Seguir al actualidad
española es someterse a un continuo ejercicio de melancolía aderezado con
golpes de pecho y bravatas sonoras, tendentes al exabrupto. Si uno pretende
pararse a pensar lo que sucede será arrollado no por los hechos, sino por la
catarata de opiniones que todo lo sesgan. Lo más cómodo es sumarse a uno de los
bandos que se enfrentan en cada caso, apoyarse en los indudables argumentos que
esgrimen en todo momento, verdades reveladas absolutas, y entonces la
tranquilidad está asegurada, aunque uno tema que enfrente
viva el anticristo, y no es metáfora, ya que Fernández Díaz y otros lo temen
literalmente.
Durante unas semanas
toda la actualidad política, en medio del desastre del coronavirus, ha girado
sobre la instrucción que la jueza Carmen Rodríguez Medel tenía abierta sobre la
manifestación del 8M y su efecto contagiador. En esa instrucción el acusado era
José Manuel Franco, delegado del gobierno en Madrid y secretario general de los
socialistas en la región (ay, esa distinción entre cargos institucionales y de
partido, ¿dónde quedó?). A medida que las pesquisas judiciales avanzaban se han
producido movimientos telúricos que han supuesto una grave crisis en la Guardia
Civil por los informes que la jueza solicitaba, y se ha visto hasta qué punto
los medios de comunicación se han convertido en meros altavoces de los partidos
a los que defienden y frente a los que están completamente sometidos. La prensa
y medios del gobierno no cesaban día a día de calumniar a la jueza, a su
entorno, a la Guardia Civil y a todo lo que supusiera investigar el suceso,
llenándolo todo de oscuras conspiraciones en las que los legionarios de Cristo
y otros grupúsculos se movían más que el coronavirus en una abandonada
residencia de ancianos. En el otro lado, la prensa y medios contrarios al
gobierno ensalzaban la jueza elevándola a estandarte de moralidad que ni Juana
de Arco, y denunciaban una situación que era similar a la que se vive en Venezuela
día a día. Compraba uno el fin de semana algunos periódicos y se divertía bastante
poniéndolos en frente uno con otro, contemplando la crudeza de los titulares y
o bien dictadas que eran las crónicas impresas por parte de los órganos de
comunicación de los partidos, y lo prescindibles que resultaban los
periodistas, convertidos en copistas. Bien, dictó un auto la jueza Rodríguez
Medel en el que expone sus dudas sobre la manifestación del 8M y el papel en
ella del delegado del gobierno (que al apellidarse Franco también ha hecho que
muchos titulares sean divertidos) y al día siguiente las tornas habían cambiado
de una manera prodigiosa. Del verano al invierno. Los medios progobierno veían ahora
en Rodríguez Medel una adalid del progresismo, una magistrada solvente y
moderada, y mandaban a la basura, literalmente, todo lo que habían escrito o
dicho durante más de una semana. En el otro lado, justo lo contrario. La antes
ensalzada Juana de Arco era ahora una pusilánime, una cobarde, una sometida al poder
del implacable gobierno, y digna de quema en hoguera mediática. Miraba ese día
uno las columnas y artículos de la prensa y sólo podía sentir una profunda
melancolía, como les comentaba al principio, que en el fondo escondía la rabia
de comprobar cómo entidades serias y presuntamente profesionales, como son los
periódicos, se habían convertido en meros aparatos de propaganda de unos
partidos desnortados, que viven de la bronca de esta tarde sin tener ni
objetivos ni ideas. Ya no se usa mucho el papel prensa para envolver pescado,
como antaño, pero es curioso ver cómo se ha mantenido el valor de los peces y devaluado
el de lo impreso en el soporte.
El caso de la juez y
de la instrucción del 8M es el último, pero es uno más en la ristra de
ardorosas polémicas que llenan nuestra vida diaria que no son sino exacerbaciones
sin límite de odios ideológicos profundos, de luchas entre visiones sectarias
de la vida, muy alejadas de la compleja realidad, que exigen un partidismo
acrítico, fiel, sometido, y que desprecian a quienes, por la razón que sea, no
quieren someterse a semejante maniqueísmo propio de cutre patio de colegio. Como
suele decir Alsina, las máquinas de fango trabajan a discreción cada cierto
tiempo y su única labor es ensuciar, y en ese ambiente de opinión, insano, es
donde nos ha tocado movernos. Menudo castigo.
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