 12 de mayo 2004. En él un hombre vestido con un mono naranja espera sentado delante del pelotón que acabará con su vida, que lee un panegírico islamista delirante y salvaje. Nada más terminar, uno de los lectores coge un cuchillo y corta el pescuezo al señor Berg, con esfuerzo y saña. En la imagen se oyen los chillidos de Berg, que se apagan a medida que la sangre invade su laringe. Finalmente, el carnicero levanta como trofeo la cabeza del pobre hombre y la muestra a la cámara. El autor de semejante atrocidad era Abu Musab Al Zarqaui. Alguno debió recordarlo ayer antes de hablar.
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