Imagino
a los que se encargar de perseguir los contactos de los nuevos brotes de
coronaviruis que se detectan cada día como a encargados de tapar las grietas
que afloran en la pared de una presa, ansiosos en detenerlas antes de que el
goteo que aflora en el hormigón se convierta en fuga que arrastre el concreto y
lo fisure, tirando abajo la pared. Cada día nuevas humedades aparecen en ese
muro de contención y nos afanamos en seguirlas, para evitar que, como pasó en
marzo, la presa venza y el ingente caudal de lodo, en este caso vírico, nos
arrase como ya lo hizo entonces. Necesitamos mucho trabajo y suerte para evitar
que eso vuelva a suceder.
La
noticia de ayer que indica que tres comarcas de Huesca retroceden a fase 2 por
motivo de un brote descubierto entre el personal de una empresa hortofrutícola
debiera hacernos reflexionar a todos sobre la fragilidad de lo que hemos
conseguido y cómo está en nuestras manos el mantenerlo, y que nada va a ser
completamente normal hasta que se descubra una vacuna que pueda inmunizarnos en
grado suficiente frente al virus. Si ayer comentaba la alegría de los
reencuentros debemos tener presente hoy, y siempre, del peligro que entrañan, de
saber que cada uno de nosotros somos potenciales portadores del virus, casi
imposible saberlo, y que de nuestras actitudes dependerá que durante los
próximos meses la expansión del mismo esté controlada, minúsculas grietas en la
presa, y que así vayamos ganando tiempo al desarrollo de la vacuna. Las
imágenes de aglomeraciones en la calle no son tranquilizadoras, aunque es
cierto que en verano y con alta radiación solar no es el exterior el lugar más
propicio para que los virus se expandan. Esa es la causa por la que en plena
temporada también, habiendo gripe, su incidencia es mucho más baja, pero el
riesgo está ahí. Una fiesta descontrolada, celebraciones masivas, actos
irresponsables y un reguero de situaciones pueden prender una mecha que se nos
escape y, sino hacernos volver del todo a la casilla de salida, sí dejarnos
tocados en lo que hace a ilusión y moral. Las fuerzas de los sanitarios, que lo
han dado todo en medio del desastre y la inexistencia de medios, están muy
justas, en lo física y, sobre todo, en lo emocional. Un rebrote que llevase a
mucha gente a las UCI volvería a ponerlos en jaque, y muchos no están
dispuestos a pasar por otra situación semejante, entre otras cosas porque aún
son incapaces de olvidar lo que han visto en estos últimos meses. En los
rebrotes que se están viendo el perfil de los afectados es ligeramente distinto
al de la inundación inicial, con edades más tempranas y casi siempre vinculados
a actividades laborales. Eso hace que la gravedad esperada de la enfermedad sea
menor, porque a igual número de pacientes, parece obvio suponer que el desastre
será mayor si estamos en una residencia de ancianos que en una empresa
industrial, pero eso no elimina del todo los problemas, ni mucho menos, porque
cualquiera de esos trabajadores que pueden infectarse, o no, ahora tiene la
posibilidad de visitar a familiares mayores, estén o no en residencias, por lo
que el virus puede llegar a los lugares en los que puede hacer más daño. Y a
partir de ahí se puede volver a descontrolar todo. Por eso es grave que en el
día de hoy, preludio de las hogueras de San Juan, se planifiquen verbenas por
todo el país, imposibles de controlar en la práctica, en las que el riesgo de
contagio crecerá mucho sea como sea la manera en la que se celebren, o que los irresponsables
de la cosa esa del balón sigan insistiendo con su raca raca egoísta de que
quieren que haya público en los estadios. ¿Desean contagiar? ¿lo ansían? Eso
parece.
No
somos capaces de asimilar que, de manera autónoma, cada uno de nosotros es el
vehículo que puede usar el virus para expandirse, y que de nuestros
comportamientos depende en gran parte que triunfe o no. En el lenguaje normal,
para entendernos, dotamos de personalidad al virus y le damos voluntad propia.
El virus “hace”, “actúa”, “escoge”… y esas expresiones son muy erróneas, porque
esa conjunto de proteínas y ADN ni siente ni padece ni piensa ni decide. Sólo
sabe replicarse si se encuentra en un ambiente posible para ello. Nada más que
eso. Y nada menos. Cada uno de nosotros es el posible portador del virus que,
como el anillo de poder, daña a quien lo lleva y a quienes le rodean. Será muy
difícil mantener la guardia alta y que ninguno de esos rebrotes se nos escape.
El riesgo de inundación es constante.
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