viernes, octubre 18, 2013

Panorama tras la batalla de Washington


Acaba la semana con el esperado, y descontado por todos, acuerdo en el Capitolio de Washington que ha permitido reabrir la administración federal, tras dieciséis días cerrada, y ha dado una nueva patada para retrasar el problema del techo de la deuda, poniendo el nuevo plazo límite a principios del próximo año. La tensión que se respiraba en EEUU, que se transmitió al resto del mundo, y que, curioso, apenas afectó a los mercados financieros, se ha solventado con un acuerdo de mínimos que deja claras las posturas enfrentadas, irreconciliables, que ahora coexisten en el país. No son las bases adecuadas para prosperar.

Señala Obama que esta situación ha dado alas a los enemigos de EEUU, lo cual es cierto, y viene a hacer un discurso complaciente con el adversario, declarando que no hay ni vencedores ni vencidos. Si en lo primero estoy de acuerdo, no tanto en lo segundo, porque internamente sí que hay ganadores y perdedores, aunque en conjunto se pueda decir que todos han perdido mucho más de lo que se imaginan. A ver si logro explicarme. Desde el punto de vista de la política interna de EEUU, cuyo nivel de aprecio por parte de los ciudadanos alcanza cotas aún más infames de las que se registran en nuestro país (sí, sí, es posible) es evidente que el pulso planteado por los republicanos ha fracasado, siendo estos los considerados por la opinión pública como los culpables de todo el desaguisado. Comparto la idea de fondo de que debe limitarse el crecimiento de la deuda, allí y aquí, en todas partes, porque acabará ahogándonos si no la ponemos bajo control, pero la táctica de vincular la deuda con la reforma sanitaria de Obama para, mediante una, cargarse la otra, era torticera y suponía una especia de chantaje bastante impresentable. Si los republicanos quieren abolir el “Obamacare” lo tienen muy fácil. Ganan las elecciones y lo hacen. El problema para ellos es que al paso que van tienen muy difícil ganar los comicios, porque el partido está dividido entre el republicanismo clásico y el ala del “Tea Party” que es quien ha llevado el peso de este pulso. El jefe de los republicanos en la Cámara de Representantes, John Boehner, ante el desgarro de su formación, ha optado por conservar la unidad y aliarse con el bando del “Tea Party”, lo que le ha arrastrado en su fracaso. A medida que pasaban los días y el gobierno seguía cerrado las encuestas mostraban como cada vez eran más los norteamericanos que bramaban contra Washington, en genérico, y contra los montaraces republicanos que seguían subidos a sus reivindicaciones de imposible cumplimiento. En frente Obama, un presidente tocado por el desastre de la gestión siria, ha optado por una táctica política que podríamos denominar de tipo Rajoy, sí sí, con eso de aguanta y vencerás. Ha dejado hacer a los republicanos y lograr así que se hundan en el fango de las citadas encuestas y en el silencio de sus teóricos apoyos mediáticos y económicos, todo ello aderezado con una magnífica política de comunicación, cosa que aquí no existe, que nos ha permitido ver a un presidente de EEUU que va a una hamburguesería a pedirse unos bocadillos y patatas porque la cafetería de la Casa Blanca está cerrada, o se hace unos emparedados con miembros del equipo presidencial, que están allí trabajando sin cobrar, dando así la sensación de que el poder legítimo del gobierno está cautivo de las hordas republicanas extremistas que amenazan al conjunto de la nación. En este sentido, los republicanos han perdido el pulso, salen aún más divididos y enfrentados, y con una imagen pública desastrosa, y Obama y los demócratas lo han ganado.

Pero, ¿Cuál es el coste real para el país, para todo EEUU, del espectáculo que hemos visto? Inmenso, me parece, y no sólo en lo económico. Las disputas internas han dado una imagen de desunión y sectarismo como pocas veces se ha visto en aquel país, pareciéndose por momentos a la triste España que nos toca vivir día a día. Y no se puede negar que la primera potencia mundial ha hecho el más absoluto de los ridículos delante de todo el planeta, mostrando un flanco de debilidad que, si no se aborda en serio, puede amenazar seriamente la confianza que los inversores de todo el mundo tienen en su economía y, ojo, sus títulos de deuda. Es responsabilidad de sus dirigentes evitar que algo así vuelva a suceder.

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