Hace
dos viernes, mientras estaba aún trabajando en casa y escuchaba la edición matutina
de La Cultureta, con Carlos Alsina y resto de equipo, saltó la noticia del
fallecimiento de Carlos Ruiz Zafón, en Los Ángeles, ciudad en la que residía, víctima
de un cáncer del que apenas yo sabía de su padecimiento. Los culturetas improvisaron
algunas palabras en medio de la sorpresa general por la noticia, por la marcha
de un hombre joven de cincuenta y cinco años. A lo largo del día, en los
telediarios, la noticia fue comentada y se hicieron semblanzas de su vida, pero
de manera breve, apresurada, sin dedicarle un espacio de relevancia especial. Y
luego apenas nada.
Zafón
ha sido el escritor español que más ha vendido en todo el mundo de las últimas
décadas, y es probable que en toda la historia moderan su registro sea
inigualable. Autor de eso que se hace llamar Best Sellers, Zafón reventó el
mercado global con “La sombra del viento” una novela especial, mezcla de géneros,
anómala en el panorama narrativo español, y que fue subiendo en ventas poco a
poco, gracias a las recomendaciones de los lectores, sin que una campaña de
publicidad la elevara a los cielos. Hubo un momento en el que La Sombra era
omnipresente en estantes, pasajeros de metro, estancias de espera. Para entonces
ya me la había leído y me dejó encantado. Es un libro excelente de un autor
distinto a los anteriores, poseedor de un mundo propio, mezcla de realismo y
fantasía. La novela atrapa y hace imposible dejarla, gracias al ritmo con el
que está construida y a los personajes que la pueblan, hallazgos encadenados
que se sienten tan reales como el peso de las cubiertas del ejemplar en los
dedos de la mano. Zafón explotó, su éxito fue arrollador, pero eso no permitió
conocer mejor a un autor distinto, que no jugaba a ser autor en el mundo de la
autoría nacional. Desde un primer momento se distinguió por no ser mediático,
por conceder pocas entrevistas, no jugaba al escondite, pero desde luego rechazó
por completo subirse al carro de la promoción mediática. Ya entonces vivía en Los
Ángeles, muy lejos del mundillo cultural español, con el que apenas compartía
experiencias. No participaba ni en polémicas ni en manifiestos, ni se prodigaba
en actos. Las contadas ocasiones en las que acudía a la feria del libro
madrileña o al Sant Jordi requería un espacio separado del resto por la
avalancha de lectores que ansiaban obtener su firma. Esta distancia, probable fruto
de una introspección, junto al arrollador éxito que arrastraba, fueron sin duda
casa de envidias y recelos por parte de otros autores y personas pertenecientes
al mundo de los libros, en el que se viven los mismos gozos y sombras que en el
resto de mundos empresariales, donde son las personas y sus deseos profundos
los que lo condicionan todo. Zafón era alguien “de fuera que había reventado el
mercado, y ya se sabe que en muchas ocasiones el éxito se ve mal (sobre todo
por parte de los que no lo poseen). Libro que se vende mucho, libro malo, se
suele pensar, y a veces es así y a veces no. En el caso del éxito de Zafón,
nada más lejos de la realidad. Posteriormente publicó la continuación de La
Sombra, en tres novelas más, que en conjunto forman una tetralogía dedicada al
cementerio de libros olvidados, o a una Barcelona imaginaria en la que un letraherido
quisiera perderse el resto de sus días. Las novelas que siguen al gran éxito
inicial son buenas, pero no tanto como la primera, cosa que suele suceder cuando
pasa el tiempo y la sorpresa de lo visto por primera vez se diluye, pero en
conjunto forman un cuerpo literario de primera división, encabezado por una
novela que merece pasar a la historia de la literatura española y universal,
que es todo un logro y que encandila a todo aquel que se haya atrevido a
comenzarla.
El
éxito de La sombra sirvió para que se reeditaran novelas de juventud del autor
que fueron vendidas con éxito menor. Tres de ellas conforman la llamada trilogía
de la niebla, y son muy recomendables, especialmente una, Marina, un fabuloso
cuento con aires góticos que es un prodigio de narración, emoción, suspense y poder
evocador. Sólo por Marina Zafón merecería muchos premios. Luego llegaría su éxito
global. Se ha muerto el autor pronto, bastante sólo, sin recibir ninguno de los
grandes premios de la literatura española. Y a buena fe que los merecía, porque
el autor que logra aunar crítica y público es aquel que triunfa de verdad. Zafón
ha hecho disfrutar a millones de lectores en todo el mundo y, a buen seguro,
los ha creado nuevos. Sus obras no acabarán en ningún lugar olvidado, ojalá su
recuerdo tampoco.
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