martes, abril 01, 2008

Qué vergüenza

Y no me voy a referir al partido del sábado del Barcelona, aunque conozco a algún culé de pro que seguro que aún se relame las heridas. No, voy a hablar de lo que ya se podría definir como el caso Mariluz. Y eso que estos temas no me gustan. Sigo pensando que los medios de comunicación dedican demasiado tiempo a estos sucesos morbosos, que llenan su audiencias a base de morbo y tragedia, y que, casi siempre, repiten la secuencia del sádico del barrio que asesina a la niña, cuando todo el mundo sospechaba quién pudiera haber sido. Algo de esto ha sucedido en este caso, pero no sólo eso.

¿Hay algo en el asunto de la muerte de Mariluz que haya funcionado bien? ¿Alguien ha hecho su trabajo en todo este proceso? Esto me recuerda un poco a lo de Sodoma y Gomorra, porque a cada pregunta que haces del procedimiento se caen más y más funcionarios y profesionales, y todos quedan expuestos a sus vergüenzas. La cadena de negligencias, errores, omisiones, olvidos, despreocupaciones y dejaciones de este caso es vergonzosa. Se podrá discutir mucho sobre si es necesario cambiar la ley para endurecer las penas a este tipo de sujetos, cosa que apoyo, pero eso no sirve para nada si la ley, esta que hay ahora o la que haya en el futuro, no se cumple ni ejecuta. El ya famoso Santiago del Valle tenía una condena en firme de algunos años por abuso de menores, pero no pasó ningún día en la cárcel, teniendo como tenía además un ristra de antecedentes y de faltas de acoso sexual que daba miedo. Aún así este sujeto se paseaba libremente por España y nadie, nadie, le perseguía. Ni los funcionarios de policía, que poco pueden hacer si no tienen una orden contra él, ni los funcionarios judiciales, que poco hacían en todo caso, ni nadie. Es difícil asegurar que la niña Mariluz se hubiese salvado si todo hubiera funcionado correctamente, porque ya se sabe que el futuro a partir de un punto no está determinado, pero independientemente de ello es un escándalo que, en una sociedad aparentemente cada vez más concienciada sobre delitos sexuales y vejaciones, tanto a menores como a mujeres, casos como este se pudran, literalmente, en los juzgados, y que sea el delincuente el principal beneficiado de todo el error. El único que se ha portado correcta y profesionalmente en este asunto ha sido el padre de la niña. Quién más motivos tenía para la ira, el horror y la venganza, tanto por lo sucedido por como al sociedad y sus sistemas se han portado con el y con su hija, no ha dejado de realizar declaraciones tranquilas, serenas y coherentes. Ha recibido la llamada de las autoridades, e incluso del propio Zapatero, pero no ha dejado de expresar confianza en una justicia que, seamos sinceros, le ha vejado a él y a su familia casi tanto como el maldito Santiago del Valle a esa niña Mariluz y a otras tantas que se cruzaron por su nunca interrumpido camino.

¿Qué consecuencias tendrá todo esto? Me atrevo a hacer un pronóstico. Ninguna. Dos semanas de polémica, ruido mediático, declaraciones de contrición y nada más. En un mes nada se sabrá del asunto, ni del juez que, aparentemente, se equivocó, ni de los funcionarios que, probablemente, no hicieron su trabajo. La ley seguirá igual, los datos de los juzgados permanecerán tramitados mediante una tecnología más del siglo XIX que del XXI, se pondrá, como en el episodio de los Simpson en el que Bart se cae a un pozo, un cartel de peligro muy lejos del mismo y todos tan contentos y felices. Ojala no sea así, se tomen medidas y algunos se vayan por su propio pie a casa para meditar y pedir perdón por sus actos, pero ¿qué nos apostamos a que no sucede nada de eso?

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