martes, junio 09, 2020

La policía y The Wire (para JLRC)


Poco a poco las revueltas raciales en EEUU entran en una fase de tranquilidad en la que los saqueos y disturbios son casi inexistentes y la movilización popular enorme. Se han levantado los toque de queda en gran parte de las ciudades y las fuerzas militares que fueron llamadas por Trump para sofocar el caos están siendo retiradas. Empiezan a tomarse medidas al calor de las protestas, alguna de ellas tan absurda como la disolución del cuerpo policial de Minneapolis, cosa que será festejada por los delincuentes de todo tipo y condición (y color) que existan en la ciudad. ¿No sería más lógico arreglar la policía que deshacerla? Pues sí, pero como eso exige mucho más trabajo y esfuerzo se opta por un camino absurdo y populista.

Estas medidas y el papel de la policía en aquel país me ha hecho recordar que ver The Wire es una de las cosas que he hecho durante el confinamiento. Le pedí los DVD a mi amigo JLRC porque preveía una estancia larga en casa, de unos dos meses (acabarán siendo tres) y tenía ganas de ver la que dicen es la mejor serie de la televisión. Y es buena, muy buena. Sobre el tema que nos importa, The Wire dice mucho, tanto por el hecho de que sea la policía, en este caso de Baltimore, la que protagoniza la serie como por la crudeza con la que retrata el devenir de su trabajo y de lo que tiene en frente, en forma de cárteles locales de narcotraficantes, en los que predomina la gente negra en la dirección y trapicheo. No es el racismo el tema de fondo de la serie, pero sí aparece en todo momento un nivel de violencia en la sociedad mucho más alto que el que existe en cualquier ciudad europea, una violencia de la que son partícipes todos los miembros de la comunidad, y que se ve alimentada por la inmensa facilidad con la que en aquella nación se accede a la posesión de armas. Desde críos las pistolas de verdad suplen a los palos y dedos que simulan ser gatillos, y se usan con una contundencia y desparpajo que asombran. Sobra armamento por todas partes y cualquier banda tiene suficiente arsenal a su cargo como para montar una pequeña guerra. La policía lo sabe, y por eso ante la duda primero dispara y luego pregunta, carece de remilgos a la hora de utilizar una violencia de la que, se supone, es la única poseedora y de la que es garante de que no sea utilizada por nadie más, pero lo que vemos, capítulo a capítulo, no es sino una recreación de una guerra a baja intensidad, en este caso alimentada por las drogas y su enormes flujos financieros, en la que los disparos y la violencia no cesan, y se cargan personajes de una manera más o menos constantes. Ese nivel de violencia se da en cualquiera de las ciudades de EEUU de una manera que, vista desde Europa, es directamente incomprensible, y alienta comportamientos matonistas por parte de los agentes de la autoridad para, con la excusa de defenderse del ambiente en el que trabajan, ejercer un poder que se les puede ir de las manos con mucha facilidad. Los episodios de abuso policial en EEUU son el pan nuestro de cada día, y no sólo afectan a personas negras. Esta vez hemos visto casi en directo el ejercicio de ese abuso en la persona de Floyd, que casi ha sido ejecutado en directo delante de nuestros ojos, pero a diario son decenas, cientos, los tiroteos que se producen en aquella nación en los que fuerzas del orden y delincuencia se enfrentan en una batalla que posee grados de dureza que no somos capaces de imaginar. El pasado fin de semana, en Chicago, fueron cincuenta los tiroteos que se produjeron y diez las personas asesinadas a cuenta de ellos, en una ciudad que es grande, sí, pero que posee unas tasas criminales comparables a naciones europeas completas, y de las grandes. Ante esta perspectiva el trabajo policial se convierte en algo muy distinto a lo que estamos acostumbrados a imaginar y las posibilidades de que los cuerpos se perviertan son, la verdad, muy altas.

En la serie se reflejan muy bien las tensiones que existen dentro del propio cuerpo de policía, entre agentes más civilizados y otros amantes de la violencia para imponer justicia, la precariedad de medios y como el cuerpo usa su poder para influir en los presupuestos públicos y conseguir así dotarse de más recursos, tratando de arañar a otras partidas de gasto reguladas por una institución, en este caso la alcaldía, sumida en una casi constante quiebra y carente de autoridad moral. No explica The Wire el racismo ni cómo arreglarlo, pero sí retrata una sociedad que tiene un enorme problema en su interior, y los problemas así no se arreglan con medidas simples, ni mucho menos. Exigen reflexión profunda, eso que en estos tiempos se persigue con la misma saña con la que se actúa contra un negro que porta un billete falso.

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