Mientras en España perdíamos el tiempo debatiendo de manera absurda algo que no era nada, en otros lugares del mundo personajes con poder sí trazaban planes y fortalecían alianzas. A buen seguro han visto esa imagen, en el lujosísimo salón de San Jorge del Kremlin, en la que Putin y Xi Jinping posan junto a dos inmensas banderas de Rusia y China. Los mástiles son más bien postes y los lienzos patrióticos que cuelgan de ellos parecen mantelería de boda por su dimensión. Imagino a podemitas y voxeros muertos de emoción, y también envidia, al contemplar a los líderes a los que tanto admiran en secreto y envidian en público. Ya les gustaría a ellos mandar como esos dos dictadores.
La visita de Xi a Moscú ha dejado claro, por si alguno tenía dudas, en que bando milita China respecto a la guerra de Ucrania, y hasta qué punto su plan de paz es un guion trazado para que Kiev realice concesiones a Moscú, pero lo más interesante de este viaje es que se convierte en otro ejemplo del cada vez mayor impulso de la diplomacia china por hacerse un hueco en el mundo. Hace unas pocas semanas el gobierno de Xi aparecía como el muñidor de un acuerdo casi inimaginable entre Orán y Arabia Saudí, las potencias chií y suní, que llevan años enfrentándose a través de fuerzas indirectas en la cruel guerra de Yemen, y que son enemigos acérrimos en lo geopolítico y lo religioso. Pues bien, ahí aparecía en la escena el ministro de asuntos exteriores chino dando la mano tanto al representante del gobierno de Teherán como al del Riahd, en una escena de un enorme poder simbólico. Una zona convulsa, riquísima en petróleo, en la que occidente ha dictado fronteras, regímenes y acuerdos comerciales de todo tipo y que ahora pasa a estar bajo la influencia de China. El poder, como la naturaleza, aborrece el vacío, La huida de EEUU de Afganistán en el verano de 2021 fue vista por casi todos como lo que era, un repliegue de la superpotencia de un escenario en el que ha ordenado y mandado durante décadas. La pérdida de influencia de Washington en ese escenario es palpable, y quedó al descubierto cuando, al inicio de la guerra de Ucrania, el régimen saudí, tradicionalmente una extensión de la política y empresa norteamericana, no sólo se negó a condenar los hechos, sino que directamente se plantó ante la petición de Biden de que aumentase sus exportaciones de crudo para compensar las tensiones de precios en los mercados energéticos globales. La gasolinera del mundo, la nación a la que más barato le sale extraer y exportar el crudo, empezaba a no actuar como subsidiario de EEUU, y esto es un cambio radical, dado que el dominio que la casa de Saud ejerce sobre el territorio al que otorgó su nombre se debe, en origen al acuerdo con la Estándar Oil para la explotación de un recurso, el petróleo, que se intuía cambiaría el mundo. Y vaya que si lo hizo. Este vacío de poder de EEUU lo está ocupando China, que se presenta ante los regímenes autoritarios de la zona como el socio perfecto. Por el lado comercial, ofrece inversiones en caso de que el país lo necesite y una sostenida demanda de crudo para alimentar la economía china que va a garantizar negocio a los productores de crudo, y por el lado político… nada. Frente a los pesados occidentales que insisten en hablar de derechos humanos y transiciones a la democracia, China resulta ser una nación tan dictatorial como la de los sátrapas del golfo, los Ayatolas iraníes o cualquier otro dictador de la zona, y entre autócratas los acuerdos son mucho más sencillos. Y si alguien protesta tanto Riahd como Bejing saben hacer desaparecer a los periodistas o a quien ose alzar la voz con una eficacia criminal devastadora. Así, los pactos surgen, y el poder de China crece en una de las zonas estratégicas del globo.
En el fondo, y ahora que no nos oye nadie (espero que leer alguno sí, jeje) pactar con China es un peligro, es lo más parecido al abrazo del oso. La inseguridad jurídica que reina en la nación asiática y la posición de dominio que está adquiriendo lo convierten de facto en el socio determinante de toda relación, y su capacidad de extorsión a aquellos a los que exige cumplir lo que desea puede ser más que asfixiante, como bien experimentan ya varias naciones africanas, en las que China rapiña cada vez más productos. En el encuentro de Moscú, en aparente igualdad, Putin puede acabar siendo un vulgar subalterno de Xi y Rusia convertida en un territorio de explotación minera al servicio de China. Beijing reconfigura el mundo delante de nuestras narices.
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