Usamos el idioma para comunicarnos, para expresar ideas, y la vieja discusión sobre si el lenguaje conforma nuestro pensamiento o viceversa se mantiene entre algunos expertos, aunque ya bastante más atenuada. La vieja teoría de Sapir Whorf sobre la influencia que posee el lenguaje a la hora de estructurar la mente se considera superada, pero a todos, sea cual sea nuestra lengua, nos surgen en ocasiones problemas para expresar una idea en palabras, y cómo son las que usamos y cómo las representamos es algo que condiciona el cómo expresamos nuestro pensamiento. Pasa y pasará siempre, porque hay cosas que no sabremos nuca cómo decir.
En la discusión del solo con y sin acento yo he sido siempre de los tildistas, de los que opinan que debe llevarlo cuando lo necesita y no cuando no, porque es una manera sencilla de distinguir claramente dos significados que, en no pocas ocasiones, se prestan a equívoco. En el lenguaje hablado es muy difícil poder separar a veces el concepto de soledad del de unicidad y eso da lugar a juegos y equívocos, pero en el escrito, que tiene sus propias reglas, es posible establecer perfectamente la diferencia entre ambos significados sin tener que recurrir a contextos que pueden ser obvios para quien los escribe pero obtusos para otros. Se tira de tilde y ya está. Tiene su lógica que en esta discusión los escritores hayan sido siempre muy partidarios de la acentuación frente a los lexicógrafos. Éstos, los técnicos, conocen las reglas del idioma y se han inclinado habitualmente por no utilizar el acento, pero los escritores, que son los que más y mejor explotan una lengua a la hora de llevarla al extremo de lo que es capaz, se encuentran con territorios ignotos que crean de la nada y en ellos las palabras caminan como sombras, sin que las reglas que las soportan puedan ayudarles en exceso. Ahí, en esos mundos, todo lo que sea precisión y posibilidad es necesario, y por ello la batalla en la RAE ha estado siempre muy segmentada entre ambos grupos de profesionales. Durante un tiempo la regla gramatical ha caído del lado de los técnicos, lo que ha hecho que escribir sólo con acento cuando el, pongamos, periodista, lo consideraba necesario, fuera objeto de corrección por parte de la empresa editora al imprimir el artículo, eliminando todos los acentos y dejando solo a solo, no sólo cuándo solo era correcto. Ahora, tras la decisión conjunta y unánime de ayer, escribir sólo con acento no será nunca falta, dado que la acentuación queda a merced de quien lo escribe, y su sentido del contexto a la hora de decidir sí es necesario marcar o no. Algunos optarán por ser muy estrictos, otros laxos y no lo harán nunca, pero queda libre el acento sobre la o de la discordia, y todo aquel que sea puesto ya no se considerará falta. El tuit que puso Pérez Reverte la semana pasada avisando de que iba a haber bronca en la Academia al respecto elevó las expectativas de que la sesión de ayer fuera una especie de repetición de la trifulca vista entre los miembros del desgobierno que nos rige, pero los académicos, que son gente bastante más educada, sabia y lista que cualquier político, se encargaron de ejecutar una sesión plenaria llena de morbo previo que se saldó con acuerdo, ninguna bronca, nula disputa y plena concordia, solucionando un problema que llevaba tiempo dando vueltas. De paso, dieron un ejemplo a los señores, es una forma de llamarlos, que rigen la política de nuestro país, que sólo saben solucionar una de sus trifulcas creando una más gorda que sepulta a la anterior, y deja a la sociedad sola ante sus avatares, a sabiendas de que quienes gobiernan el barco, o eso dicen hacer, son los más peligrosos de entre todos los tripulantes. La RAE volvió a dar una lección y, desde el cielo, Javier Marías pudo festejar la victoria de los que no estaban solos, sólo cargados de razón.
La historia de este acento demuestra que los idiomas que hablamos están vivos, cambian, mutan con el tiempo gracias al uso que de ellos hacen los que los utilizan. Expresiones que van y vienen, términos cuyos significados se amplían, restringen o mueven en sentidos no esperados, palabras nuevas, otras que envejecen y se van al purgatorio… no se hablaba igual hace algunas décadas ni se hará como ahora dentro de unas pocas, porque la lengua estará en un contexto vital distinto, con objetos y vivencias diferentes a las que referirse. El idioma no está solo, es una de las herramientas vitales de nuestra vida, pero no la única. Es fascinante comprobar cómo evolucionan estas cuestiones. Alex Grijelmo, que de esto se lo sabe todo, fascina con cada una de sus columnas al relatar historias de la lengua y su acomodo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario