Ferrovial es una multinacional española, propiedad de la familia Del Pino, que en sus tiempos se centró especialmente en la obra pública pero que, poco a poco, ha ido mutando a gestora de servicios y concesiones. Aeropuertos, autopistas, recogidas de basuras… su presencia en el mundo es grande y factura fuera de España algo más del 80% de toda su caja, por lo que está internacionalizada de una forma espectacular. Es una gran empresa y ejemplo de crecimiento no basado en deuda sino en decisiones meditadas, valientes y con peso económico. Sus gestores y empleados han hecho un gran trabajo para situarla en el lugar de mérito en el que se encuentra.
La decisión conocida el martes de que trasladará su sede social de Madrid a Países Bajos, no se exactamente a qué ciudad, fue una sorpresa para muchos y, desde luego, para mi. Y es una mala noticia, en todos los sentidos. En el menor, el de las pérdidas de recaudación que eso va a suponer para la Hacienda Española, porque gran parte de sus ingresos, como antes les comentaba, se obtienen fuera y no soportan doble imposición, por lo que lo que paga no es una enormidad. Y aunque fuera mucho el daño mayor no es el económico, sino el de imagen. Que una gran empresa abandone su país como sede social para irse a otro es síntoma de que algo se está haciendo mal en el país de origen. En las razones esgrimidas por la compañía para el cambio de sede son dos las más repetidas; la proyección internacional que ofrece Países Bajos a la hora de consolidar a la empresa como un proyecto global y la seguridad jurídica que existe allí, que es una manera de decir que no se encuentra aquí. No se menciona el tema impositivo, y quizás ese sea uno de los factores menores, pero es cierto que Países Bajos, junto con Irlanda y Luxemburgo, son naciones que, dentro de la UE, están jugando la carta de la competencia fiscal, y no llegan a la categoría de paraíso, pero sí que son lugares mucho más acogedores que sus vecinos y socios comunitarios en lo que hace al pago de tasas. Ante el revuelo suscitado Ferrovial ha dicho que la ganancia derivada por el cambio de sede en lo que hace a beneficios fiscales se encuentra en torno a los veinte millones de euros, que es dinero, sí, pero poco para las cuentas de una empresa de este tipo. No quiero centrarme en el problema fiscal en la UE, que lo hay, sino en lo que antes señalaba como el gran problema, el de la imagen, el de la sensación de una gran empresa que nos deja, y el mensaje que eso transmite. En un mundo global estas cosas pasan, el capital es libre, y no nos quejamos cuando multinacionales extranjeras escogen nuestro país y no otro, tampoco el suyo, para invertir, pero debemos ser conscientes de que algo hacemos mal cuando una empresa propia toma este camino de salida. Desde el gobierno se repiten mensajes contrapuestos sobre el papel de la empresa en el mundo, escuchando a algunos de sus componentes alabar a los empresarios y su labor y a otros ciscarse constantemente en ellos e insultarles sin piedad. Nada nuevo en el desgobierno que tenemos. La deriva legislativa de estos años, en los que no hay norma que no esté mal redactada y genere agujeros peligrosos de todo tipo y el afán recaudatorio no bien justificado ni legalmente argumentado de una Hacienda con un toque populista que no deja de crecer hace que muchos, como se dice vulgarmente, voten “con los pies” y decidan mover su residencia y negocios a lugares menos hostiles. Y esto no es sólo cuestión de youtubers que hacen más o menos ruido, sino de empresas de verdad, de negocios que generan una enorme demanda asociada y, reitero, imagen de seriedad y de lugar acogedor para la inversión. El gobierno tiene una parte de responsabilidad en esta decisión, y eso es innegable, aunque no lo quiera reconocer.
La noticia me da pena, y me gustaría que la empresa lo reconsiderase. Seguramente ha optado por algo así en vista de cómo el alma populista podemita que anida en el gobierno se le puede echar encima de manera insultante, como hace habitualmente, en caso de haber presentado batalla jurídica frente a algunas normas que no le gustan. Ha optado por una vía silenciosa y, sin echar pulso alguno ni mediar palabra gruesa, actuar por vía de los hechos. Todos perdemos con una decisión así, que no se si será seguida por otras compañías o no. En vez de sacar artículos poniendo a parir a la empresa por la decisión que ha tomado, todos debiéramos preguntarnos qué habría que haber hecho para evitar esto. Somos un país pobre, entre otras cosas, porque nos faltan empresas.
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