Hablamos poco de la IRA, que no es una feminización del movimiento terrorista católico irlandés del pasado, ni lo que genera ver el debate político e intelectual de nuestro país, sino las siglas de Inflation Reduction Act, una norma promulgada por Biden en EEUU que, con la idea de luchar contra la inflación y dar un impulso verde a su economía, ha diseñado un gigantesco paquete de subvenciones y ayuda para los productos que sean fabricados en territorio norteamericano. Es la plasmación, en normativa y presupuesto, del “America first” que proclamaba el faltón de Trump, pero desarrollado por un demócrata como Biden. Quizás por eso no se le critique como es debido.
La potencia financiera de esa norma, dotada con cerca de 400.000 millones de dólares, es tremenda, inalcanzable no ya para cualquier nación europea, sino para el conjunto de la UE. Es un estimulante enorme que contribuye a dopar a la economía norteamericana y genera un efecto de competencia desleal casi imposible de vencer. Frente a ello las ventajas fiscales que ofrecen los Países Bajos o Irlanda, tan de moda en estos últimos días, son limosna. Las empresas globales ven como la posibilidad de abrir una planta de producción en EEUU les conlleva un riego de millones como no son capaces de lograr en ningún sitio, dinero que compensa los costes de producción y, durante un tiempo, las enormes nóminas que cobran los trabajadores de allí frente a empleados de terceros países, que son bastante más asequibles. Así, se empieza a producir un éxodo de compañías hacia el gigante que no sólo afecta a las empresas locales, que tienen más fácil el rediseñar sus líneas de producto y llevar de vuelta a casa algunas de las que se trasladaron a terceros países (pensemos en Europa y, sobre todo, China). No, la intensidad y volumen de estas ayudas es tal que las empresas de todo el mundo se ven atraídas de manera irremediable, como lo haría usted si fuera el gestor de una de ellas. La noticia de ayer no puede ser más explícita. Volkswagen traslada su proyecto de planta de baterías que tenía pensado levantar en el este de Europa a EEUU y recibirá una ayuda de 10.000 millones. Ahí queda eso. Volkswagen es bastante más alemana que Ferrovial española, y la industria europea necesita subirse como sea al carro del coche eléctrico y sus tecnologías, siendo como es ahora mismo totalmente dependiente de EUU y China, por lo que todos los grandes proyectos de este tipo son un sueño para la nación en la que caen y un espaldarazo a las posibilidades industriales de la UE de ser competitiva en un futuro. Pues bien, esa planta de baterías, que sin duda iba a tener u arrastre muy fuerte en empleos directos e indirectos, y en inversiones de I+D+i para el suelo europeo cruzará el charco y se instalará en EEUU. Una oportunidad perdida, cazada, subastada al mejor postor, y nadie tiene más chequera que el tío Sam. La Comisión Europea ha ido incrementando el tono de sus declaraciones con respecto a la política proteccionista de Washington, pero sigue sin enfrentarse directamente a ello, quizás porque sabe que carece de elementos que puedan contrarrestarla, más allá de la imposición de sanciones que puedan entenderse vinculadas a la violación de las reglas de competencia. El presupuesto comunitario llega hasta donde llega, que no es poco, pero apenas nada frente al federal norteamericano, e iniciativas de inversión como los fondos Next Generation, de gran volumen, se pensaron para un contexto de cooperación internacional y recuperación de los efectos de la pandemia, no para una situación en la que la guerra de Ucrania y la competencia desleal de EEUU asedian a la economía comunitaria. Por su cuenta, algunas naciones con capacidad, como Alemania o Francia, han desarrollado paquetes de ayuda a sus empresas con la misma filosofía que el norteamericano, pero no pueden ser, ni mucho menos, tan ambiciosos, por falta de presupuesto y por el decoro a la hora de respetar un poco la legislación comunitaria de ayudas a empresas.
Esas naciones, ante los embates de Washington, buscan ahora que la UE relaje su corsé normativo y permita intensidades de ayuda mucho mayores y que retire el foco en la competencia entre naciones para posarlo en la necesidad de que las empresas no se vayan. Algo así como “si el resto juega sucio, no perdamos nosotros por respetar las reglas” pero no está claro si finalmente habrá acuerdos en este sentido. De mientras las discusiones prosiguen, y Rusia no descansa en su ofensiva, la decisión de ayer de Volkswagen es un mazazo enorme para nuestras expectativas europeas de inversión y tecnología futura. El mundo se nos está poniendo cada vez más cuesta arriba a los miembros de la UE.
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