No les voy a engañar, me gustan
las bodas. Me sumo como el más voluntarioso de los críticos a la corriente
chistosa que surge en contra de las mismas cuando alguien anuncia su compromiso,
y el resto de compañeros y amigos se pasa meses y meses preguntándole si está
seguro de lo que va a hacer, todo ello aderezado con bromas de sal más o menos
gruesa. Sin embargo la ceremonia me resulta atractiva, siempre emociona un
poco, y como apuntaba la película Love Actually respecto a las zonas de
llegadas de los aeropuertos, las bodas suelen ser momentos en los que predomina
la felicidad entre los contrayentes y quienes les rodean.
Siendo esto cierto, a veces lo
llega a ser plenamente. Este fin de semana tuve esa sensación, de estar
presenciando un momento de alegría y felicidad muy puro, con motivo de la boda
de uno de mis compañeros de trabajo, OOM, con su novia de toda la vida, EBC, a
la que acudimos algunos de los que con él trabajamos y muchos más invitados, a
quienes yo no conocía en lo más mínimo. Es lo típico de las bodas en las que
uno no es familia de los que se casan, se sitúa en una mesa satélite, que junto
a otras orbita entorno a las mesas familiares, y a veces se logra interactuar
un poco con el espacio exterior y otras no. En este caso me llamó mucho la
atención la juventud de los contrayentes y de todo su inmenso grupo de amigos.
Casi sin llegar a mediar la treintena, OOM y sus amigos eran lo que uno espera
de gente de esa edad. Personas animadas, ruidosas, agitadas, de gesto noble,
sonrisa franca y ganas de juerga. Me imagino que en una noche de fiesta en su
pueblo o ciudad deben de ser una grupo muy difícil de seguir, pero a lo largo
de la cena y baile posterior la sensación que me transmitían en todo momento es
que se lo estaban pasando en grande, en que todo era muy noble pero, en el
fondo, muy sencillo, que allí había un buen puñado de personas que lo estaban
disfrutando, y que su alegría contagiosa se extendía a los que habíamos sido
invitados al convite. Sin recurrir a caros artificios ni a complejas puestas de
escena, en un lugar bonito para celebrarlo, sí, pero nada ostentoso, sin hacer
alarde alguno, con sencillez y, sobre todo, enorme compañía, mi compañero y su
ya mujer dieron un ejemplo de lo que es celebrar una fiesta en la que todo el
mundo se sentía involucrado, invitado a la misma, y en la que el papel de los
amigos resultó esencial. Con proyecciones de vídeos hechos por ellos en los que
se alternaban escenas de películas dobladas para la ocasión con imágenes de la infancia
de los novios, con detalles de carácter personal para muchos de los invitados,
con dedicación exhaustiva a las familias que, con toda la lógica del mundo, se
mostraron orgullosas y contentas, la noche fue el colofón de una jornada que
empezó con una ceremonia de tarde en la que el celebrante, que ofició un
servicio religioso sin consagración ni comunión, demostró tener unas dotes de
monologuista dignas de la mejor tradición norteamericana. Nos reímos en la
iglesia, nos reímos en las fotos y nos reímos aún más en la cena, y pese a que
algunos de los que allí fueron estaban afectados por dolores o pérdidas
familiares muy recientes, creo que acierto al decir que todos salimos mucho
mejor que como entramos a la boda, que esa alegría llegó a contagiarse en nosotros
y los que allí estaban y, por ello, la noche fue un éxito, una velada de esas
que uno recuerda no por lo caro que era todo o por la brillantez de un
determinado vestido o palacio, no, sino por la candidez y felicidad del
momento.
Vaya, dirán ustedes, “la verdad es que este hoy
no me ha contado mucha cosa” pero se equivocan. En una vida en la que las
satisfacciones cuestan y las penas
parecen ser gratis, y en una época en la que todos nos encontramos más o menos
preocupados, y vivimos en un país desmoralizado, asistir a una celebración en
la que lo más importante vuelva a ser, precisamente, el término “celebrar” es
algo que debe ser destacado, proclamado y elogiado a los cuatro vientos. Ahora,
que los ya casados vuelan hacia su muy lejano viaje de novios, queda el poso de
lo vivido y la sensación de que, esta sí, será una pareja que viva feliz, con
sus problemas y angustias, como todo el mundo, pero con la seguridad de que son
queridos por sus amigos, que son legión verdadera. Gracias a ellos por lo
vivido este fin de semana.
1 comentario:
Gracias a ti por compartir esa alegría sincera, ese valor de lo sencillo y de la amistad.De la celebración en su más puro significado.
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