Ayer empezó en al capital de Rumania la cumbre de la OTAN, una reunión multilateral que empieza a adquirir dimensiones gigantescas. A los 26 países pertenecientes a la organización se suman los invitados, socios, observadores y demás, lo que hace del evento una de las mayores reuniones internacionales de jefes de estado y de gobierno del mundo. Se celebra en el palacio del pueblo, un enorme y lúgubre edificio construido durante la dictadura de Ceaucescu que sirve como monumento a la locura del comunismo y a su obsesión por aplastar la sociedad.
Dos son los retos a los que se enfrenta la OTAN en el futuro. A largo plazo está el asunto de la ampliación, típico problema de las organizaciones “europeas”. Macedonia quiere entrar pero Grecia se niega por problemas regionales, y también llaman a la puerta Georgia y Ucrania. Estados Unidos apoya que estos países se integren, pero Rusia no, temerosa de ver a la OTAN acampada a las puertas de sus fronteras. Europa central, encabezada por Alemania, cliente preferencial del gas y la energía rusa, con quien tiene suscritos importantes acuerdos comerciales, se opone a esta ampliación. A esta oposición también se une Francia, quizás deseosa de asomar la cabeza en un escenario internacional y hacerse el gallito delante de los americanos, algo que apasiona mucho a los franceses, y no digamos a Sarkozy, pese a su reconocido atlantismo. Es probable que en esta cumbre no se alcance ningún acuerdo sobre este apartado. El otro reto, mucho más cercano en el tiempo, pero lejano en el espacio (y quizás por eso menospreciado) es Afganistán. Diariamente las noticias que llegan de allí hablan de un creciente descontrol del país, por llamarlo de alguna manera, y se ve que las tropas de la OTAN acantonadas en Kabul y en algunas otras ciudades son incapaces de mantener controlad la situación. Los atentados crecen en número e intensidad, la producción de opio no deja de incrementarse año a año, los vínculos terroristas entre las fronteras de Afganistán y Pakistán se fortalecen, y nadie parece saber que pasa en esa tierra de nadie, etc. Un panorama que, en mi opinión, mantiene la operación internacional al borde del fracaso. Bush, en su última cumbre atlántica, tratará de conseguir que el reto de países aumente sus contingentes de tropas, y me temo que, como en el caso anterior, se va a encontrar un no, más o menos disimulado, por respuesta. Ni es rentable a corto plazo ni da votos ni popularidad enviar soldados a un lugar remoto y desconocido, y arriesgarse a que vuelvan en féretros. En el caso español la demanda de tropas por parte de EE.UU y otros países europeos lleva meses encima de la mesa. Veremos a ver si se asumen compromisos en este aspecto, pero me temo que no se hará mucho más allá de unas palabras de aliento a la misión.
¿Y qué es lo que se debiera hacer en Afganistán? Si lo supiese no estaría aquí, pero está claro que al menos hay que aumentar las tropas y reforzarlas con más material. No creo que seamos conscientes de lo que nos jugamos allí. Un fracaso afgano daría alas a unos talibanes crecidos, que desestabilizarían aún más la zona (sí, y ase que eso es difícil, pero aún es posible). Para los que hayan leído El Señor de los Anillos (hacerlo, hacerlo) suelo usar un símil diciendo que nuestro papel allí es como el de Gondor frente a las fronteras Mordor. Años y años de defensa constante para evitar que el enemigo retornase a su territorio, pero la dejación y debilidad de Gondor crecieron, le hicieron bajar al guardia y el mal retomó Minas Moria y reconstruyó Barad-dûr. A algo así nos enfrentamos.
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