Esta semana ha sido una pesadilla para los financieros y, en general, para todo lo relacionado con la economía. El que el lunes 20 sea festivo en Madrid le vendrá genial a más de uno para descansar. Hemos visto sustos de todo tipo que han empezado a tambalear la estabilidad de bancos, activos y demás variables del mundo del dinero, y es probable que esto sólo haya empezado, porque los tipos siguen altos y, tras la decisión de ayer del BCE de subirlos el medio punto que estaba previsto, más tiempo van a estar ahí en lo alto y causando efectos. La economía financiera ha entrado en un periodo de inestabilidad.
¿Y la economía real? Si recuerdan, a la vuelta del verano estábamos todos nerviosos porque las previsiones, y sensaciones, nos auguraban un otoño invierno muy duro. Finalmente no ha sido para tanto y esto ha resultado ser una de las mayores sorpresas, positiva, de los últimos tiempos. Quizás el precio de la energía, disparado en agosto, flojo en invierno, nos ha ayudado mucho más de lo esperado. Puede que también los restos del ahorro pandémico, que dan para mucho, hayan seguido tirando de la demanda, o el mero hecho de desear el disfrute por encima de todo lo demás para superar el recuerdo del encierro vivido hayan logrado que, desde septiembre, las estadísticas macro hayan recogido una subida suave de las variables y, en ningún caso, el desplome de la recesión que se temía y anunciaba. En las bolsas se produjo un suelo en septiembre octubre y, desde entonces, los mercados han subido con solidez, con inusitada solidez si me apuran desde enero, y sólo estas últimas semanas se ha visto un agotamiento de esa fuerza alcista, junto antes del gran tropezón de estos días. Podemos acudir a un montón de encuestas, fuentes de datos y nos mostrarán una economía que, a pesar de todo, resiste. Y no les voy a engañar, me tiene muy sorprendido, gratamente, pero sin saber muy bien el por qué. Si, como señalaba el pasado domingo Rafael Domenech, jefe del servicio de estudios del BBVA y uno de los maestros del análisis y previsión macroeconómica en España, si nos dijeran en septiembre que en marzo íbamos a estar con los datos que tenemos no nos lo hubiéramos creído. En medio de la sorpresa, los organismos internacionales han ido cambiando sus escenarios de previsión y, de manera unánime, han elevado las estimaciones de crecimiento de PIB sea cual sea el área y la temporalidad analizada. ¿Se pecó de pesimismo entonces? Visto desde ahora parece obvio que sí ¿Se peca de pesimismo ahora? Sólo el tiempo nos lo dirá, y semanas como esta que se acaba recuerdan que las bases que sostienen la estabilidad financiera y la confianza de los agentes pueden ser mucho más frágiles de lo que parecen. No se han conocido episodios históricos en los que ascensos de tipos como los que estamos viviendo no hayan generado luego caídas en la economía. La inversión de la curva de tipos (rinde más un título de deuda a corto plazo que a largo) se prolonga ya desde hace muchos meses y suele ser un indicador casi seguro de recesiones. Si uno escarba entre los datos podrá llegar a conclusiones de todo tipo, y eso me hace, personalmente, tener la extraña sensación de no saber dónde estamos. Desde que el otoño se encontraba avanzado y las economías occidentales no caían empecé a tener una sensación creciente de desorientación, de no saber el por qué de lo que sucede, la falta de certezas. Algo nos estamos perdiendo todos a la hora a analizar datos y recopilarlos que nos confunde ¿Empiezan a hacer efecto la riada de fondos europeos de recuperación? ¿La digitalización impulsada por el Covid ha hecho aflorar economía sumergida al mundo real y ahora vemos en el PIB cosas que antes estaban ocultas? ¿Es la disparada inflación lo que modifica el comportamiento de los agentes y leva a las estadísticas por donde no se esperaba? ¿Ha cambiado algo en la estructura de nuestras economías que está generando efectos reales?
Estas preguntas, y otras muchas, son apasionantes. Lamentablemente no tengo respuesta para ellas, y me temo que por ahora casi nadie ofrece alternativas. El miedo a que lo anunciado como recesión inevitable en otoño se presente en primavera crece tras días como los vividos, pero la prudencia, y la modestia, obliga a ser precavidos y a analizar la realidad con el máximo cuidado, a sabiendas de que estamos en una coyuntura volátil, cambiante y con pocas certezas sobre a dónde nos dirigimos, y expuestos constantemente a factores externos, la guerra como uno de los determinantes, cuya evolución es una variable completamente desconocida y sobre la que nada podemos hacer. Confiemos en que no llegue la recesión, pero preparémonos por si, como parece cada vez más probable, lo hace.
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