martes, junio 23, 2020

No nos relajemos


Imagino a los que se encargar de perseguir los contactos de los nuevos brotes de coronaviruis que se detectan cada día como a encargados de tapar las grietas que afloran en la pared de una presa, ansiosos en detenerlas antes de que el goteo que aflora en el hormigón se convierta en fuga que arrastre el concreto y lo fisure, tirando abajo la pared. Cada día nuevas humedades aparecen en ese muro de contención y nos afanamos en seguirlas, para evitar que, como pasó en marzo, la presa venza y el ingente caudal de lodo, en este caso vírico, nos arrase como ya lo hizo entonces. Necesitamos mucho trabajo y suerte para evitar que eso vuelva a suceder.

La noticia de ayer que indica que tres comarcas de Huesca retroceden a fase 2 por motivo de un brote descubierto entre el personal de una empresa hortofrutícola debiera hacernos reflexionar a todos sobre la fragilidad de lo que hemos conseguido y cómo está en nuestras manos el mantenerlo, y que nada va a ser completamente normal hasta que se descubra una vacuna que pueda inmunizarnos en grado suficiente frente al virus. Si ayer comentaba la alegría de los reencuentros debemos tener presente hoy, y siempre, del peligro que entrañan, de saber que cada uno de nosotros somos potenciales portadores del virus, casi imposible saberlo, y que de nuestras actitudes dependerá que durante los próximos meses la expansión del mismo esté controlada, minúsculas grietas en la presa, y que así vayamos ganando tiempo al desarrollo de la vacuna. Las imágenes de aglomeraciones en la calle no son tranquilizadoras, aunque es cierto que en verano y con alta radiación solar no es el exterior el lugar más propicio para que los virus se expandan. Esa es la causa por la que en plena temporada también, habiendo gripe, su incidencia es mucho más baja, pero el riesgo está ahí. Una fiesta descontrolada, celebraciones masivas, actos irresponsables y un reguero de situaciones pueden prender una mecha que se nos escape y, sino hacernos volver del todo a la casilla de salida, sí dejarnos tocados en lo que hace a ilusión y moral. Las fuerzas de los sanitarios, que lo han dado todo en medio del desastre y la inexistencia de medios, están muy justas, en lo física y, sobre todo, en lo emocional. Un rebrote que llevase a mucha gente a las UCI volvería a ponerlos en jaque, y muchos no están dispuestos a pasar por otra situación semejante, entre otras cosas porque aún son incapaces de olvidar lo que han visto en estos últimos meses. En los rebrotes que se están viendo el perfil de los afectados es ligeramente distinto al de la inundación inicial, con edades más tempranas y casi siempre vinculados a actividades laborales. Eso hace que la gravedad esperada de la enfermedad sea menor, porque a igual número de pacientes, parece obvio suponer que el desastre será mayor si estamos en una residencia de ancianos que en una empresa industrial, pero eso no elimina del todo los problemas, ni mucho menos, porque cualquiera de esos trabajadores que pueden infectarse, o no, ahora tiene la posibilidad de visitar a familiares mayores, estén o no en residencias, por lo que el virus puede llegar a los lugares en los que puede hacer más daño. Y a partir de ahí se puede volver a descontrolar todo. Por eso es grave que en el día de hoy, preludio de las hogueras de San Juan, se planifiquen verbenas por todo el país, imposibles de controlar en la práctica, en las que el riesgo de contagio crecerá mucho sea como sea la manera en la que se celebren, o que los irresponsables de la cosa esa del balón sigan insistiendo con su raca raca egoísta de que quieren que haya público en los estadios. ¿Desean contagiar? ¿lo ansían? Eso parece.

No somos capaces de asimilar que, de manera autónoma, cada uno de nosotros es el vehículo que puede usar el virus para expandirse, y que de nuestros comportamientos depende en gran parte que triunfe o no. En el lenguaje normal, para entendernos, dotamos de personalidad al virus y le damos voluntad propia. El virus “hace”, “actúa”, “escoge”… y esas expresiones son muy erróneas, porque esa conjunto de proteínas y ADN ni siente ni padece ni piensa ni decide. Sólo sabe replicarse si se encuentra en un ambiente posible para ello. Nada más que eso. Y nada menos. Cada uno de nosotros es el posible portador del virus que, como el anillo de poder, daña a quien lo lleva y a quienes le rodean. Será muy difícil mantener la guardia alta y que ninguno de esos rebrotes se nos escape. El riesgo de inundación es constante.

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