Una de las peores herencias que va a dejar esta legislatura es la de la descarnada lucha partidista por el control de las instituciones judiciales. PSOE con sus socios y el PP se han lanzado a la batalla arrojándose portavoces y componentes del CGPJ y demás órganos de gobierno de los jueces, lo que ha servido para bloquearlos y degradar tanto sus funciones como la respetabilidad que a ellos es debida. Es seguro que este era el fin último de algunos de los sediciosos y otros amigos del gobierno actual, pero es responsabilidad de los dos grandes partidos mantener la seriedad institucional y es suya la culpa del estado en el que quedan los órganos judiciales. ¿hasta dónde serían capaces de degradarlos si tuvieran mayorías suficientes?
Quizás lo que intenta hacer Netanyahu en Israel sea una respuesta, siniestra, a esa pregunta. Allí, con un montón de causas abiertas por corrupción contra ese primer ministro, eterno factótum de la política israelí, Netanyahu ha descubierto que la manera más directa que tiene para verse libre de los delitos de los que se le acusa es la de nombrar, desde el gobierno, a los jueces que componen el Tribunal Supremo, buscando así la vía directa para que si, alguna de las causas llegue a esa última instancia, sea sobreseída por quienes le deben el favor de sentarse en ella. La reforma judicial que plantea el gobierno de Israel es un atropello a la separación de poderes, una burla al estado de derecho, y otra muestra más de esa preocupante ola de populismo que se filtra por todas las naciones, que otorga legitimidad plena a los gobernantes salidos de refrendos populares y considera que no hay tribunal alguno que pueda oponerse a sus designios. Frente a una elección del pueblo, ¿quién es un juez para llevarle la contraria? Este argumento es algo resbaladizo y muy peligroso, porque la ley, que nos somete a todos, es la garantía última de que el que tiene poder se vea controlado, y el que no lo tiene, no sea sometido. Si los tribunales no pueden revocar decisiones del ejecutivo, entonces nada separa de una presidencia elegida de un gobierno dictatorial, sólo un refrendo previo en las urnas que es usado como coartada para legitimar todo tipo de decisiones arbitrarias. Este comportamiento, que asombra tanto como asusta, ha estado confinado durante décadas en naciones sometidas a dictaduras clásicas, siendo Latinoamérica el escenario perfecto donde más se ha llegado a utilizar esta infame manera de ejercer el poder, pero es algo que en los últimos tiempos se extiende de manera peligrosa por nuestro ámbito político. Cuando desde la incompetencia de los ministerios de Podemos se ataca a los jueces por la aplicación que hacen de la nefasta ley del sólo sí es sí se está incurriendo en ese vicio. Cuando el desalmado de Trump llama a la movilización de sus fieles para denunciar que está siendo sometido a cacería por parte de los tribunales que estudian sus numerosos presuntos delitos está buscando que la masa le amnistíe y condene a los que usan el estado de derecho para regular los comportamientos. En definitiva, actitudes infames que hace no mucho hubiéramos visto como inconcebibles se expanden en nuestras sociedades, en nuestras estructuras políticas, fomentadas por personajes que buscan su propia supervivencia y seguir asidos al poder como único objetivo vital, siendo lo demás obstáculos que deben ser removidos para ello. Demagogia, mentiras, discursos retorcidos, propaganda construida y difundida por medios afines, todo sirve para enmascarar lo que no es sino un acto ilegal, una violación de la ley, un intento de eludir las responsabilidades desde el poder y, también, un ataque a la democracia entendida como lo que es, un régimen de derechos y libertades con control del poder y sometimiento a la ley.
Las mayores manifestaciones que se recuerdan en las ciudades israelitas en mucho tiempo han logrado que Netanyahu, ayer, anunciara que aplaza durante un tiempo su reforma judicial. Busca el mandatario aplacar la ira de una sociedad que ha visto en él lo que es, un soñador de autocracias, y confía en que un tiempo de espera sirva para disolver las protestas y le permita ganar tiempo para volver a intentar la reforma en el futuro. Pero la sociedad israelí, bastante más madura que la nuestra, visto lo visto, se niega a ello, y aunque ahora afloje la presión ha demostrado que valora mucho más la democracia y el régimen de libertad en el que vive que lo que un político obseso por el poder podía ser capaz de imaginar. La ley ha ganado esta batalla en Israel, pero la guerra a la que la somete Netanyahu continua.
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