martes, octubre 22, 2013

El final de la doctrina Parot


Uno de los temas de fondo que llevaba todo el verano anunciándose acabó por desvelarse ayer. Desde que concluyó la vista en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo sobre la doctrina Parot eran incesantes los rumores sobre si esta magistratura iba a revocarla o no. Al poco de acabar las sesiones y dictarse el visto para sentencia la sensación que dominaba era que, probablemente, la doctrina sería aprobada por el tribunal, pero a medida que se acercaba el día del fallo crecía la sensación de que la sentencia sería negativa. Ayer se confirmó esta impresión, y hoy es el día del llanto para algunos y el de la incomodidad para casi todos.

Mi sensación personal es de derrota, no lo voy a ocultar, porque creo que esta interpretación del cómputo de las penas, una cuestión contable, era una forma de dar a las penas de terrorismo y de otros graves delitos la relevancia en años y condena que no les otorgaba un código penal en el que asesinar salía muy barato. Como el legislador, léase los gobernantes, sufren de pereza congénita en España, tuvimos que esperar hasta pasado el año 2000 para que se reformase el citado código y las penas se adecuasen a lo que la sociedad demanda, y se estila en los países de nuestro entorno, poseedores de sistemas judiciales no tan garantistas como el nuestro, que escandalizarían a algunos de los bienpensantes tertulianos que no saben lo que es un delito. Así, terroristas de ETA y grandes enemigos sociales, especialmente violadores múltiples, vieron cómo se retrasaba el momento de su puesta de libertad, dejando para más adelante el inevitable momento en el que volverán a la calle en libertad, hecho que se produciría con la aplicación de la doctrina Parot o no. Recordemos que en España no existe cadena perpetua de ningún tipo, por lo que un delincuente, sea cual sea su pena, acabará saliendo de la cárcel en algún momento. Las víctimas del terrorismo acogieron con satisfacción la puesta en marcha de esta doctrina, con toda la lógica del mundo, y los sucesivos gobiernos que han regido mientras el Tribunal Supremo la utilizaba han visto con buenos ojos su aplicación, pudiera ser que por la razón moral que implica que un sanguinario terrorista siga en la cárcel, pero especialmente debido a que esta metodología judicial les evitaba abordar el marrón de la reforma del código penal, reforma que finalmente se llevó a cabo en 2005, creo recordar, y que elevó el máximo de cárcel legal a los 40 años, con cumplimiento efectivo, sin reducción alguna. Sobre el punto de los años de cumplimiento, hubo argumentos periodísticos en su momento que, para justificar la doctrina, usaban un criterio de contabilidad de años de pena entre muertes causadas para indicar que no pueden salir gratis, o muy baratas, las víctimas de un terrorista, pero me temo que la vida legal y social es más compleja que las matemáticas. Un asesino múltiple, un etarra que mata a varias personas con un coche bomba, un violador sádico que persigue a sus víctimas como un depredador implacable, jamás, reitero, jamás podrán cumplir una pena de cárcel que otorgue valor “en años” a cada uno de sus delitos, empezando por el hecho de que la vida humana es finita y cada víctima se introduce en un denominador macabro que reduce el resultado de la división. No ese ese el argumento sólido y fiable para tratar este asunto, no. La base del diseño y aplicación de la doctrina Parot era, sobre todo, tratar de dar a las víctimas de ETA una pequeña satisfacción en medio de la absoluta indiferencia y desprecio con el que las instituciones vascas y del resto de España les han tratado durante tantos y tantos años.

Y es que este es el problema de fondo. Sólo a partir de fechas muy recientes en la lucha contra el terrorismo se empezó a apoyar y a apreciar a las víctimas. Durante los años ochenta y noventa las víctimas estaban completamente abandonas por los gobiernos y la sociedad, despreciadas, olvidadas, como si fueran un residuo. Fue Gesto por la Paz, junto con algunos intelectuales valientes pero solitarios, el primero de los colectivos sociales que les presto ayuda, amparo y, sobre todo, apoyo, visibilidad. Años de abandono que han hecho que las víctimas se sientan recelosas y desconfiadas respecto a los poderes públicos, a los que siempre han visto con una doble cara al tomar decisiones que afecten a su dolor y vivencia. Por ello es comprensible y lógica su reacción ante la sentencia de ayer, que hay que acatar y cumplir, pero que va hacer revivir el dolor en su corazón.

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