viernes, junio 12, 2020

Lo que el viento se llevó


A la mínima oportunidad surge el diablillo censor que llevamos cada uno escondido en lo más hondo, se hace con los mandos de nuestra mente y torna en fiero cruzado que, amparado en supuestos criterios morales, los que uno diga poseer, prohíbe con saña todo aquello que vaya en contra de las ideas de cada uno. Censurar es una tarea infinita, porque supone observarlo todo desde la restringida mirada de quien eleva su sesgo a óptica obligada. No hay nada que pueda escapar a semejante perspectiva, y al final el mundo entero debe ser censurado, en todos sus ámbitos, para calmar el ansia de ese diablillo, convertido en el gran dictador que, en el fondo, es.

Censurar Lo que el viento se llevó en aras de la corrección política antirracial no es sólo una estupidez, que también, sino un inmenso signo de incultura por parte de quien ejercita la censura y quien la aplaude. Esa película podrá gustar o no, ser alabada o soportada, cada uno podrá tener su criterio estético al respecto, pero es una obra de arte creada en un momento dado bajo una visión dada, y como tal refleja los condicionantes de las personas que, en su momento, la crearon. Es así de simple y, a la vez, complejo. No es posible alterar el pasado. La película observa con romanticismo el viejo sur, en el que la esclavitud era el sistema económico imperante y el que le permitía ser rentable, y eso es así porque en los años treinta mucha gente observaba con nostalgia ese viejo sur, al igual que se bailaban algunos tipos de música como el vals o el charlestón que hoy en día no suenan en las pistas de baile. Era otra época y tenía otra visión de la vida. Podemos considerar que errónea, atrasada, podemos opinar lo que nos parezca al respecto, pero la obra se hizo en ese momento con su visión, y no podemos alterarla. Usar patrones presentistas para juzgar el pasado es algo profundamente erróneo y egoísta, porque presupone que toda la verdad es la que hemos creado en el momento presente, y eso nos permite ver con superioridad a los que nos precedieron, y ese juego se nos puede volver en contra en el futuro. ¿Cómo serán observados nuestros actos, creaciones, visiones, dentro de, pongamos, medio siglo? ¿Se considerará a las primeras décadas del siglo XXI como un lugar de avance social e intelectual o serán vistas como un periodo oscurantista? No lo se, pero en todo caso cometería el mismo error el futuro habitante del planeta si, optando por la visión negativa, decide censurar obras creadas en estos años porque considere que no se adaptan a la visión predominante en las futuras décadas de los setenta y ochenta. Cada momento tiene su marco mental y en él se crean obras que, perdido ese marco, deben ser explicadas y contextualizadas, pero no destruidas ni escondidas para que no ofendan supuestas sensibilidades que son meras excusas para ejercer el derecho a veto. Los nazis eran odiosos, sí. ¿Prohibimos por ello todas las películas en las que aparezcan? ¿Hasta dónde extendemos el velo de la corrección política para no ofender y limpiar el pasado? Se habló en un momento dado de editar las películas antiguas para que los personajes no fumaran, porque el tabaco es nocivo. La toxicidad de fumar es tan obvio como estúpido el pensar que lo que se rodó cigarrillo en mano se puede entender sin él, o que una alteración de una obra es esa obra, y no un pastiche artificial sometido a censura por parte de un integrismo ciego.

El racismo se combate luchando contra las políticas que, aquí y ahora, lo permiten, persiguiendo a los que lo ejercen, y tomando medidas en nuestro mundo de hoy para que las personas que tengan actitudes racistas sean castigadas. Y eso mismo para cualquier tipo de política que deseemos llevar a cabo, pero es absurdo, estúpido y peligroso empezar a catalogar las obras creadas en el pasado, objetos que ya son fijos, en función de si cumplen ciertos estándares morales presentes. Quienes deben cumplir la moral y la ley de hoy en día son las personas que viven hoy en día. El pasado pasado está, y sus obras creadas lo fueron. Convertir el arte en “degenerado” es algo que los nazis llevaron a su más siniestra ejecución. Cuántos imitadores les surgen hoy en día a aquellos siniestros personajes.

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