Se cumple la primera semana de
cierre parcial del gobierno de EEUU ante la falta de acuerdo presupuestario.
Muchos esperábamos que este juego de intereses que rige en Washington no
provocase mucho más que un cierre simbólico, de un par de días, para generar
titulares, y luego las cosas volvieran a su cauce. Sin embargo, la
parálisis continúa en los alrededores del Potomac, y no hay visos tras las
declaraciones políticas de ayer, de que el acuerdo esté cerca. No se si
llegaremos a los más de veinte días de cierre que padeció Clinton, pero por ese
camino vamos.
A medida que pasa el tiempo y la
situación se enquista, los mercados empiezan a ponerse más y más nerviosos.
Recordemos que la fecha trascendente se sitúa en el entorno del 18 de octubre,
cuando se alcanza el techo de deuda, y que para entonces debe existir un
acuerdo para incrementarla. Todos suponemos que así será, pero, ¿Y si no
hubiera acuerdo? Como han señalado varios expertos, el panorama sería tremendo,
con una administración norteamericana que se declararía en bancarrota al verse
incapaz de hacer frente a los pagos. Sinceramente no creo que veamos nunca ese
escenario, pero este enfrentamiento que transcurre en el Capitolio por el
presupuesto, la batalla preliminar previa a la guerra de la deuda, me está
dejando sensaciones profundas muy negativas e inquietantes, no tanto por las
consecuencias en sí del cierre administrativo de estos días, sino por la
aparente cerrazón y partidismo barato que, poco a poco, se está instalando en
un Estados Unidos que, hasta ahora, parecía inmune a este tipo de
comportamientos, desgraciadamente abundantes, y hasta corrientes si me apuran,
en nuestra vida política nacional. Desdramatizando la situación, y recordando
que lo que estamos viviendo en estos días no es, pese a su rareza, algo
excepcional en aquel país, lo cierto es que la sensación de que EEUU es un país
fiable, estable y sólido puede empezar a mostrar unas grietas que amenacen con
romper esta reputación. Sigue siendo la primera potencia económica mundial, con
una China que le empieza a pisar los talones, su ejército es, con mucho, el más
poderoso del mundo, su estilo de vida sigue rigiendo nuestras existencias y
allí surgen y se crean muchas de las historias que nos divierten, o atemorizan,
cuando buscamos el ocio en nuestro tiempo libre. Pero sobre todo, aunque no
parezca lo más importante, su papel rector en el mundo hace que su moneda, el dólar,
funcione como divisa franca en todo el orbe y que su deuda pública, los “treasuries”,
sean la base de las reservas de divisas y de los depósitos de la mayor parte de
entidades financieras y bancos centrales mundiales. Sí, EEUU goza el inmenso
privilegio de emitir la moneda que todo el mundo quiere comprar, y eso da un
poder inmenso, que debe usarse con cuidado. La progresiva devaluación del dólar,
que empezó tras la ruptura de la convertibilidad con el oro en los años
setenta, fue un primer golpe a esa imagen de solidez, pero la fortaleza que durante
décadas ha mostrado la economía norteamericana, y la estabilidad política de la
que, con orgullo, el país ha hecho gala a lo largo de estas décadas, han
permitido al dólar conservar su preminencia pese a un debilitamiento frente a
otras divisas que, con altibajos, ha sido constante. Y son estos dos factores
los que mantienen el sistema en pie, el poder económico y la estabilidad política.
La crisis financiera ha supuesto un golpe a la economía, que ahora empieza a ser
absorbido desde el lado norteamericano, pero que ha dejado a la economía de
EEUU con grandes desequilibrios monetarios y fiscales que amenazan su futuro.
En ese frente la batalla no está, ni mucho menos, ganada.
Y por el lado político la cosa, cada vez, se
enreda más. A generaciones de dirigentes que, manteniendo posturas muy distintas
en materias muy importantes, tenían claro lo que les unía, y que la grandeza de
su país estaba por encima de todo, les están supliendo en sus puestos jóvenes
políticos obsesionados por las encuestas diarias, intoxicados por una
propaganda falsa de mitos libertarios imposibles de llevar a la práctica y unos
egoísmos particulares que, poco a poco, están degradando la imagen de la política
de Washington hasta los infames niveles que se registran en países europeos
como el nuestro. Sí, creo que habrá acuerdo y antes del 18 la pesadilla del
impago desaparecerá, pero esta sensación de desmadre político debe ser mirada
con cuidado por los dirigentes norteamericanos. Revela un problema de fondo que
hay que solucionar por su bien, y por el nuestro.
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