Y, como decía ayer, qué mejor manera de celebrar el día del libro que yendo a por provisiones, a abastecerse de papel para atestar las ya muy llenas estanterías de mi casa, que cada vez coge un aspecto más abarrotado, digno del espanto de mis padres. El año pasado me fui de noche a comprar, pero este he sido más tradicional, y acudí al centro cuando salí del trabajo. Mi intención era aprovechar el 10% de descuento para así comprar libros caros, en edición no bolsillo, y amortizar más la ganancia. Camino a la FNAC, me bajé en Gran Vía dispuesto a darme un paseo y ver el ambiente antes del programado derroche.
Para fortuna mía, había puestos callejeros de libros ya en las aceras de Gran Vía. Lamentablemente casi todos ellos era de las tiendas de la zona y se limitaban a sacar el producto a la calle, sin rebajas extraordinarias, pero siempre hay excepciones. Uno de los puestos, el más cercano a la boca de metro de Gran Vía de la Red de San Luís, tenía auténticos chollos. Al verlo, y notar que llevaba tarjetas, pero no efectivo, corrí a por un cajero antes de que alguno se levantara los chollos allí expuestos. Entreoíros, logré hacerme con un ejemplar de “Los hijos de Hurin”, de JRR Tolkien, que cuesta no memos de 18,50 en ningún establecimiento, por 9 euros!!!!! En la edición de tapa dura, la única que hay por ahora. Así, junto a otros, el paseo por Gran vía se convirtió en la primera prueba de una etapa de arrastre de bolsas, o mejor de chingas, como remedo de ese deporte vasco. Llegué a la FNAC y aquello estaba atestado de gente. Es cierto que había actividades y descuentos, pero aún así estaba asombrado de lo que veía. Los alrededores de Callao eran una marabunta de gente que miraba, paseaba, veía y se dejaba ver. Ya pertrechado, subí por las escaleras mecánicas en busca de aquellos objetivos que tenía prefijaos, a los que luego se sumó algún espontáneo. Me daba coraje y dolor de corazón llevarme todo eso encima, porque aún con el descuento era una pasta gansa, pero me consolaba ver que no era el único que ayer por la tarde había cambiado el gimnasio por la librería y las pesas por los tomos. Mi compra estaba por encima de la media, pero no tanto como suele ser habitual, lo que me hacía pensar que si hiciesen estos descuentos más a menudo las librerías ganarían mucho más dinero, e incluso rebajando aún más del 10%. Pero bueno, conformémonos con lo que hay, no vaya a ser que un día un político aburrido y sinsorgo (sí, sí, hay tantos) se le ocurra poner un impuesto más o derogar al normativa que permite descuentos como los de ayer. Seguro que alguno de la SAGE ya lo está maquinando secretamente..... La cuestión es que pagué religiosamente mi compra y ya equilibrado, con bolsas en ambas manso, salí nuevamente a la calle.
Volviendo por Gran vía, pasé junto a la sede de la Casa de Libro. En mi paso anterior, camino a la FNAC, había allí mucha algarabía, porque varios trabajadores se estaban manifestando por sus bajos sueldos. Esta vez la causa del jolgorio era distinta, porque un grupo de gospel, en su mayoría femenino, se encontraba subido en el entreacto que dispone la tienda en su planta baja. Desde allí cantaban a buen ritmo, llevadas por una chica menuda, de pelo largo, gafas de pasta, rostro interesante y voz preciosa. Muchos nos paramos, con nuestras bolsas de distintas tiendas decorando la acera y el suelo de la tienda, y cuando acababan las canciones aplaudíamos con nuestras doloridas manos, al menos así estaban las mías. Y luego otra, y otra... una tarde redonda.
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