Como en los últimos años, se
celebra en estos días la llamada fiesta del cine, unas jornadas en las que las
entradas se rebajan de precio de manera muy notable, y que para disfrutar de
semejante descuento basta con
inscribirse en una página web creada al efecto. En años precedentes se ha
comprobado que la idea fue exitosa, aumentando el público asistente a las salas
de manera notable, pero el éxito que ha suscitado la convocatoria este año ha
desbordado a organizadores, exhibicionistas y medios de comunicación. Colas
inmensas abarrotan las calles y plazas frente a los cines, como no se veía
desde hace muchos años.
El cine está en crisis, eso no es
ninguna novedad, y en España, más. Su decadencia viene motivada por varios
factores, pero los dos principales son la tecnología y el hundimiento de la
renta de los consumidores. Por el lado de la técnica, muchas son las
alternativas que han surgido, en la misma palma de la mano las más adictivas, para
proporcionar el tiempo de ocio que antes generaba la pequeña pantalla, y las
descargas ilegales de internet permiten consumir productos audiovisuales desde
casa a un coste cero y en unas pantallas cada vez más perfectas. Por este lado,
poco se puede hacer en un país concreto, porque quizás haya un público
potencial del cine que se ha perdido para siempre y que, en todo caso, costará
mucho que vuelva a sentirse atraído por la gran pantalla. El otro factor de
crisis es el puramente económico. A unos precios muy elevados, completamente
desorbitados, se le suma un IVA del 21% que los eleva a la estratosfera, y los
hace prohibitivos para el bolsillo de una cada vez más deprimida clase media,
que apenas llega a final de mes, y que empieza a ver el cine no como un
producto de ocio sino de lujo. A falta de dinero, se recorta en lo prescindible
(el desayuno no lo es y el cine sí) y habiendo alternativas de coste nulo las
salas se vacían del público que sí desearía visitarlas y que no puede hacerlo.
Consecuencia. Las salas cierran, las recaudaciones se hunden, la inversión en
películas baja y parte del talento creativo se deriva hacia la televisión,
lugar en el que actualmente se encuentran los mejores creadores, guionistas y
actores. Las voces del cine claman en un desierto cada vez más ardiente y
desolado, reclamando una bajada de impuestos que, visto lo visto, no se va a
producir, y auguran la desaparición de un sector que ha visto como en un par de
décadas se han cerrado decenas, cientos de salas, algunas de ellas convertidas
en cutrosas tiendas de moda, otras aún menos afortunadas, abandonadas a su ruina.
Y en medio de este complejo problema, llega la fiesta del cine, que logra que
en Madrid la entrada baje desde los nueve euros que cuesta en un fin de semana
normal a los 2,90, una rebaja del 66%, un tercio. Y las salas se llenan, quizás
de muchas personas que han esperado a estos días para ir a ver las películas que
estaban en cartel aprovechando el descuento, pero sin duda de muchos otros,
consumidores habituales de cine, que ya no pueden ir, que quisieran pero no se
lo pueden permitir, y que en estos tres días se están pegando un atracón para
saciar su ansia de cine, y que tras el festín volverán al mundo de las sombras,
a ver las carteleras desde la acera y a contemplar las puertas de las salas
cerradas con la etiqueta de un precio tan alto que les impide acceder.
Moraleja de todo esto. Sencilla. Vivimos en un
nuevo mundo tecnológico y en un país con una demanda deprimida que va a estarlo
durante muchos años, y si se quieren vender productos, se deben bajar los
precios. Así de sencillo. El cine que, por ejemplo, a partir de este fin de
semana rebaje el precio de sus entradas a la mitad, de manera permanente,
llenará sus salas, ingresará mucho más dinero y devengará al estado una
recaudación por IVA mucho mayor. Estas colas del cine son una plasmación práctica,
asombrosamente exacta, de la ley de la oferta y la demanda, y de la odiada por
muchos, pero certera como pocas, curva de Laffer, que viene a decir que en
ocasiones bajar los precios aumenta los ingresos, porque se vende mucho más.
Será complicado salvar al cine, sí, pero al menos pongámosle un precio
atractivo que no lo condene a la ruina.
2 comentarios:
Hola David,
Y lo que has expuesto viene a confirmar también que a la brutal deflación salarial impuesta en España todavía no se la ha acompañado de la más necesaria aun deflación de precios. Qué morro... nos imponen una pero se resisten como fieras a la otra... ¿Qué tipo de mercado es este que no se auto-ajusta a la demanda?
Un mercado cautivo, en el que la oferta aún piensa que puede mantener sus márgenes pero que, imparablemente, tendrá que ajustarse ante una cambio en las pautas de consumo que será permanente, mucho más allá de que la crisis pueda terminarse. Tarde o temprano se espabilará y bajará precios, y cuanto más tarde lo haga, peor para ella. Saludos y gracias (escríbeme un mail!!)
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