Recordaba ayer Juan Ignacio Crespo un dicho atribuido a Voltaire, y que reza que si ves a un banquero suizo saltando por la ventana, corre tú también a hacerlo, porque seguro que es una manera de ganar dinero. El nivel de riqueza alcanzado en ese montañoso país centroeuropeo resulta tan elevado como oscuras han sido las tácticas empleadas para atesorarlo. Neutral de hecho, aliado de todos para conservar sus riquezas, su secreto bancario ha sido tan profundo como las raíces alpinas de las montañas que llenan sus paisajes. Belleza natural extrema, según cuentan los que allí han estado, y precios a tono de las fortunas atesoradas.
Por eso el derrumbe de Credite Suisse es una de esas noticias que marcan un antes y un después, algo que uno cree que sólo pasa en países que considera mediocres, como el propio, y nunca en los idealizados ajenos, donde todo es bello y fantástico. Así es el papanatismo del pobre y sus complejos. El Credite llevaba en la picota de los medios desde hace ya bastantes meses, agobiado por claros fallos de gestión propia y problemas generales, pero su apellido, que denota su origen, era su principal salvaguardia. No hubo piedad con el Banco Popular ante una situación no tan grave como la de la entidad suiza, pero el Popular era un banco mediano de un país pobre y que no ejerce ningún papel en la zona euro, y su liquidación fue hecha sin remilgos. Cada vez que un analista comentaba cómo los números del Credite eran insostenibles se escuchaba un silencio por parte de las autoridades comunitarias, que nada podían hacer con esa entidad, pero que sí eran capaces de hablar con sus colegas helvéticos para que metieran mano en un pozo que empezaba a ser demasiado infecto. Ya a la vuelta del verano el ruido en torno al Credite empezó a ser sostenido, y la acción comenzó a caer sin remedio, y nunca volvería a subir. El marasmo organizado por el derrumbe de SVB originó la tormenta que ha pillado al Credite como lo que era, un cascarón tocado, y lo ha hundido definitivamente. Lo que no iba a tener consecuencias más allá de un petardazo en Silicon Valley ya se ha cobrado su primera gran víctima europea, en este caso fuera del área euro, y en uno de los paraísos mundiales de la banca, alojamiento de fortunas de todo el mundo a las que, por encima de todo, les encanta la discreción. Que en Suiza se hunda un banco es un notición. Que el gobierno y el banco central suizo se pasen todo el fin de semana trabajando para elabora un plan de rescate financiero y apagar el fuego de un pánico es algo que no sucedió ni tras la crisis de Lehman, y por ello lo de este fin de semana pasará a la historia de las finanzas globales. También lo hará la manera en la que se ha resuelto el entuerto, otorgando en la práctica a UBS el monopolio de la gestión privada de la banca en aquel país, y dotándole aún de un mayor carácter sistémico del que ya tenía. Suiza no ha dejado que entidades de otras naciones se queden con lo que era suyo, o metan las narices para ver lo que era de otros, y la UBS, con el respaldo del gobierno y banco central, se hará con el control de todo lo que tuviera en el balance el descuajeringado Credite, tanto lo gozoso como lo ponzoñoso. También se recordará durante tiempo las condiciones acordadas en lo que hace a la prevalencia de pérdidas, de tal manera que los accionistas han visto salvadas parte de sus carteras pero los tenedores de “Cocos” bonistas con opción a ser parte del capital de la entidad, cuyas participaciones se definen con un grado de seguridad mayor en caso de quiebra, sí van a ver cómo todas sus inversiones se esfuman. Es justo lo contrario de lo que dicta la normativa europea y norteamericana, que considera al accionista como un inversor de riesgo y se la juega y al bonista como un aportador de capital y, por ello, a proteger en caso de problemas. El que suiza haya decidido hacer las cosas al revés que el resto no tiene explicación clara, pero bien rápido han salido el BCE y al FED a decir que ellos no lo harían así. Eso frenó la sangría de las cotizaciones bancarias de ayer, que abrieron muy rojas y cerraron algo verdes.
Que Suiza se meta en problemas financieros supone la caída de un mito, de uno de esos baluartes que se consideran perpetuos en la mente de todos. No hay trama corrupta o defraudador de todo tipo que no haya llevado a Suiza parte del dinero que se ha apropiado, con la vista buena, o incluso agasajo, de las autoridades helvéticas, que saben mejor que nadie la oscuridad de las fuentes que financian su privilegio. Ahora el Bárcenas de turno ¿a dónde llevará sus mordidas? ¿Se verá obligado a esconderlas en casa en fajos de billetes? ¿Cuántos defraudadores de todo el mundo habrán perdido lo evadido en la caída de Credite? ¿Quiénes, entre ellos, fueron los más listos y derivaron sus cuentas a UBS cuando el barco empezaba a hacer aguas?
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