viernes, junio 19, 2020

Adiós, primavera


Pasadas las 23 horas de mañana, sábado 20, antes de que acabe el día, se acabará la primavera astronómica y empezará el verano de este año 2020, que a priori sonaba a futurista contemplado desde años anteriores y, a una jornada de su inicio, lo menos que se puede decir es que será desconcertante. El tiempo realizará un salto de estación absolutamente de libro, porque las temperaturas llevan subiendo ya unos días y escalarán sin freno a medida que se acaba la llamada desescalada, con lo que el domingo, primer día del verano, viviremos la gran parte del país la experiencia de superar los treinta grados y no pocas zonas estarán más cerca de los cuarenta que de la refrescante, es un decir, treintena.

Si tiene la sensación de que este año no ha habido primavera no se sienta solo, porque así ha sido. No en lo meteorológico, donde a veces esta estación de transición queda opacada por sus vecinas, especialmente el cada vez más largo e intenso verano. Este año ha llovido en primavera, ha habido tormentas, el tiempo se ha portado acorde con la estación, hemos tenido los vaivenes en las temperaturas propios de un cambio de fase, pero ha faltado todo lo demás. El 14 de marzo, una semana antes de la primavera, se decretó el estado de alarma, que vencerá el domingo 21, por lo que hemos estado toda la estación bajo un régimen de excepcionalidad jurídica, lo que es muy notable. Seguro que cuando ese 14 Sánchez salió en la primera de sus muchas homilías para anunciar la medida no eran pocos los que pensaban que la cosa no era aún para tanto y que esto pasaría en unas pocas semanas. La mayoría, aún entonces, no hubiera ni imaginado que esta excepcionalidad se prolongaría durante tres meses y que, de mientras, decenas de miles de compatriotas fallecerían a causa del maldito coronavirus que estaba en China pero que nunca iba a llegar a aquí, y que si llegaba nada iba a hacer, y si algo hacía poco sería, y sí… Entre suposiciones y presunciones se nos fue el tiempo al final de un invierno que, liviano en lo meteorológico, fraguaba una bomba que nos iba a dejar helados durante mucho tiempo. Salían las hojas de los árboles tras los meses de frío y oscuridad, al ritmo de la creciente duración de los días, mientras los cadáveres se nos amontonaban en los hospitales y no sabíamos ni donde dejarlos. Las primeras flores adornaron los campos que no pudieron ser pisados, porque todos estábamos encerrados en casa buscando protección y sentido a lo que pasaba fuera. La Semana Santa y sus tradiciones religiosas y civiles fueron arrasadas por un desfile mortuorio en el que las procesiones eran sustituidas por coches fúnebres y camiones militares cargados de féretros, sin que nadie formase parte de cortejo alguno de homenaje. Crecían los días en longitud y claridad a medida que lo hacía el balance de fallecidos de un sucesos que no dejaba de golpearnos y noquearnos a cada día. La primavera se consumía al igual que muchas esperanzas, que eran vencidas por mensajes y noticias que llegaban a los móviles, indicando que alguien conocido había enfermado, o que estaba grave, o había fallecido. Se cambió la hora para entrar en el horario de verano y la principal consecuencia fue que pasamos de salir a aplaudir a la ventana de noche a hacerlo de día y poder ver así las caras de nuestros vecinos, tan asombrados uno mismo. Fueron cayendo los días y la única diferencia entre todos ellos, idénticos, era el balance de muerte que arrojaban, creciente hasta un punto, menguante a partir de él. El virus acabó con la primavera y su actividad nos invernó a todos.

Es imposible contemplar este verano que se abre ante nosotros con la perspectiva de otros años. Estación habitualmente lúdica, en la que se busca el descanso, el ocio, el romper rutinas y explorar, este año el estío llega oscuro, con el Sol velado por la preocupación, encarnada en esa palabra, rebrote, apenas pronunciada antes en nuestras vidas, y con la sensación de que todo, hasta esta mínima normalidad que hemos conseguido crear tras asimilar lo sucedido, puede volverse a romper en mil pedazos en caso de que los contagios vuelvan a dispararse. No parece que el verano de 2020 vaya a ser hedonista ni pachanguero. Confiemos en que sea irrepetible, que nunca más el virus nos robe otra estación.

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