jueves, junio 18, 2020

Las dudas de las cifras chinas


A hora mismo podemos dividir el mundo en dos tipos de países. Aquellos en los que la evolución epidémica es mala, mostrando curvas ascendentes de contagios y fallecidos, y los que presentan evoluciones maduras, tendentes al agotamiento del virus. Entre los primeros está gran parte de los EEUU, la mayoría de los países latinoamericanos y naciones de Asia y África como Egipto, Suráfrica o India, que presentan curvas en pleno proceso de disparo. Entre el segundo grupo de naciones destacan las europeas, que ya hemos pasado el gran brote y vivimos en el extremo de la cola, viendo como cada día la gravedad del problema va a menos.

El gran miedo de este tipo de naciones, la nuestra por ejemplo, es que se produzca un rebrote que eche al traste gran parte de lo logrado con el esfuerzo y sacrificio de todos, y ese riesgo siempre estará ahí hasta que se descubra la vacuna que nos inmunice ante el virus. Las únicas vías para que el rebrote no se de son las medidas de higiene respiratoria y de manos, y la responsabilidad individual, no hay otra. En estos dos días estamos viendo el surgimiento de dos brotes de importancia en dos naciones que han gestionado el virus bastante mejor que nosotros y que nos pueden enseñar cómo es el futuro de sobresaltos que nos espera y, sobre todo, nos vuelven a sembrar de dudas respecto a la fiabilidad de las cifras chinas sobre lo sucedido realmente en aquel país. Ayer se supo de un brote muy serio en un matadero en Alemania, que contabiliza hasta este momento más de seiscientos positivos, lo que es una cifra muy alta, en una localidad de unos cien mil habitantes. Varios son los casos de brotes surgidos en mataderos en muchos países, lo que nos hace recordar que deben extremarse las medidas de seguridad en estas empresas. De mientras emergía el caso alemán, en Pekín las autoridades empezaban a decretar medidas de confinamiento parcial en determinados distritos de la ciudad tras confirmarse que el brote detectado en un mercado de pescados y abastos de la capital superaba el centenar de casos. Uno lee las dos noticias seguidas y ya empieza a mosquearse, porque se le antoja difícil que en una ciudad alemana de pequeño tamaño se pueda dar un brote súbito de centenares de casos y que en la megalópolis china el caso no pase del centenar. La estricta diligencia de las autoridades chinas a la hora de adoptar medidas extremas de encierro de miles de ciudadanos en la capital y suspender vuelos y colegios indican también dos cosas. Una obvia, que el gobierno chino nunca duda en usar su poder absoluto para ejercerlo en caso de necesidad, y otra más retorcida, que es que no se adoptarían restricciones tan duras si no estuviéramos ante un brote de una intensidad bastante más elevada de la que se nos ha contado. Esta sensación de que China, al contrario que el chiste de cazadores y pescadores, tiene veinte casos y cuenta uno, existe desde que la epidemia llegó a las naciones europeas y las cifras de incidencia y mortalidad que reportó China en su momento fueron, lamentablemente, superadas en apenas cuatro jornadas por países como España, Italia o Reino Unido. A día de hoy China mantiene en poco más de ochenta mil los contagiados y algo más de tres mil los fallecidos como cifras oficiales de la primera ola epidémica, y esos registros tienen, de cara a la comunidad internacional, una credibilidad casi nula. No llega al absurdo de la contabilidad mortuoria de España, que es un hazmerreír global, pero las cifras que ofrece la dictadura china son consideradas unánimemente como no ciertas. Lo malo es que con el poder e influencia que tiene aquel país nadie es capaz de forzarle a que cuente realmente lo que sabe que allí pasa.

La infravaloración de las cifras chinas ha sido una de las trampas en las que caímos las naciones europeas, más allá de nuestros propios prejuicios e incompetencias, a la hora de subestimar el peligro que se nos venía encima. Los datos chinos arrojan ratios de incidencia y mortandad muchísimo menores de los que se han registrado en nuestro continente, y lo acercan más a la gripe que se pensaba que era en febrero que al desastre que resultó ser. Lo cierto es que no nos debiéramos extrañar ante la opacidad de un régimen que, treinta y un años después, aún no ha permitido que se sepa cuánta gente fue asesinada en la plaza de Tiananmen. La expresión popular de “engañar como a un chino” va a haber que cambiarla, porque ahora mismo los chinos son los espabilados y los demás somos los estafados.

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