En el famoso seminario anglosajón que comenté la semana pasada, a la hora de la comida coincidí con algunos portugueses y chilenos, lo que nos permitió a todos hablar en castellano y entendernos muy bien. Recordemos que el seminario trataba de los emprendedores y las mejores políticas, tanto públicas como privadas, para fortalecer una cultura de riesgo e innovación. Bien, de qué cree usted, querido lector, que estuvimos hablando casi toda la comida? ¿de emprendedores y empresas? ¿de fútbol? ¿del tiempo? Frío, frío. Casi monográficamente debatimos.......... sobre la crisis inmobiliaria.
Estos días se empiezan a acumular noticias que alertan del deterioro de la economía real, más allá de las caídas en la construcción, que también están siendo fuertes. Hasta ahora hemos visto que las inmobiliarias acuden a los concursos de acreedores, lo que antes se llamaba quiebra, como jóvenes alocados a un botellón. Ayer también se supo que las ventas de coches se han desplomado, con una caída del 28% en Marzo. Las declaraciones de los analistas dejan de ser tranquilizadoras y empiezan a ponerse serias, afirmando alguno de ellos, como es el caso de Rodrigo Rato, que nos enfrentamos a la mayor crisis desde los años 30. Y con noticias como las de ayer, ¿qué hizo la bolsa? Bajar, diría todo el mundo, y hubiese afirmado yo de ser hoy Martes 1 de Abril. Pues no, subió algo más de un 3%. Hoy en los periódicos habrá muchas columnas en la sección de economía intentando explicar este extraño comportamiento. Como buenos economistas, lograran deducir las causas que han motivado ese extraño ascenso que son tan obvias hoy como oscuras e imprecisas ayer, y el inversor se sentirá algo mosqueado porque claro, de saberlo se hubiera sumado al carro de las compras. Como no tengo ni la menor idea de que es lo que va a suceder hoy en los mercados, ni mañana, mi consejo es que estén tranquilos y desconfíe profundamente de la mayor parte de los análisis. Tengo al sensación de que la economía internacional es una especie de barco de vela inmerso en una enorme tormenta, con olas que barren la cubierta con fuerza, velas que no sirven para mucho en un mar embravecido y con una tripulación que no saber que hacer. Se oyen voces que gritan para que se sigan unos vientos u otros, y siempre alguno desde la cofa amenaza con el fin del mundo que hará hundirse la embarcación. La economía española vive en el camarote de segunda clase con vistas a los salones de lujo de al primera, pero tiene miedo por si entra agua y empiezan a anegarse los pasillos que tanto le ha costado reconstruir y decorar. ¿Es esta imagen una alegoría del Titanic, con un barco yéndose a pique en medio de músicas celestiales? ¿O sólo estamos ante una fuerte tormenta que destruirá cosas y sembrara el miedo, pero que pasará tarde o temprano? Apuesten por la segunda, pero de mientras estemos viviendo en la niebla y bajo la tempestad nada estará claro.
Sí hay algunos destrozos que la tormenta ha provocado en el parejo que tendrán difícil solución. El prestigio de las entidades aseguradoras, crediticias y de “rating” está por los suelos, la intervención económica en los mercados campa sin tapujos, y se recibe como agua de Mayo por antiguos liberales, la volatilidad crece en los mercados, y los golpes bruscos, de subida y bajada, se hacen cada vez más profundos y violentos. Quizás lo mejor en esta coyuntura sea imitar a Ulises. Amárrense a los postes, dejen su dinero tranquilo, y observen desde la barrera como las olas no dejan de golpear, confiando en que los agoreros de la cofa se equivoquen. Lo mejore sería seguir las instrucciones del capitán, pero creo que ahora mismo en la sala de mandos hay un grupo de señores vomitando por el mareo, mirando las cartas de navegación, y sin tener muy claro donde están.
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