El
pasado Domingo El País publicó un amplio y provocador reportaje en el que se
trataba la decadencia que vive la ciudad de Madrid, en el que había muchas
intervenciones interesantes y bastante ruido barato y demagógico, empezando por
una portada que mostraba restos de botellón en la Plaza Mayor que, cambiando de
decorado, se ve en todas las ciudades y pueblos de España muchas noches a la
semana. Pero es evidente que Madrid se encuentra en crisis, y al menos este
reportaje tiene el valor de decirlo en alto. Por ello, sobre todo, es valioso.
La sensación de crisis de la
ciudad se ha disparado tras un verano aciago en lo que hace al turismo, con una
caída de entorno al 20%, el desastre de Iberia y Barajas (que se merece una
reflexión propia, que aquí no voy a abordar) y, de remate, el estrepitoso
fracaso olímpico y la ridícula imagen que han proyectado las autoridades que
asistieron a la cita en Buenos Aires. A excepción del Príncipe de Asturias, que
intervino como es debido, el resto dieron muestra de un indigencia intelectual
digna de estudio antropológico. Tras este desastre, en el que se habían puesto
todos los huevos de la recuperación, la actual corporación carece de plan
estratégico y de idea de ciudad, motivo fundado para que dimitiera en bloque y
otras personas tratasen de encontrar un rumbo al barco. A ello se le añade, o
mejor dicho, todo eso se produce, en una situación de quiebra financiera.
Madrid, agobiada por una deuda inmensa, que creo se acerca a los 7.000 millones
de euros, vive de una manera muy similar al actualmente cerrado gobierno de
Estados Unidos, sin capacidad de endeudamiento adicional, nulas posibilidades
de inversión, con apenas liquidez que le permita financiar la prestación de los
servicios básicos, y con la sensación de que en cualquier momento hay que
apagar la luz y dejar las llaves de Ayuntamiento a los acreedores. La reacción
municipal en estos casos es la típica: recorte de prestaciones y servicios,
algunos tan visibles como el apagado de farolas o la eliminación de turnos de
limpieza o recogida de basuras, y rotunda negación de que se estén produciendo
esos recortes, lo que aumenta el recochineo del personal y la sensación de
ridículo colectivo. En definitiva, y como buen reflejo del país del que es
capital, Madrid está quebrada y carente de proyecto de futuro. ¿Qué queremos
hacer con Madrid? ¿Qué es lo que nos gustaría que sucediera de aquí a veinte
años? ¿Qué sectores productivos, qué negocios o industrias deseamos atraer?
¿Qué imagen de marca vamos a construir? Estas y otras cientos de preguntas son
necesarias para tratar de encontrar una salida a este atolladero. Muchos de los
problemas actuales de la ciudad (y de España) ya existían en el momento de la
burbuja, pero como un jardín excesivamente regado, la abundancia irracional de
dinero hace que todos los proyectos, buenos o malos, tengan éxito, y es la
sequía meteorológica y la escasez crediticia la que seca las hierbas y arruina
los negocios, dejando sólo aquellas ramas que, sólidas, soportan las
inclemencias del calor y la depresión. Bien, tenemos un tejido que ha
sobrevivido a la depresión y cientos, miles de oficinas y locales comerciales
abandonadas en cada barrio, en la periferia y el centro, esperando que alguien
las ocupe. Quién, cómo lo pagará y para qué las va a destinar son las tres
preguntas más importantes que debemos responder. Tenemos que lograr que los que
viven en esta ciudad se animen a lanzar sus proyectos, a sacar de sí lo mucho y
bueno que poseen, y que gente del resto del mundo venga a Madrid, que esta
ciudad les sea atractiva, que les suponga una oportunidad de negocio, que vean
que una sociedad dinámica, creativa, libre y moderna reside entre sus calles y
les acoge con los brazos abiertos. Que traigan sus ideas, que las prueben, que
escojan Madrid como banco de pruebas.
Y creo que el futuro no pasa, como aún piensa
equivocadamente el Ayuntamiento y la Comunidad, por inversiones masivas de
millonarios foráneos ávidos de normas hechas a su medida, sino por la creación
de cientos, miles de empresas, pequeñas, ágiles y modernas, que permitan
reconstruir el tejido urbano y de negocios que ahora languidece tras el
desastre. Start ups, empresas de internet, garajes llenos de actividad, son las
semillas del futuro, que debemos plantar con normas claras, pequeñas, concisas
y simples, con administraciones ágiles, que permitan emprender y no sean
vampiros impositivos, eliminando burocracias y aireando las posibilidades que
tiene la ciudad. No veo otra manera de salir de este agujero. ¿Cuáles son sus
ideas? ¿Qué hacemos?
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