Este pasado Domingo El País traía, junto a la revista semanal, un suplemento de igual formato dedicado al lujo. Sí, sí, se llamaba Extra Lujo. Estaba lleno de propuestas de consumo, y parecía más un catálogo de venta por correo que un suplemento de periódico. Quizás con el objeto de animar unas comparas que ahora se ven retraídas por la crisis, y envuelto en un elegante diseño, la revista exhalaba, a mi modo de ver, horterismo por los cuatro costados, y enseñaba una versión del lujo muy clásica, llena de coches, joyas y complementos a cada cual más llamativo y, creo yo, inútil.
¿Qué es el lujo? Probablemente cada uno tengamos una respuesta distinta a esta pregunta, y un sueño que lo identifique. Lo típico suele ser un yate con champán y chicas despampanantes en Mónaco, coches de ensueño, un chalet majestuoso con deportivos en la puerta, etc, y las chicas esas en todas partes, jejeje. No se, quizás mi visión sea demasiado retrógrada, pero a mi eso no me parece lujo. Son productos caros, pero no es lo que yo asocio con lujo. Me gusta más pensar en algo exclusivo, placentero, que me emocione y me produzca una sensación de de bienestar profunda, me llene. Si algún día poseo el yate quizás pueda comparar y ver que es mejor, o que llena más, pero, como ejemplo de este puente que se nos viene encima, pruebe el lector a tumbarse al aire libre bajo una buena sombra, con una bella música de fondo (yo escogería Bach, pero póngase uno lo que desee) y sumérjase en una libro como el de Sputnik, mi amor, de Haruki Murakami, de 250 rápidas páginas que empiezan de esta manera tan soberbia y tempestuosa.
“A los veintidós años, en primavera, Sumire se enamoró por primera vez. Fue un amor violento como un tornado que barre en línea recta una vasta llanura. Un amor que lo derribó todo a su paso, que lo succionó todo hacia el cielo en su torbellino, que lo descuartizó todo en un arranque de locura, que lo machacó todo por completo. Y sin que su furia amainara un ápice, barrió el océano, arrasó sin misericordia las ruinas de Angkor Vat, calcinó con su fuego las selvas de la India repletas de manadas de desafortunados tigres y, convertido en tempestad de arena del desierto persa, sepultó alguna exótica ciudad amurallada. Fue un amor glorioso, monumental. La persona de quien Sumire se enamoró era diecisiete años mayor que ella, estaba casada. Y debo añadir que era una mujer. Aquí empezó todo y aquí acabo (casi) todo.”
...... y con una perspectiva de cuatro días libres por delante, díganme si esto no es un lujo.
Hasta el próximo Lunes. Feliz puente a todos.
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