Elorrio, mi pueblo de origen,
está apenas a diez kilómetros de Mondragón, aunque parezcan más ya que hay que
subir y bajar el puerto de Campazar, que divide al provincia de Vizcaya y
Guipúzcoa, en el camino entre una y otra localidad. Por ello, las industrias de
la cooperativa Mondragón tienen una inmensa presencia en toda la zona, de tal
manera que la central de Eroski está en la carretera de salida de Elorrio hacia
Durango, cabecera de comarca, y bastantes son los trabajadores de Elorrio que
día tras día suben y bajan el puerto camino a su trabajo en las cooperativas,
industriales, de servicios, educativas y de otras muchas ramas.
Por eso me imagino que, tras
conocerse ayer la noticia de que Fagor
electrodomésticos ha solicitado acogerse al preconcurso de acreedores
muchas conversaciones de temas diversos cesaron y el monotema empezó a llenarlo
todo. Origen del movimiento cooperativo, Fagor es la rama industrial más
potente de todo el grupo, poseedora de diversas líneas de producción, tanto de
electrodomésticos como de prensado de piezas, fundición y otras actividades
metalúrgicas. Es la primera de estas líneas, la más conocida por el gran público,
la que se ha arrojado a la lona tras recibir muchos golpes por parte de una
crisis que no cesa y que ha dejado esquilmado el bolsillo del consumidor, el
demandante de los productos para el hogar que Fagor elaboraba. Agobiada por las
deudas, que no dejan de crecer, y aparentemente incapaz de competir en el
extranjero, tratando de encontrar mercados que suplan la demanda de la
deprimida España, la situación del negocio es, ahora mismo, prácticamente
inviable. Con unas pérdidas operativas de entorno a sesenta millones de euros
en el primer trimestre de 2013, y una deuda acumulada que diversas fuentes
cifran entre ochocientos y mil millones de euros, es poco lo que, en
apariencia, se puede salvar de la marca y de la empresa. Las diversas
inyecciones de liquidez que el grupo cooperativo matriz ha realizado en los últimos
meses no han sido suficientes para sostener las cuentas de una empresa que ya
no es capaz de generar un flujo de ingresos que, al menos, palíe, los voraces
efectos de una deuda enorme que, sólo en intereses, debe generar unos costes
mensuales desorbitados. Desde hace meses se oían rumores por la zona al
respecto, y al resto de socios cooperativistas del grupo Mondragón se les habían
pedido sacrificios y aportaciones para destinarlos a las fábricas de Fagor,
pero al parecer todo ha sido inútil. A principios de semana saltó la noticia de
que Fagor podría “descooperativizarse” para adoptar la forma de Sociedad Anónima,
más ágil a la hora de tomar decisiones duras y sencilla en caso de llegar a una
situación límite como la que se produjo ayer. El preconcurso, para aclarar la
situación, no es una declaración de quiebra, sino una advertencia de la
proximidad de la misma, otorgándose un plazo de (creo) cuatro meses para
establecer negociaciones entre la empresa y los acreedores para tratar de
reestructurar las deudas y dar margen al negocio, así como buscar posibles
inversores o nuevas fuentes de financiación que ayuden a socorrer a la empresa.
Si tras ese plazo no hay un plan viable es cuando se declara el concurso en su
totalidad, la antigua suspensión de pago, entra el administrador judicial a
hacerse cargo de los bienes, derechos y obligaciones de la empresa y se procede
a la resolución del mismo tratando de salvar la empresa en la medida de lo
posible pero, en todo caso, atendiendo las demandas de los acreedores de la
misma. Por tanto, el proceso que empezó ayer es largo y complejo, y más aún en
el caso de una enorme cooperativa con miles de socios propietarios, pero aún
hay posibilidades de reflotar, al menos en parte, la entidad. El tiempo y las
cifras serán las que dicten la última palabra.
Símbolo de una época y forma de hacer las cosas,
Fagor es la última de las marcas famosas que se asoma al precipicio de la
quiebra, tras el desolado panorama que ha dejado la crisis económica en la
sufrida clase media española, que es la principal demandante de sus productos.
Arrasado como un erial, el bolsillo del consumidor practica una economía de
guerra en busca de la supervivencia que ha llegado para quedarse muchos años, a
la que empresas como Fagor, Pescanova o Panrico no han podido, o sabido,
adaptarse. Otras, como El Corte Inglés o algunos bancos, tratan de hacer equilibrios
para no caer a ese foso, pero la situación del mercado interior, de absoluta
depresión, hará que haya más marcas destruidas, que fallezcan en los campos de
la crisis que, aunque haya tocado fondo, seguirá muchos años con nosotros.
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