Las señales de peligro por exceso de velocidad en la carretera tienen sentido porque se puede correr mucho. No aparecen en los caminos peatonales, porque es imposible que andando o corriendo alcancemos velocidades peligrosas. El tener cuidado con la velocidad es algo que llegó con los trenes y coches, y lo tenemos interiorizado, pero el concepto de velocidad en nuestras vidas ha llegado más recientemente, y aún no hemos aprendido a asimilarlo, y la aceleración que conlleva trae también el incremento de posibles accidentes, ya no sólo en la carretera. En los mercados financieros, y de otro tipo, es algo que cada vez influye más. Y es más incontrolable.
Ayer al mediodía un analista puso en twitter un gráfico en el que comparaba los balances de determinadas entidades financieras de la eurozona según su exposición al crédito inmobiliarios de tipo comercial (oficinas, locales de negocios, etc) y el riesgo que eso suponía, y la entidad que peor parada le salía de Europa era la española Bankinter. El tuit empezó a circular, en un domingo con los mercados cerrados, y al poco rato los responsables de comunicación del banco, y algún que otro analista, publicaron mensajes en los que denunciaban que el gráfico estaba mal hecho. Había confundido préstamos con garantía comercial con los de garantía real, hipotecas sobre viviendas principalmente, de tal manera que la exposición al riesgo que quería denunciar el analista original era mucho menor para el banco español de lo que parecía. Al ver todo esto me apreció obvio que se estaba empezando a crear un problema donde no lo había, e hice mi pequeña y, a buen seguro, insignificante aportación, difundiendo entre otros analistas económicos de prestigio la información del banco y la de aquellos que habían detectado el fallo en el gráfico original. Si todo ha ido como es de esperar, hoy Bankinter sufrirá en bolsa o no, en función de cómo reaccione el mercado a lo que pasó el viernes, pero no más que el resto de entidades. Si no se llega a reaccionar tras las primeras informaciones de ayer es bastante probable que la entidad hubiera recibido hoy un castigo en los mercados y su nombre empezase a sonar entre las entidades con “problemas” que se están sucediendo estos días. En apenas unas horas la actuación diligente de los equipos del banco y de algunos expertos en balances bancarios (yo no lo soy) lograron atajar un inicio de crisis reputacional, que podría haber degenerado en otro tipo de crisis mucho más grave. La información en twitter y demás redes sociales corre a una velocidad de vértigo, y los usuarios de la banca ya no necesitan hacer cola delante de sus entidades para sacar el dinero y llevarse a otro lado. Silenciosamente abren sus apps y operan con ellas, modificando el saldo de sus cuentas y alterando el balance real del banco con sus actos por internet. El pánico bancario, la corrida de depósitos, todo eso se puede dar sin escenas en las calles, porque la virtualidad ha llegado a ese mundo. Y claro, todo a una velocidad de vértigo, ante la que las decisiones clásicas son demasiado lentas, y los mensajes a la calma no logran el efecto que sí podían tener en parte de la población que, ante problemas, debía acudir físicamente a su entidad. La vorágine de internet es capaz de devorar no sólo la imagen de un famoso, o de cualquiera, por medio de una campaña de acoso, como comprobamos desgraciadamente a diario, en procesos inquisitoriales que, vía efecto manada, se producen de un día para otro. También puede liquidar la solvencia de una entidad en horas si los depositantes, apps en mano, actúan movidos por el nerviosismo. En este caso la aceleración que se ha producido en todos los procesos es bárbara y la velocidad a la que se desarrollan tan fulgurante que las probabilidades de que se produzcan accidentes es elevadísima, Y aquí aún no tenemos señales de peligro asociadas a lo rápido que puede circular la información, porque ni si quiera somos plenamente conscientes de ello.
Como corolario de lo de ayer, no pude evitar pensar la cantidad de gente que, en banca y sistemas financieros, debe de estar ahora trabajando de guardia, día y noche, sin descanso, en un momento de tensión como el que vivimos. No hay festivos ante un mundo que no cesa y cientos de profesionales deben estar relevándose para que las redes y gestión de datos de los bancos de todo el mundo estén al quite de lo que se publica en todo momento y puedan salir al paso para dar su versión y atajar lo que puede ser una vía de agua en sus cuentas. Hoy en día el poder de la información es brutal, y su uso requiere de un cuidado exquisito. No todos son conscientes de ello. Y lo que es peor, algunos, que quieren hacer el mal, sí que lo son.
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