jueves, octubre 31, 2013

Paula Bonet y el arte verdadero


¿Qué es el arte? No pretendo responder a una pregunta que dudo que pueda ser contestada jamás con unanimidad. Fuente de polémicas, discusiones de café y tertulias apasionadas, parece existir un territorio de acuerdo generalizado respecto a las obras del pasado que sí son arte, pero ese consenso se disgrega rápidamente a medida que nos acercamos al presente, que está lleno de objetos y exposiciones que suscitan la controversia profunda sobre si lo que en ellas se exhibe es realmente arte, estafa, provocación, engaño, genialidad o una mera acumulación de objetos sin sentido. El debate es infinito e irresoluble.

En mi modesta opinión, dos son las cosas que al menos debe poseer la obra para ser considerada como arte. Una es que debe generar sensaciones profundas en el que la percibe, le debe llamar la atención, quizás gustar, aunque eso no es estrictamente necesario, pero sí generarle algo que le conmueva. La otra condición es que ese sentimiento sea perdurable en el tiempo y a través de generaciones, lo que permite sacar el objeto artístico del contexto en el que fue creado y, de obtener el beneplácito de personas que no vivieron en él, resultar ser seleccionado para convertirse en obra de arte indiscutible. El segundo de los factores será el que, dentro de un siglo o dos, decante y permita saber cuáles de los objetos que hoy englobamos dentro del concepto de arte moderno serán arte clásico en el futuro, y de momento no podemos decir anda más al respecto, pero sobre gustos sí se pueden decir cosas. Y estos días ha pasado algo muy curioso en Valencia que me ha sorprendido, alegrado, y demostrado que esa sensación de gusto, de conmoción en la audiencia, es la fuente originaria de ese concepto que llamamos arte, y que su fuerza es irresistible. Con motivo de un festival de mediometrajes que se va a desarrollar a principios de noviembre a orillas del Turia, los organizadores del festival encargaron a la joven ilustradora levantina Paula Bonet la creación de un cartel para usarlo como motivo de difusión y publicidad del evento. Se hizo una tirada de tres mil ejemplares que fueron puestos a lo largo de las calles y plazas de Valencia. Hasta aquí todo normal, como muchos otros actos culturales, y de otro tipo, que se realizan en todas partes. Lo novedoso, lo fascinante, es que a la gente que pasaba por la calle y miraba el cartel, le gustó. Le gustó mucho. Muchísimo. Tanto que quiso llevárselo a casa, y eso es lo que empezó a suceder. A día de hoy los tres mil carteles diseminados por Valencia han desaparecido. Arrancados, despegados, personas anónimas no dudaron ni un minuto en que ese dibujo de Bonet era tan bueno que tenía que estar en su casa, y han acabado por dejar las paredes vacías, o mejor dicho, llenas del resto de cartelería y papeles que las rebosa día a día, que ahí seguirá durante mucho más tiempo del que seguramente esperarían sus colocadores, mientras que donde se colocaban los carteles de Paula Bonet ahora sólo hay hueco y, supongo, trazas de papel pegado que en algunos casos se resistió a ser arrancado, pese al seguro mimo con el que se emplearon los que trataban de arrancarlo de la pared. Ahora esos carteles lucen escondidos en casas individuales, pisos, lonjas, cobertizos, encerrados entre cuatro paredes, que se han convertido en pequeños museos en los que Bonet preside la estancia, en estancias antes vacías, o al menos no llenas de lo que sus propietarios consideraban arte, y que ahora ya están completas, gracias al dibujo de Paula, que ha logrado conmover a sus propietarios que, sin duda, lo observan con deleite y orgullo por ser los afortunados poseedores de ese tesoro.

No recuerdo un caso similar de pasión ciudadana desbordada, de manera aparentemente espontánea, por una obra artística, en la que la unanimidad se haya dado de forma tan rápida por parte de un colectivo de ciudadanos anónimos, poseedores de vidas de lo más dispares posibles, gustos antagónicos, creencias contrapuestas y contextos personales y sentimentales de lo más diversos. Pero a todos ellos Paula Bonet los ha conmovido. ¿Existe acaso un éxito mayor para un artista? ¿Hay un logro superior a ese? Lo dudo. No se cómo se desarrollará la carrera futura de Bonet, ni se tendrá éxito comercial o no, pero indudablemente su obra ya es relevante, y ella puede considerarse, sin duda alguna, como una artista de verdad, aclamada por un público que la ha consagrado. Bella historia.

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