lunes, junio 22, 2020

21 de Junio, Navidad


Pocas veces en nuestra vida el cambio de estación ha supuesto una transformación más radical de lo que entendemos como normal. Cierto es que lo que tenemos ahora no es normalidad, y que esa expresión que apoda es esto de “nueva” es errónea en su más profundo sentido, porque si es normal no es nuevo, y si es nuevo no es normal, pero lo cierto es que con el final del estado de alarma se han derogado una serie de normas que, vigentes desde el sábado 14 de marzo, condicionaban completamente nuestra vida, las cumpliéramos o no. Y al más relevante de todas ellas era la limitación de la movilidad, que desde ayer dejó de existir.

Muchos convirtieron el domingo 21, la jornada que acabamos de dejar, en una versión auténtica y plena de ese anuncio navideño de unos turrones cuyo lema es el de “vuelve, a casa vuele, por Navidad”. En trenes y aviones, los menos, en coche particular casi todos, miles de españoles se lanzaron fuera de sus casas a horas intempestivas para hacerse grandes kilometradas, cerca de los mil en algunos casos, para ver a sus seres queridos, con los que no contactaban personalmente desde aquel aciago mediados de marzo en el que el mundo conocido se nos derrumbó. A lo largo del día escenas idénticas, pero cada una de ellas con una carga personal tan intensa como intransferible, se dieron en todo el país. El nervio de salir de casa, de noche, camino a una carretera que hacía meses no se pisaba, en un viaje que hasta entonces era casi rutina y ahora tiene tintes de exploración. El sentir avanzar los kilómetros, dejando atrás el lugar del confinamiento en el que, durante meses, se ha vivido, sufrido, añorado, trabajado y pasado el tiempo entre paredes convertidas en partes de uno mismo. Hacer una parada para repostar y estirar las piernas, y quizás tomar algo, aunque seguro que más de uno ha intentado pegarse todo el viaje de una tirada, de golpe, tratando de tardar lo menos posible, convirtiendo el tiempo de espera, que se cuenta por meses, en una suma menor de segundos. Y llegar, volver a ver los paisajes que uno asocia como suyos, donde en gran parte de pasó la niñez que nunca se olvida, percibir lomas de montes, arrullos del mar, eriales segados o cultivados, formas de edificios que tienen significados privados que sólo uno es capaz de expresar, bajo cuyas sombras se aprendieron por primera vez el significado de ideas como las de amor, cariño, amistad, miedo, dolor, curiosidad, donde se empezó a aprender a vivir, eso que nunca se acaba. Y llegar al barrio donde esperan los que ansiamos, a las casas, a los pisos, a lo que cada uno tenga, a esas piedras en forma de hogar que son las que sentimos como propias, y ver al dejar el coche que en la ventana están ellos, o en el zaguán, o en la lonja, o en el mismo portal del bloque de pisos. Y los abrazos. Miles, miles de abrazos se dieron ayer en todo el país, miles de apretones de carne contra carne que están vivas, que sienten, duelen, padecen y estremecen, miles de sensaciones de reencuentro como quizás no se habían vivido nunca, miles de lágrimas de ojos que se volvían a ver, que ya no necesitaban una pantalla para saber que la persona añorada estaba ahí, sino apenas unos centímetros de aire para volver a contemplar las pupilas de aquellos a los que su mirada buscábamos. Muchas de esas visiones fueron borrosas, por culpa de esas mismas lágrimas que cegaban ojos, pero esos borrones eran más nítidos que la más brillante e inmensa pantalla imaginable. Esos borrones eran auténticos, y con su baja definición, lo alumbraban todo. Nada más hacía falta.

Habrá hogares, muchos, en los que ese reencuentro no será pleno, porque ya no estarán todos. En muchos se notará la pérdida de familiares, arrebatados por la maldita enfermedad, seres queridos que se han ido en medio del desastre, a los que no se pudo despedir de ninguna manera y que ahora ya son recuerdo de los vivos que se reencuentran. A partir de hoy, además de muchas fiestas de encuentros aplazados, se empezarán a desarrollar ceremonias de duelo que no pudieron hacerse en su momento. Despedidas. Velatorios. Adioses aplazados que provocaron la soledad más cruel entre los supervivientes de la pandemia. Eso también empezó ayer, en lo que fue la auténtica Navidad de este no normal año 2020.

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