Ramón Tamames es mucho más listo y culto que todos los parlamentarios que hoy en día se sientan en el Congreso, empezando por los incompetentes que le han reclutado para este triste espectáculo que se desarrolla ante nosotros. A sus noventa años conserva aplomo, capacidad de respuesta y un cierto gracejo. Es bastante probable que yo no llegue a su edad y, si lo hago, en unas condiciones mucho peores, por lo que no esperen de mi alusiones sarcásticas a los años que tiene o al aspecto que presenta. No tiene él la culpa de lo que sucede en estas sesiones, sino aquellos que, en un monumental ejercicio de pérdida de tiempo, han decidido crear este sainete.
El populismo es ruidoso, sectario, bronco, falso y, además de todo eso, ineficiente. Durante los años de esta deprimente legislatura hemos tenido la oportunidad de comprobar cómo se las gasta en su versión extrema izquierda, soltando mentiras sin cesar, escribiendo leyes mal redactadas y causando daños allí por donde avanzan. Apenas nada se puede salvar del paso de Podemos y demás tropa por unas instituciones que han arrastrado por el fango con su actitud, formas y decisiones. Frente a ellos, nada agazapados, espera el reverso para llegar al poder, el populismo que se envuelve en la bandera patria para esconder la misma incapacidad, brutalismo y afán sectario. Vox apenas ha tocado poder en algunas regiones y todas sus medidas han sido disparates absurdos, meteduras de pata y declaraciones en las que el concepto de bocazas quedaba perfectamente definido por la gracia de quien las emitía. La indigencia intelectual, elevada en el conjunto de la clase política nacional, sumidero de personas de poca valía, en la que aquellas que más capaces son tratan de huir, es sumaria en las formaciones populistas, que viven a golpe de tuit zafio y ruido mediático autogenerado por sus cámaras de eco, que replican sin cesar propaganda de un nivel nauseabundo, que deja a las mentiras impulsadas a diario por Moncloa en piezas dignas del museo de la retórica. El espectáculo de una moción de censura absurda que contemplamos estos días es fruto de las inteligencias de Vox, a las que Chat GPT supera en todos los test que puedan realizarse. Visto desde la óptica del estratega político, que piensa en frío y actúa en función de cómo evoluciona el entorno, el declive en el que se encuentra el gobierno de coalición, fruto de errores propios y de la división entre sus componentes, es la mejor de las bazas para que la oposición saque rédito. Como recordaba hace no mucho Felipe González, preguntado ante el último disparate emanado de la boca del vicepresidente Iglesias, no movería un dedo para sacar del error a mi adversario, y por cada uno que cometa nada haré para evitar que siga en ello. Dejar que el gobierno se vaya cayendo ante la realidad y las consecuencias de sus errores es la táctica más limpia y práctica que tiene ahora la oposición. Por ello, organizar este espectáculo de censura sólo sirve, la verdad, para que Sánchez y Yolanda Díaz puedan mitinear desde la tribuna del Congreso sin límite de tiempo, frente a un candidato a presidente, Tamames, ninguneado por la propia formación que lo ha propuesto para el cargo. Dada la velocidad a la que se desarrollan los acontecimientos es muy probable que en una o dos semanas todo esto que vemos se haya quedado en el baúl de los recuerdos y apenas genere efectos. Las vacaciones de semana santa y, tras ellas, el esprint de la campaña electoral de las municipales y autonómicas lo llenarán todo. Quedan dos meses casi exactos para esos comicios, y las encuestas muestran una erosión del voto socialista y ascenso del PP, pero con el determinante papel de los populistas de izquierda y derecha para condicionar la gobernabilidad tras los resultados. Pasar del chantaje podemita al voxista no es un avance, sino quedarse en donde estábamos.
Se las razones que permiten que estas formaciones cosechen votos y se los quiten a los partidos clásicos, leo y escucho a los que de esto controlan y los argumentos son convincentes y reiteraos, y se dan aquí y en otras naciones, pero, en el fondo, no entiendo cómo alguien puede votar a semejante panda de inútiles, a los que ninguno de nosotros contrataría para darle un trabajo, o confiaría para cualquier cosa que nos importase. Millones de papeletas tendrán impresas, en las siguientes elecciones, unas siglas que se basan en el odio y la mentira, y cuyo único fin es obstaculizar, perseguir al contrario, impedir el avance. Bien los sabe Tamames, que fue encarcelado por un sectarismo por el hecho de militar en el otro sectarismo de la época.
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