viernes, octubre 11, 2013

Pongamos que hablo (de la decadencia) de Madrid


El pasado Domingo El País publicó un amplio y provocador reportaje en el que se trataba la decadencia que vive la ciudad de Madrid, en el que había muchas intervenciones interesantes y bastante ruido barato y demagógico, empezando por una portada que mostraba restos de botellón en la Plaza Mayor que, cambiando de decorado, se ve en todas las ciudades y pueblos de España muchas noches a la semana. Pero es evidente que Madrid se encuentra en crisis, y al menos este reportaje tiene el valor de decirlo en alto. Por ello, sobre todo, es valioso.

La sensación de crisis de la ciudad se ha disparado tras un verano aciago en lo que hace al turismo, con una caída de entorno al 20%, el desastre de Iberia y Barajas (que se merece una reflexión propia, que aquí no voy a abordar) y, de remate, el estrepitoso fracaso olímpico y la ridícula imagen que han proyectado las autoridades que asistieron a la cita en Buenos Aires. A excepción del Príncipe de Asturias, que intervino como es debido, el resto dieron muestra de un indigencia intelectual digna de estudio antropológico. Tras este desastre, en el que se habían puesto todos los huevos de la recuperación, la actual corporación carece de plan estratégico y de idea de ciudad, motivo fundado para que dimitiera en bloque y otras personas tratasen de encontrar un rumbo al barco. A ello se le añade, o mejor dicho, todo eso se produce, en una situación de quiebra financiera. Madrid, agobiada por una deuda inmensa, que creo se acerca a los 7.000 millones de euros, vive de una manera muy similar al actualmente cerrado gobierno de Estados Unidos, sin capacidad de endeudamiento adicional, nulas posibilidades de inversión, con apenas liquidez que le permita financiar la prestación de los servicios básicos, y con la sensación de que en cualquier momento hay que apagar la luz y dejar las llaves de Ayuntamiento a los acreedores. La reacción municipal en estos casos es la típica: recorte de prestaciones y servicios, algunos tan visibles como el apagado de farolas o la eliminación de turnos de limpieza o recogida de basuras, y rotunda negación de que se estén produciendo esos recortes, lo que aumenta el recochineo del personal y la sensación de ridículo colectivo. En definitiva, y como buen reflejo del país del que es capital, Madrid está quebrada y carente de proyecto de futuro. ¿Qué queremos hacer con Madrid? ¿Qué es lo que nos gustaría que sucediera de aquí a veinte años? ¿Qué sectores productivos, qué negocios o industrias deseamos atraer? ¿Qué imagen de marca vamos a construir? Estas y otras cientos de preguntas son necesarias para tratar de encontrar una salida a este atolladero. Muchos de los problemas actuales de la ciudad (y de España) ya existían en el momento de la burbuja, pero como un jardín excesivamente regado, la abundancia irracional de dinero hace que todos los proyectos, buenos o malos, tengan éxito, y es la sequía meteorológica y la escasez crediticia la que seca las hierbas y arruina los negocios, dejando sólo aquellas ramas que, sólidas, soportan las inclemencias del calor y la depresión. Bien, tenemos un tejido que ha sobrevivido a la depresión y cientos, miles de oficinas y locales comerciales abandonadas en cada barrio, en la periferia y el centro, esperando que alguien las ocupe. Quién, cómo lo pagará y para qué las va a destinar son las tres preguntas más importantes que debemos responder. Tenemos que lograr que los que viven en esta ciudad se animen a lanzar sus proyectos, a sacar de sí lo mucho y bueno que poseen, y que gente del resto del mundo venga a Madrid, que esta ciudad les sea atractiva, que les suponga una oportunidad de negocio, que vean que una sociedad dinámica, creativa, libre y moderna reside entre sus calles y les acoge con los brazos abiertos. Que traigan sus ideas, que las prueben, que escojan Madrid como banco de pruebas.

Y creo que el futuro no pasa, como aún piensa equivocadamente el Ayuntamiento y la Comunidad, por inversiones masivas de millonarios foráneos ávidos de normas hechas a su medida, sino por la creación de cientos, miles de empresas, pequeñas, ágiles y modernas, que permitan reconstruir el tejido urbano y de negocios que ahora languidece tras el desastre. Start ups, empresas de internet, garajes llenos de actividad, son las semillas del futuro, que debemos plantar con normas claras, pequeñas, concisas y simples, con administraciones ágiles, que permitan emprender y no sean vampiros impositivos, eliminando burocracias y aireando las posibilidades que tiene la ciudad. No veo otra manera de salir de este agujero. ¿Cuáles son sus ideas? ¿Qué hacemos?

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