¿Qué es el arte? No pretendo
responder a una pregunta que dudo que pueda ser contestada jamás con
unanimidad. Fuente de polémicas, discusiones de café y tertulias apasionadas,
parece existir un territorio de acuerdo generalizado respecto a las obras del
pasado que sí son arte, pero ese consenso se disgrega rápidamente a medida que
nos acercamos al presente, que está lleno de objetos y exposiciones que
suscitan la controversia profunda sobre si lo que en ellas se exhibe es
realmente arte, estafa, provocación, engaño, genialidad o una mera acumulación
de objetos sin sentido. El debate es infinito e irresoluble.
En mi modesta opinión, dos son
las cosas que al menos debe poseer la obra para ser considerada como arte. Una
es que debe generar sensaciones profundas en el que la percibe, le debe llamar
la atención, quizás gustar, aunque eso no es estrictamente necesario, pero sí
generarle algo que le conmueva. La otra condición es que ese sentimiento sea
perdurable en el tiempo y a través de generaciones, lo que permite sacar el
objeto artístico del contexto en el que fue creado y, de obtener el beneplácito
de personas que no vivieron en él, resultar ser seleccionado para convertirse
en obra de arte indiscutible. El segundo de los factores será el que, dentro de
un siglo o dos, decante y permita saber cuáles de los objetos que hoy
englobamos dentro del concepto de arte moderno serán arte clásico en el futuro,
y de momento no podemos decir anda más al respecto, pero sobre gustos sí se
pueden decir cosas. Y estos días ha pasado algo muy curioso en Valencia que me
ha sorprendido, alegrado, y demostrado que esa sensación de gusto, de conmoción
en la audiencia, es la fuente originaria de ese concepto que llamamos arte, y
que su fuerza es irresistible. Con motivo de un festival de mediometrajes que
se va a desarrollar a principios de noviembre a orillas del Turia, los
organizadores del festival encargaron a la
joven ilustradora levantina Paula Bonet la creación de un cartel para
usarlo como motivo de difusión y publicidad del evento. Se hizo una tirada de
tres mil ejemplares que fueron puestos a lo largo de las calles y plazas de Valencia.
Hasta aquí todo normal, como muchos otros actos culturales, y de otro tipo, que
se realizan en todas partes. Lo novedoso, lo fascinante, es que a la gente que
pasaba por la calle y miraba el cartel, le gustó. Le gustó mucho. Muchísimo. Tanto
que quiso llevárselo a casa, y eso es lo que empezó a suceder. A día de hoy los
tres mil carteles diseminados por Valencia han desaparecido. Arrancados,
despegados, personas anónimas no dudaron ni un minuto en que ese dibujo de
Bonet era tan bueno que tenía que estar en su casa, y han acabado por dejar las
paredes vacías, o mejor dicho, llenas del resto de cartelería y papeles que las
rebosa día a día, que ahí seguirá durante mucho más tiempo del que seguramente
esperarían sus colocadores, mientras que donde se colocaban los carteles de Paula
Bonet ahora sólo hay hueco y, supongo, trazas de papel pegado que en algunos
casos se resistió a ser arrancado, pese al seguro mimo con el que se emplearon
los que trataban de arrancarlo de la pared. Ahora esos carteles lucen
escondidos en casas individuales, pisos, lonjas, cobertizos, encerrados entre
cuatro paredes, que se han convertido en pequeños museos en los que Bonet preside
la estancia, en estancias antes vacías, o al menos no llenas de lo que sus
propietarios consideraban arte, y que ahora ya están completas, gracias al
dibujo de Paula, que ha logrado conmover a sus propietarios que, sin duda, lo
observan con deleite y orgullo por ser los afortunados poseedores de ese tesoro.
No recuerdo un caso similar de pasión ciudadana
desbordada, de manera aparentemente espontánea, por una obra artística, en la
que la unanimidad se haya dado de forma tan rápida por parte de un colectivo de
ciudadanos anónimos, poseedores de vidas de lo más dispares posibles, gustos
antagónicos, creencias contrapuestas y contextos personales y sentimentales de
lo más diversos. Pero a todos ellos Paula Bonet los ha conmovido. ¿Existe acaso
un éxito mayor para un artista? ¿Hay un logro superior a ese? Lo dudo. No se cómo
se desarrollará la carrera futura de Bonet, ni se tendrá éxito comercial o no, pero
indudablemente su obra ya es relevante, y ella puede considerarse, sin duda
alguna, como una artista de verdad, aclamada por un público que la ha
consagrado. Bella historia.