Este pasado Domingo fui a ver
Gravity, última película del director mejicano Alfonso Cuarón, que ya
anteriormente dirigió la mejor de la serie de películas de Harry Potter, la
tercera, “El prisionero de Azkabán”, y sobre todo realizó una maravilla de
ciencia ficción titulada “Hijos de los hombres” que les recomiendo
encarecidamente. Gravity viene precedida por una potente campaña de promoción y
unas críticas muy buenas, tanto de la prensa especializada como del público que
ya la había visto. Y les advierto que los elogios, en este caso, son merecidos.
Resumidamente, la película trata
sobre un accidente en el espacio, a la altura de la órbita baja terrestre, y de
los avatares que sufren los protagonistas tratando de salvarse, pero en el
fondo el tema que se trata es la angustia que se vive en uno de los entornos
más hostiles imaginables cuando la técnica, la única fuente de soporte vital
que nos permite estar allí, falla. Es en este sentido una película angustiosa,
con pocos protagonistas, en la práctica dos personas, y el espacio, el
auténtico protagonista, retratado como lo que realmente es. Un lugar vasto,
frío, oscuro y depravado en el que nada de lo que conocemos o hemos
experimentado como especie a lo largo de toda nuestra existencia nos sirve para
poder orientarnos en él. Al principio de la cinta se dice, correctamente, que
en el espacio no hay aire, no hay sonido, las temperaturas son extremas y todo
puede llegar a ser completamente oscuro. Es difícil, casi imposible, lograr que
un espectador, que por motivos obvios jamás ha viajado allá arriba, pueda
llegar a experimentar esas sensaciones extremas, que no tienen nada que ver con
ninguna de las que podamos recordar o imaginar en el mundo real, en la Tierra,
por muy fascinantes o extravagantes que nos parezcan. Y el hecho de que Gravity
logre transmitir esas sensaciones es su mayor baza, su gran logro, el reto que
logra superar, lo que unido a unas interpretaciones muy buenas por parte de la
pareja protagonista ofrece como resultado una película de tensión y, hasta
cierto punto, aventuras, que te deja enganchado a la butaca y te atrapa como
hacía tiempo no sentía en una sala de cine. Por si esto no fuera suficiente, el
uso del 3D resulta modélico, ideal para trasmitir esa sensación de ingravidez,
de flotar en el aire que tan sugerente parece cuando se ve por primera vez,
pero que puede ser insufrible cuando las cosas se ponen feas y pisar el suelo
sería una garantía de seguridad y protección. No creo que sea necesario verla
en ese formato, pero si lo tienen disponible, aprovéchenlo y, por una vez,
huyendo de estafas que se venden como tridimensionales y que no son otra cosa más
que simples sacacuartos de triste factura, ajústense las gafas para flotar
sobre la Tierra. Y es que esa Tierra que se encuentra al fondo de muchas de las
escenas es uno de los protagonistas invitados que más fascinan en todo el
metraje. Mostrada en todo su esplendor, de día o de noche, con las luces de las
ciudades, los verdes de los bosques y el inmenso mar, la Tierra se contempla
desde los ojos de los astronautas, desde nuestros ojos, con una precisión y majestuosidad
como en pocas ocasiones se ha visto en la gran pantalla. No es un mero decorado
que sirve como fondo, no, sino el auténtico teatro sobre el que se representa
la tragedia de los protagonistas, y que con su inmenso tamaño y presencia
acrecienta aún más la sensación de nulidad, de insignificancia, que poseemos
los humanos, tanto como individuos perdidos en el espacio como en nuestras
vidas diarias, tensas, a veces muy desagradables, que se desarrollan sobre la
fina y casi inexistente superficie de nuestro querido, y único, planeta.
Como casi siempre, aquí también hay fallos en lo
que hace al comportamiento real de los astronautas en el espacio y a otros
detalles de física que, en la práctica, no son como se describen en la pantalla
(en
este artículo el gran Daniel Marín lo explica todo perfectamente, OJO, con
spoilers) pero eso no afecta para nada a la contemplación de la cinta, y a
las emociones que surgen a medida que la trama avanza. En definitiva, un espectáculo
de primera, una película de verdad y una fuente de sensaciones que no dejará
indiferente a ningún espectador y que, de rebote, puede hacer que prensa en
nuestros corazones, nuevamente, la llamada del espacio, la fascinación por
subir allí arriba, por explorar y conocer ese vasto mundo que se extiende más
allá de nuestras cabezas y que es lo más parecido que existe al concepto del
infinito. Ojalá Gravity, además de entretener, logre el milagro de crear nuevos
astronautas.
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