lunes, octubre 14, 2013

Cuando se percibe la felicidad (para OOM y EBC)


No les voy a engañar, me gustan las bodas. Me sumo como el más voluntarioso de los críticos a la corriente chistosa que surge en contra de las mismas cuando alguien anuncia su compromiso, y el resto de compañeros y amigos se pasa meses y meses preguntándole si está seguro de lo que va a hacer, todo ello aderezado con bromas de sal más o menos gruesa. Sin embargo la ceremonia me resulta atractiva, siempre emociona un poco, y como apuntaba la película Love Actually respecto a las zonas de llegadas de los aeropuertos, las bodas suelen ser momentos en los que predomina la felicidad entre los contrayentes y quienes les rodean.

Siendo esto cierto, a veces lo llega a ser plenamente. Este fin de semana tuve esa sensación, de estar presenciando un momento de alegría y felicidad muy puro, con motivo de la boda de uno de mis compañeros de trabajo, OOM, con su novia de toda la vida, EBC, a la que acudimos algunos de los que con él trabajamos y muchos más invitados, a quienes yo no conocía en lo más mínimo. Es lo típico de las bodas en las que uno no es familia de los que se casan, se sitúa en una mesa satélite, que junto a otras orbita entorno a las mesas familiares, y a veces se logra interactuar un poco con el espacio exterior y otras no. En este caso me llamó mucho la atención la juventud de los contrayentes y de todo su inmenso grupo de amigos. Casi sin llegar a mediar la treintena, OOM y sus amigos eran lo que uno espera de gente de esa edad. Personas animadas, ruidosas, agitadas, de gesto noble, sonrisa franca y ganas de juerga. Me imagino que en una noche de fiesta en su pueblo o ciudad deben de ser una grupo muy difícil de seguir, pero a lo largo de la cena y baile posterior la sensación que me transmitían en todo momento es que se lo estaban pasando en grande, en que todo era muy noble pero, en el fondo, muy sencillo, que allí había un buen puñado de personas que lo estaban disfrutando, y que su alegría contagiosa se extendía a los que habíamos sido invitados al convite. Sin recurrir a caros artificios ni a complejas puestas de escena, en un lugar bonito para celebrarlo, sí, pero nada ostentoso, sin hacer alarde alguno, con sencillez y, sobre todo, enorme compañía, mi compañero y su ya mujer dieron un ejemplo de lo que es celebrar una fiesta en la que todo el mundo se sentía involucrado, invitado a la misma, y en la que el papel de los amigos resultó esencial. Con proyecciones de vídeos hechos por ellos en los que se alternaban escenas de películas dobladas para la ocasión con imágenes de la infancia de los novios, con detalles de carácter personal para muchos de los invitados, con dedicación exhaustiva a las familias que, con toda la lógica del mundo, se mostraron orgullosas y contentas, la noche fue el colofón de una jornada que empezó con una ceremonia de tarde en la que el celebrante, que ofició un servicio religioso sin consagración ni comunión, demostró tener unas dotes de monologuista dignas de la mejor tradición norteamericana. Nos reímos en la iglesia, nos reímos en las fotos y nos reímos aún más en la cena, y pese a que algunos de los que allí fueron estaban afectados por dolores o pérdidas familiares muy recientes, creo que acierto al decir que todos salimos mucho mejor que como entramos a la boda, que esa alegría llegó a contagiarse en nosotros y los que allí estaban y, por ello, la noche fue un éxito, una velada de esas que uno recuerda no por lo caro que era todo o por la brillantez de un determinado vestido o palacio, no, sino por la candidez y felicidad del momento.

Vaya, dirán ustedes, “la verdad es que este hoy no me ha contado mucha cosa” pero se equivocan. En una vida en la que las satisfacciones cuestan  y las penas parecen ser gratis, y en una época en la que todos nos encontramos más o menos preocupados, y vivimos en un país desmoralizado, asistir a una celebración en la que lo más importante vuelva a ser, precisamente, el término “celebrar” es algo que debe ser destacado, proclamado y elogiado a los cuatro vientos. Ahora, que los ya casados vuelan hacia su muy lejano viaje de novios, queda el poso de lo vivido y la sensación de que, esta sí, será una pareja que viva feliz, con sus problemas y angustias, como todo el mundo, pero con la seguridad de que son queridos por sus amigos, que son legión verdadera. Gracias a ellos por lo vivido este fin de semana.

1 comentario:

peich dijo...

Gracias a ti por compartir esa alegría sincera, ese valor de lo sencillo y de la amistad.De la celebración en su más puro significado.