viernes, julio 31, 2020

Adiós PIB, adiós


A las nueve de la mañana de hoy el INE publicará el dato de crecimiento trimestral de la economía española en el segundo tramo del año, meses de abril a junio. El uso del término crecimiento en la anterior frase es una convención, porque la duda del dato que conoceremos en breve no es su signo, sino su magnitud, y más bien si está va a ser horrenda o más. Ayer se conocieron los datos equivalentes de Alemania, -10,1% y de EEUU, -32,9%. Hoy hace una semana el EUSTAT, instituto vasco de estadística, estimaba para la economía vasca una contracción del 20%. Como verán, cifras disparatadas, inmensas, históricas, nunca vistas. A los pocos minutos de que salga el dato se nos van a acabar los adjetivos para medirlo. Y luego sólo quedará el daño.

Destrucciones de PIB de esta magnitud sólo se observan en países en guerra, en economías de naciones sometidas a bombardeos, y aún así es realmente difícil alcanzar datos que reflejen, como en el caso estadounidense, una destrucción de un tercio del valor. Lo que estamos viviendo con la pandemia es histórico, pero lo que vamos a vivir en nuestras economías no lo será menos. La española, muy dependiente del sector servicios, con el turismo y aledaños como uno de sus principales sectores productivos, se enfrenta a una contracción que bien pudiera estar en ese entorno, y que no tiene comparación alguna con cifras del pasado. Bajadas de esta dimensión lo descolocan todo. Deshacen las cuentas públicas, en las que ingresos y gastos están muy condicionados por la evolución del ciclo económico, y que habrán sufrido caídas en su recaudación y excesos en los gastos muy por encima d las abultadas variaciones que pueda marcar el propio PIB. Las expectativas de hogares y negocios, que ya están totalmente condicionadas por lo sucedido y lo que pueda pasar con la evolución de los brotes, sufrirán con la publicación de un dato que lo único que va a hacer es reflejar lo que sea vivir de puertas para dentro durante los meses de confinamiento y tímida apertura posterior. Estadísticas como a de la EPA y su millón de empleos destruidos son la forma numérica de medir las colas del hambre que han proliferado en nuestras ciudades o la eliminación de comercios que cada día se extiende por las calles. Frenazos en la inversión como nunca antes se han visto se darán en empresas, entidades financieras y particulares, provocados por el desplome de la demanda que se vive y por la total incertidumbre que se vive ante un futuro que se mide en días, en número de infectados y en sensaciones sobre si habrá nuevos confinamientos y de qué dimensión serán. Tras cifras como las del PIB de hoy se miden realidades, hay personas, hay proyectos, familias, negocios, ilusiones. Cierto es que el PIB es una herramienta que tiene fallos a la hora de medir lo que sucede realmente en nuestras economías, pero si las pegas que se le ponen se suelen suavizar cuando registra fuertes ascensos sería infantil destacarlas en exceso cuando se desploma hasta abismos nunca vistos. Con sus más y sus menos, estas bajadas nos están contando la derivada económica del desastre sanitario que hemos vivido, derivada que viene con retraso y que durará bastante más de lo que pueda ser el problema del virus, suponiendo que las vacunas funcionen en unos meses y que para el verano que viene podamos estar diciendo adiós a esta pesadilla vírica. Los destrozos en el tejido productivo que genera una situación como la actual son mucho más duraderos y difíciles de atajar que la enfermedad. Es algo así como la larga convalecencia del enfermo que, sí, se ha curado, y sale de la UCI, pero que tardará mucho en volver a ser algo similar a lo que era. El tiempo necesario para, recuperada la estabilidad sanitaria, volver a un crecimiento normal, es desconocido.

Nuestras economías saldrán transformadas de esta crisis. Como mínimo, mucho más empobrecidas y digitalizadas. La caída de rentas que vendrá después de este desplome de PIB será generalizada, y todos tendremos que renunciar a sueldos e ingresos que hace unos meses considerábamos estables, porque no habrá con que pagarlos. La recuperación de los sectores económicos será muy desigual, a ritmos muy distintos y está por ver si algunos llegarán a tener la dimensión que alcanzaron antes de la pandemia. Y aunque en un futuro, ya sanos, las calles vuelvan a la vida, muchos locales comerciales no lo harán, arrasados por las deudas y las compras por internet, que seguirán creciendo. El dato de hoy mide un destrozo, y anticipa un futuro.

jueves, julio 30, 2020

Misión a Marte


Aproximadamente cada dos años, las velocidades y posición relativas de la Tierra y Marte permiten, con la tecnología de hoy en día, minimizar el tiempo de viaje entre ambos mundos, dejándolo en unos siete meses. Es por ello que esta denominada ventana de lanzamientos tiene siempre varias misiones preparadas para usarlas. Estaban previstas inicialmente cuatro en este año 2020, pero ya hace unos meses quedó claro que la iniciativa europea, con colaboración rusa, no estaba lo suficientemente perfilada como para lanzarse a la aventura. Su idea, poner un rover sobre el planeta, exigía que todo estuviera a mucho más del 100% de lo necesario, y no era el caso, por lo que el viaje europeo se producirá, si no pasa nada raro, en 2022.

Las otras tres misiones muestran un compendio de ambiciones tecnológicas y, también, suponen una imagen de cómo está el poder en la Tierra y de las naciones que cuentan, o se pueden permitir el lujo de pagar para contar. El primer envío, lanzado hace unas tres semanas, es una misión de los Emiratos Árabes Unidos, EAU, primera vez que una nación así y de la zona se lanza a esta carrerea. Es una misión modesta, y busca colocar un satélite en la órbita marciana que investigue su atmósfera. Además, dad la trayectoria orbital que va a poseer, se espera que pase cerca de una de las dos minilunas de Marte, Deimos, (la otra se llama Fobos) y que pueda tomar imágenes muy precisas de esa gran roca. La segunda misó, lanzada la semana pasada, es china, y supone el mayor reto al que se ha enfrentado la joven y lanzada tecnología espacial de aquel país. Es un viaje en el que van dos naves, un orbitador y un rover, que se espera se pose sobre la superficie y pueda realizar trabajo de campo analizando muestras y buscando razas de vida. Todos los intentos exitosos de amartizaje logrados en las últimas décadas llevan la bandera norteamericana, por lo que si los chinos son capaces de lograrlo habrán dado, otra vez, un golpe de efecto en una nueva mesa en la que ya son capaces de hablar de tú a tú con la gran potencia. Aterrizar en Marte es una pesadilla que junta lo peor de todos los escenarios posibles y lograr es, créanme, toda una proeza. La tercera misión al planeta rojo se lanza hoy a las 13:50 hora española desde Florida, y es norteamericana. Los americanos han conseguido pleno de éxitos en sus últimos intentos marcianos, y van poco a poco aumentado la complejidad de sus misiones. En este caso no se envía un orbitador, sólo un rover, llamado Perseverance, que es la evolución de Curiosity, que lleva ya cuatro años en la superficie de Marte y que ha supuesto un avance enorme en lo que hace al avance de la exploración del planeta. Son modelos de vehículos de gran tamaño, similares a un coche medio, y que pueden hacer decenas de kilómetros de viaje en su vida útil. Dotados de un amplio instrumental, el objetivo de Perseverance vuelve a ser la búsqueda de trazas que indiquen si hubo vida en algún momento sobre la superficie de aquel mundo, objetivo que obsesiona a todos los científicos desde que se ha demostrado que el agua sí fluyó sobre la superficie en un pasado remoto medible en muchos millones de años. Pera además de todo lo comentado, el rover norteamericano lleva un secreto muy interesante en su interior. Llamado Ingenuity, no es otra cosa que una especie de dron diseñado para despega y volar, sí , volar, por Marte. Dotado de un doble rotor de aspas y un aspecto mezcla entre un elemento de ciencia ficción y un insecto extraño, se ha creado para poder surcar la muy tenue atmósfera marciana, de una densidad ridícula comparada con la nuestra, pero que existe, y que puede ser “volada” por sí decirlo. Lograr que la misión aterrice sin percances y desplegar el Ingenuity sin problemas ya será todo un reto, pero si hay éxito la simple idea de poder contemplar Marte en vuelo, a través de los pequeños saltos que sea capaz de llevar a cabo este robot es, simplemente, fascinante.

Si todo va bien, las tres naves llegarán, como una flota invasora, a la órbita marciana para mediados finales de febrero de 2021, y a partir de ahí, en pocos días, sabremos si han tenido éxito sus maniobras de inserción y, en el caso chino y norteamericano, amartizaje, que es lo más difícil de todo. Para entonces es de esperar que el panorama pandémico que nos absorbe por completo a los terrícolas esté algo más despejado, y quizás tengamos ya a varios millones de personas vacunadas ante la maldita enfermedad, y podamos contemplar el futuro con algo más de esperanza. Futuro que, ineludiblemente, pasa por las estrellas y, paso a paso, por los planetas vecinos al nuestro, que cada día conocemos mejor y que no dejan de ofrecernos sorpresas y maravillas para ser exploradas.

miércoles, julio 29, 2020

No es estacional


A medida que avanza el número de positivos en España y las curvas se encrespan empiezan a quedar dos cosas claras. Una es que no hemos tomado medida alguna para retrasar esta nueva oleada de positivos, con todas las consecuencias negativas que se derivan de ello, y otra es que, como siempre, centramos todos nuestros esfuerzos en debates estériles y en buscar culpables ante lo que sucede, en vez de evitar que pase. Es más cómodo discutir sin trabajar, lanzarse a la arena de los medios y decir cosas antes que ponerse a invertir recursos en rastreadores cuando son útiles o diseñar estrategias y escenarios que exigen pensar, meter horas, dedicarles un tiempo que, sin duda, nuestros políticos ven mejor empeñado en su gresca y estulticia.

La discusión de esta semana, en medio de cifras cada vez peores, es si estamos ante una segunda oleada del virus, y en gran parte me atrevo a decir que sí, pero con matices. El sí viene de la forma de las gráficas, que fabrico a mano en medio del desastre de datos que suministra un desbordado y antediluviano Ministerio de Sanidad, completamente inoperante. Los crecimientos no de la variable de infectados en las últimas 24 horas, que son intensos pero falaces, sino los de la de infectados totales, muestran que comunidad des como Aragón, Cataluña o Navarra se encuentran en pleno proceso de disparo. En ellas el contagio ya es comunitario y pueden ir despidiendo a los rastreadores que no contrataron, porque esa labor de traza, fundamental para evitar lo que ahora vemos, debió hacerse antes, ahora no tiene mucho sentido. Las cifras de Madrid también están despuntando, tras semanas aletargadas, con el sistema sanitario aún grogui y el rastreo prometido completamente incumplido. Es encomiable la manera en la que las CCAA han cumplidos los compromisos a los que llegaron en las fases de la pasada desescalada, ahora que vemos una reescalada de los casos. Cierto es que, afortunadamente, los hospitales y UCIs aún no muestran repuntes serios, sí crecimientos, pero desde niveles tan bajos que no resultan significativos, y esto se debe en parte tanto al retraso que existe entre el inicio de síntomas y el posible ingreso hospitalario como al hecho de que ahora se detecta más y mejor, y el número de asintomáticos es superior, lo que infla la curva de positivos más de lo que lo hará la de hospitalizados y fallecidos. Pero el crecimiento de positivos es innegable, y también nos dice otra cosa sobre la que se discutió mucho en el pasado. Estos días hace un calor muy intenso en todo el país, estamos en lo más duro de un verano que empezó suave y está siendo severo. Los 40 se alcanzan día tras día en muchas zonas del país, entre ellas Zaragoza, y eso no afecta al número de positivos, por lo que parece ser evidencia de que estamos ante un virus que no es estacional, como el de la gripe. Como todos los virus, el calor extremo no le sienta bien, sobrevive mucho menos en superficies que estén calientes al sol y sometidas al baño de ultravioletas que queman nuestra piel, y el hecho de que el buen tiempo nos haga estar más en la calle reduce las opciones de transmisión, muy potenciadas en los espacios cerrados, pero el virus en su conjunto no muestra un comportamiento asociado a las estaciones, con rebrotes invernales y apaciguamientos estivales, comportamiento típico de las gripes. Sus olas no vienen, por tanto, por la meteorología, sino por la dinámica de la sociedad en la que se encuentra. Si la sociedad se encierra la transmisión se reduce y la incidencia baja, mientras que si la sociedad se abre la transmisión crece. Por ello, picos y valles de contagios se correlan intensamente con la dinámica de la sociedad en cada momento, y esperar que tengamos una pausa de la epidemia en agosto porque hace calor es una quimera que empieza a desdibujarse en los análisis de todos los que saben de esto (ninguno es político, obviamente).

Visto lo visto, a medida que los países reabren y salen de los confinamientos tendrán olas epidémicas de diversa intensidad, quizás en su mayoría menor de lo que lo fue la primera, pero inevitables. El sistema de rastreo y prevención que se debía haber instaurado tras la ola inicial era una manera de comprar tiempo, de retrasar la segunda avalancha lo más tarde posible para dar margen a las economías para recuperarse algo y otorgar ventaja a las pruebas de las vacunas, que por mucho que se precipiten, no podrán ser dadas por mínimamente operativas hasta finales de este año. Ese margen de tiempo que da algo de serenidad, y que naciones como Alemania están disfrutando, es lo que hemos desperdiciado por completo en España por nuestra total incompetencia en la gestión del rastreo de contactos. Agarrémonos fuerte para lo que pueda venir.

martes, julio 28, 2020

Fernando Simón debe rectificar sobre el turismo


Fernando Simón se ha convertido en la cara de la epidemiología en la crisis del coronavirus. Ha tenido el valor, que otros no han mostrado, de salir a la palestra en medio de los días más duros, asumiendo golpes y fracasos que eran suyos y de sus jefes. La infantil banderiza política que anida en nuestra sociedad ha cogido a Simón como emblema. Los defensores del gobierno lo ensalzan por encima de todo y los críticos con el ejecutivo lo acusan sin cesar. Obviamente, Simón ha acertado en algunas cosas y se ha equivocado en otras. Es un mandado que actúa forzado por la administración a la que se debe y en esa clave deben leerse algunos de sus mensajes. El tiempo lo juzgará, y de algunas cosas le absolverá, de otras no.

Una de las cosas por las que se le criticará por tiempo es por sus declaraciones de ayer, en las que agradecía la cuarentena británica y las recomendaciones de aquel gobierno para que no se viaje a España. El argumento para semejante afirmación tiene lógica si sólo pensamos en la epidemiología, y vemos que las tasas de contagio en Reino Unido son superiores a las de la mayoría de los destinos turísticos españoles, y disparatadas si las comparamos con las de Baleares o Canarias. Con ese argumento en la mano, aparece el concepto de caso importado y ante ese riesgo lo mejor y más prudente es evitar que venga alguien a nuestro territorio. Dicho así tiene lógica, y es cierto, pero yerra Simón en, al menos que se me ocurran de golpe, dos aspectos muy importantes. Uno es que nos bastan y sobran los casos nacionales para que se nos descontrole la epidemia en España, sin tener que recurrir a casos importados. El desastre de las estrategias de rastreo puestas en marcha por las CCAA es total, dado que apenas hay estrategias ni rastreadores, y a día de hoy tenemos transmisión comunitaria garantizada en, al menos, Aragón y Cataluña, y serias sospechas de que en zonas de Navarra o Murcia se puede estar ante el mismo fenómeno. Una vez que esa transmisión se inicia el rastreo pierde su sentido. De hecho, el rastreo se crea precisamente para controlar los brotes, podarlos y evitar que se produzca la transmisión comunitaria. Por lo tanto, el argumento del caso importado, que sería relevante de no haber casos propios, se convierte en anécdota ante lo que estamos viendo en algunas CCAA. El otro gran fallo de Simón es no asumir la desgracia, la infinita desgracia que supone para gran parte del país la decisión del gobierno británico, que condena a la ruina a miles de empresas y negocios, a millones de personas, que en determinadas regiones como las insulares o gran parte de la costa mediterránea viven del turismo. Y cuando digo viven quiero decir que sin él se mueren, no ingresan nada, se van a la pobreza extrema. La visión de las declaraciones de Simón encierra una ceguera sesgada por el tecnicismo de su posición que es lesiva para sus propios intereses, para los del control de la epidemia y para el conjunto de la sociedad. ¿Qué opinaríamos si un economista nos dijera que el paro es voluntario, y que la manera de acabar con él es bajarse el sueldo hasta que todo el mundo fuera contratado? Le acusaríamos de todo, pero lo cierto es que su teoría es correcta. Un señor puede estar dispuesto a contratarme por, pongamos algo muy bajo, 100 euros al mes, pero yo no estoy dispuesto a cobrar eso, quiero más. El contratador se niega, no me da el trabajo y yo estoy en paro. Esto es la base de la teoría de la oferta y demanda de empleo, así, en crudo. Muchas décadas de experiencia y regulación han ido acotando ese mercado para evitar situaciones crueles y absurdas como las descritas, de tal manera que la ley permita la contratación y unos ingresos mínimos al empleado y unos beneficios mínimos al empresario (seguimos discutiendo mucho sobre todo esto, y más en el disfuncional mercado laboral español) pero si un economista puro, racional y frío nos contestara a la pregunta de por qué hay desempleo su argumento sería el relato que les hemos contado.

El encierro total, el cierre de fronteras, garantiza al epidemiólogo la contención del virus y el freno de la epidemia, tan obvio como que el salario cero garantiza empleo infinito, pero la esclavitud es ilegal y el confinamiento, como vivimos hace pocos meses, tiene unos costes sociales y económicos devastadores. Para evitar eso se trató de diseñar la estrategia de rastreo, que permitiera ganar tiempo y aplacar los brotes antes de que las cifras volvieran a crecer, ganando semanas y meses hasta que la vacuna esté aquí, pero como eso del rastreo ha sido otro fracaso nuestro nos encontramos ante el peor de los escenarios posibles. Simón debiera rectificar, mostrar su comprensión ante los millones de personas que viven del turismo, el 12% de nuestro PIB. Declaraciones como esas son un error en forma y fondo.

lunes, julio 27, 2020

¿Qué hacemos sin turistas?


Recuerdo que en mis primeros veranos en Madrid asistía al vaciamiento de la ciudad en agosto en una escala gigantesca, que me recordaba a mi propio pueblo, Elorrio, que en ese mes se convierte en un lugar fantasma, despoblado, abandonado por los residentes que huyen a sus segundas viviendas o a los pueblos de origen. El fenómeno turístico en Madrid era escaso, presente, pero no relevante. Ha sido estos últimos cinco o seis años en los que se ha producido un disparo de turistas con destino a la capital que ha transformado, y no sólo, los veranos. A su alrededor se ha creado un enorme ecosistema económico que daba empleo y riqueza a miles y miles de personas.

Si el turismo era relevante en Madrid, es vital, absolutamente vital, en gran parte del resto del país, y, en determinadas regiones, supone prácticamente la única fuente de ingresos y forma de vida. Por eso la crisis del coronavirus se vio desde un principio como una bomba en ese sector, y muchos no entendíamos el desprecio, la altanería, la inconsciencia con la que, desde determinados cargos y autoridades, se observaba el derrumbe de un sector que es nuestra principal fuente de divisas. El aplanamiento de la curva allá por finales de mayo principios de junio supuso un alivio para algunos de los gestores de establecimientos turísticos al ver que, quizás, algo podría salvarse, una vez que en la UE se empezaban a levantar barreras entre países y a crear corredores seguros, que luego se fueron convirtiendo en flujos de viajeros. Lejos de lo de otros años, sí, pero algo era algo. Sin embargo, el repunte de positivos que observamos desde hace dos semanas, que es especialmente intenso en nuestro país, ha llevado a lanzar los primeros avisos de precaución a algunas de las naciones vecinas, que observan como España no es el destino seguro que se les vendió, y que también notan que en sus propios países, más despacio que en el nuestro, vuelven a crecer los positivos. La decisión tomada la noche del sábado por el gobierno británico para reinstaurar una cuarentena para todos aquellos que hayan pasado por España en los últimos días es un golpe mortal para el sector del turismo, que tiene en los británicos a su principal cliente. Dieciocho millones de residentes en las islas nos visitaron el año pasado. Repita la cifra, dieciocho millones de personas, y en los meses de julio y agosto fueron algo más de dos millones de personas las que vinieron cada mes. El gasto medio de ese turista, el guiri por excelencia, es de unos mil euros, por lo que no hace falta ser un genio para calcular los miles de millones de euros que están en juego, una manera diplomática para no admitir que están prácticamente perdidos. Esta decisión del gobierno de Boris Johnson también destruye por completo el flujo inverso, el de miles de españoles que todos los años visitan aquel país, por motivo profesional, personal o de ocio, y que desde hoy se ven en la necesidad de cancelar sus viajes, porque de nada sirve ir a un sitio en el que vas a tener que estar retenido. Ya desde hace meses se produjo la cancelación de miles de cursos y programas de intercambio de idiomas, que mueven una friolera de euros y personas durante los meses veraniegos, y que suponen un enorme flujo de ingresos para miles de familias británicas, que alojan en sus casas a los estudiantes. Quedaba, como antes comentaba, el consuelo de que al menos los intercambios de otro tipo se pudieran mantener y, mal que bien, minimizar en la medida de lo posible los daños mutuos, pero eso ya no pasará. Amparado por el crecimiento de nuestros contagios, alarmante, sí, pero en tasas aún menores a las que se registran en las propias islas, la decisión de Johnsosn es un mazazo para nuestra economía, un depresivo para las ansias de ocio de su población y una muestra de la enorme fragilidad de todo lo que consideramos seguro ante la evolución de un virus que nos tiene completamente en jaque. El recuento de infectados diarios es el parte de guerra de cada día y de su evolución depende todo lo demás. El gobierno, que pensaba que lo peor había pasado y se mostraba despreocupado estos últimos días, debiera estar hoy reunido de manera urgente para ver qué se puede hacer.

¿Cuál es la alternativa económica al turismo en ciertas regiones? ¿De qué se va a vivir allí si no hay visitantes? Cada vez que surgen noticias de este tipo me acuerdo de Baleares, Canarias, o gran parte de las localidades costeras mediterráneas, en las que el turismo es una especie de monocultivo en torno al que gira todo lo demás. Desprovistas de visitantes, el PIB de estas regiones puede caer en este trimestre, el de su mayor bonanza anual (excepto Canarias, que tiene en invierno la temporada más alta) hasta cotas de varias decenas de puntos, en una sangría que social, y hasta vitalmente, puede ser insostenible. Las arcas públicas apenas van a poder sostener unas rentas que no se van a recuperar hasta que la vacuna sea cierta y esté implantada. En muchas zonas de España, en un verano de cuarenta grados, se siente el frío del invierno económico.

viernes, julio 24, 2020

Vacaciones con oleadas


Como el pasado viernes, eran bastantes las personas que ahora mismo iban en el metro con maletas, con la esperanza y aspecto de salir de vacaciones cuando se acabe la jornada laboral de hoy. A las puertas del último fin de semana de julio el ansia de salir de Madrid y cambiar de aires es enorme por parte de los que trabajan en la ciudad, un fenómeno que se repite con elevada intensidad cada año, que da lugar a enormes operaciones salidas de tráfico y a atascos de grandes dimensiones en el proceso de fuga, que se repiten de manera algo más dispersa a la vuelta, los domingo por la tarde, la hora del retorno de los que, o se fueron hace tiempo o los que sólo se han podido largar el soñado fin de semana. Así era antes y quiere ser ahora.

Pero es evidente que las vacaciones de este año no van a ser tales, o no al menos en su sentido estricto. Hay movimientos de salida y entrada, pero menores que otros años, y con la sensación de la urgencia clavada en la mirada de quienes se van a algún lado. Urgencia que se mide en número de infectados diarios y que se marca en forma de zonas en las que se reproducen los brotes. Uno ha previsto, pongamos, ir a veranear a la costa almeriense, y desde entonces no hace más que consultar cómo se encuentran los positivos por allí, qué pasa en aquellos pueblos y qué opciones tiene de que, cuando llegue el día previsto para partir, el viaje pueda hacerse como estaba previsto. Muchos de los esfuerzos de planificación de las vacaciones de este maldito año consisten en averiguar cómo pueden ser canceladas si es necesario, como renunciar a ellas al menor coste posible, o incluso al revés, cómo planificar una estancia mucho más larga en el caso de que los condenados brotes nos bloqueen en un lugar que consideramos como de paso, no de estancia definitiva. En el equipaje de muchos veraneantes este año, junto a toallas, ropas horteras y enseres deportivos, se van a colar tabletas y portátiles por lo que pueda pasar, porque realmente nadie sabe lo que puede acabar pasando, aunque el pensamiento de lo peor siempre está ahí. Y todo esto en aquellos que mantienen su plan de vacaciones, porque son muchos, legión, los que por motivos económicos o de prudencia directamente han optado por saltarse las vacaciones este año y dejarse de viajes. Hay miedo, hay respeto, hay temor, llámelo usted como quiera, pero las sensaciones no son ni mucho menos las de un verano cualquiera, y no son pocos los que, para no disfrutar con un viaje que ven lleno de riesgos, prefieren quedarse en la seguridad de lo conocido. Y son bastantes los que ven su presente y futuro económico cegado, y consideran directamente que irse de vacaciones es un lujo que su bolsillo, arrasado por la pandemia, directamente no puede permitirse. No hablemos de los viajes internacionales, salidas que todos los años para estas fechas están en pleno auge, y que este no son sino anécdotas que los que las practican podrán contar a sus cercanos como experiencias más propias de siglos remotos por la cantidad de trabas y protocolos que se deben cumplir para ir a alguna parte que por otra cosa. Pienso en julio y se me asocian muchas cosas a la cabeza, y una de ellas son los viajes de estudiantes para aprender inglés que invaden Reino Unido, Irlanda y otras naciones de nuestro entorno, y que este año no van a tener lugar. Algunas familias llevarían tiempo, quizás años, planificando ese primer viaje del hijo fuera de casa, con la ilusión de saber lo que aprenderá de idiomas y el temor a cómo sobrevivirá fuera de casa y con la cocina inglesa. Esos miedos menores han sido sustituidos por un miedo mayor que lo ha arrasado todo, que se ha llevado por delante formas de vida, certezas y anclas en torno a las que nos apoyábamos para marcar el rumbo vital. Ha deshecho planes como una tormenta de verano rompe la calma de la tarde, y ha convertido el tiempo de vacaciones en una extensión más de la era de nervios en la que vivimos desde finales de febrero.

Paradójicamente, la tensión acumulada en estos meses hace que, quizás más que nunca, sean necesarias unas vacaciones para poder desconectar de la pesadilla vivida, pero a medida que pasan los días y las cifras de infectados no hacen más que crecer la sensación es que el verano está siendo carcomido por el virus, y que la ventana de descanso que encontramos tras el final del estado de alarma se está cerrando. Los municipios que retroceden de fase ya no son uno o dos, sino que empiezan a ser muchos puntos rojos en un mapa de alarmas que se enciende, y el negocio asociado a las vacaciones, que soñaba con un respiro en los meses de verano, ve como sus ilusiones se apagan en forma de cancelaciones crecientes. Nada de este verano será como lo fueron todos los pasados.

jueves, julio 23, 2020

Un alternativo día del libro


El coronavirus nos robó la primavera y, al paso que va, logrará arrebatarnos todo el año con su desgraciada presencia, pero fue en la estación del despertar cuando su efecto fue absoluto, letal, y todo quedó suspendido. Eventos privados, conmemoraciones, actos públicos… todo desapareció mientras el confinamiento se extendía por doquier y la vida quedaba sumida a una quietud entre las paredes de casa. Una de las muchas cosas que se quedó ahí, abandonada en la nada, fue la conmemoración del día del libro, un 23 de abril, fecha para la que la curva empezaba a bajar pero los muertos diarios aún se contaban por centenas. Se propuso aplazarlo al verano, para cuando esto “ya hubiera pasado” y se escogió, de julio, el mismo día 23. Hoy.

En esta jornada se conmemorará tanto el día del libro como la festividad de Sant Jordi, en una Barcelona en la que los rebrotes ponen contra las cuerdas a las autoridades locales y empiezan a obligar a diseñar planes de contingencia hospitalaria ante lo que pueda venir en semanas. No veremos Las Ramblas llenas de casetas, autores y lectores, como no las vimos en el debido abril, porque la distancia interpersonal, que entonces debiera llevar tiempo instalada entre nosotros, se ha convertido en la compañera omnipresente de todos, y elimina el concepto de multitud, de reunión. Las librerías harán horario especial y descuento del 10% en sus ejemplares, con la esperanza de recuperar algo en esta jornada de las ventas e ingresos que se han ido desde el inicio de la pesadilla, y que para muchas ha supuesto la más absoluta ruina. El panorama que la pandemia dejan en el sector del pequeño comercio es similar al de una ciudad bombardeada, con unos supervivientes en medio de los escombros. Los locales cierran agotados, sin caja alguna, y entre ellos las librerías viven lo peor de todos los mundos, como todos aquellos negocios que no pueden instalar una terraza para vender copas. Su ecosistema era ya débil antes de todo esto, atomizado y luchando frente a gigantes de la distribución que han prosperado aún más con la forzada explosión del cibercomercio. Muchas de ellas, pequeñas, de barrio, vivían de la compra de los fieles del lugar, que ahora o no están, o no salen o se han quedado sin ingresos. Con los salarios temblando y el desempleo galopante la compra de libros se convierte en un accesorio casi de lujo cuando uno tiene dudas sobre el estado de la despensa a partir de la segunda quincena del mes. Es por eso que no pocas esperan hoy no ya arreglar sus cuentas, eso es imposible, pero sí al menos frenar la sangría, conseguir un punto de apoyo en el que poder respirar, un alivio en el duro puerto de montaña que están atravesando para poder refrescar, aunque sea un instante, piernas, mente y caja, y afrontar lo que queda de un año que, para todos, es lúgubre e incierto. Por eso, mi recomendación de hoy es que compren libros, por supuesto, pero que si es posible, lo hagan en esa librería que tienen cerca de casa, o la que ha quedado que se encuentre más próxima. Las grandes cadenas venderán hoy muchos libros, y otro tipo de productos, y todos ellos les permitirán también ir manteniendo unas ganancias que están muy mermadas, pero para ellas este día sólo es algo diferente, mientras que para la pequeña librería es una jornada absolutamente especial, vital, excepcional. La usencia completa de turistas provocará que los que acudan a las compras hoy sean los habitantes de las ciudades y pueblos, los de siempre. Muchos de ellos conocerán al librero y sabrán de sus alegrías, sus penas y pesares. Comprarle hoy un libro no es sólo, que también, un acto de amor a la cultura, y un regalo personal a uno mismo y a quien estemos pensando en dárselo, sino también un regalo a ese librero, a ese autor, a toda la cadena de profesionales que hacen posible que los libros lleguen hasta nosotros. Muchos de esos profesionales se encuentran ahora mismo en un estado de precariedad y angustia difícilmente imaginable. Hagamos lo posible para ayudarles, y lo mejor es, hoy, siempre, comprar libros.

Por oferta no será, se sigue editando una barbaridad en España, y muchas de las novedades que iban a presentarse coincidiendo con el original 23 de abril y la señalada Feria del libro (ay, la feria, qué pena, te echo de menos) han salido tras el confinamiento. Hay muchos libros sobre pandemias, virus y enfermedades, porque lo que está de actualidad impone gustos, pero tienen ustedes, como siempre, ensayos y novelas en grandes cantidades donde perderse, aprender y pasar un rato excelente en compañía de lo escrito por sus autores. ¿Acaso hay mejor plan para un caluroso verano que una apasionante lectura a la sombra de, pongamos, unos infinitos juncos? Disfruten de sus compras, lean y déjense llevar por las páginas.

miércoles, julio 22, 2020

De la irresponsabilidad personal ante los brotes


El lunes ponía a parir, creo que con bastante razón, a las administraciones de todo tipo que tenemos en España no ya por su incapacidad, sino por la negligencia con la que están gestionando el tema de la salud en la pandemia. Arrolladas por la primera ola, no han sacado conclusión alguna y parecen llegar al inicio de la segunda con los deberes tan poco hechos como al principio. Eso sí, los colmillos políticos bastante más afilados y los argumentarios de campaña muy pulidos para lanzarse a encontrar culpables, que no soluciones, ante una posible repetición del desastre ya vivido. El “abandonad toda esperanza” que se leía a la entrada del infierno de Dante es el lema que preside nuestras administraciones.

Pero lo reconozco, sería injusto si pusiera sobre el entramado institucional y político toda la culpa de lo que nos pasa y de lo que nos pueda pasar, entre otras cosas porque esas estructuras y cargos no han surgido de un asteroide llegado a la Tierra desde una remota galaxia, no, sino desde nuestro interior, desde nuestra sociedad, que las ha creado y moldeado, a las instituciones y a las personas que las ocupan. En general el civismo ha regido el discurrir de la sociedad española durante los meses del duro confinamiento. Casi todo el mundo ha respetado de una manera escrupulosa unas restricciones sociales y vitales inéditas, por su intensidad, extensión y dureza, y s comentaban mucho, pero eran anecdóticas, las noticias sobre quienes se saltaban las prohibiciones. No ha sucedido lo mismo tras el proceso de fases y la retirada de la legislación extraordinaria. Una relajación general se ha extendió por muchas capas de la sociedad, y una especie de instinto proustiano de recuperar el tiempo perdido ha hecho que los episodios de desenfreno se sucedan a lo largo de todo el país. El virus no se ha ido, el virus sigue ahí, el riesgo de contagio sigue siendo muy alto, pero pese a ello todos los días conocemos sucesos en los que el comportamiento no tiene en cuenta nada de lo vivido ni la persistente presencia del virus. Uno entiende que tras meses de encierro el desfogue sea parte necesaria en muchas personas que se han visto atadas y enjauladas. También es comprensible que, como pasa en otros temas, es casi imposible que la gente joven se modere. Su percepción del riesgo, propio y ajeno, es muy distinta la de los demás, y eso se nota cuando se ponen a hacer deportes de aventura o se ponen a conducir. Tratar que un veinteañero cumpla los límites de velocidad al volante siempre ha sido una tarea abocada a la melancolía por parte de padres, autoescuelas y agentes de tráfico. Pero la situación actual es bastante peligrosa. El coche lanzado a toda pastilla por la carretera es peligroso, mucho, pero se ve, y tiene un alcance dado, no destrozará vidas desconocidas que no estén en su trayectoria. El virus que un joven o cualquiera de nosotros puede portar se transmite de manera caótica, desordenada, creando cadenas de contactos y contagios en los que el que las inicia, sea de la manera que sea, es incapaz de saber hasta dónde podrán llegar. Se juntan, por tanto, la necesidad de la máxima precaución y la ocultación del mal, escondido en algo tan ínfimo como un virus, imposible de percibir. Y esa combinación es letal. Episodios como el de la discoteca de Córdoba que no respetan medida de seguridad alguna, y otros que se conocen cada día muestran que el grado de irresponsabilidad de parte de la ciudadanía se está extendiendo, y con él el virus y sus riesgos. Quizás sea demagógico acusar a estos incívicos de frustrar todo el esfuerzo logrado por la sociedad en meses de encierro, pero es una acusación que tiene algo de verdad, que esconde un problema real.

Convencer a la gente que lo que “mola” es llevar la mascarilla puesta, y no en el codo cuando se juntan varios grupos es una tarea hercúlea en la que me da la impresión nadie ha pensado, y que ahora se convierte en un reto inmediato. De poco serviría que las instituciones, acusadas de todo con razón, actuasen juiciosamente si luego en el día a día los ciudadanos no lo hiciéramos. Esto es un tema de corresponsabilidad, y podríamos aprender de nuestros políticos, del nulo uso que hacen de ese concepto, para darles una lección y ser cada uno de nosotros un referente, un ejemplo de cómo actuar con prudencia en estos meses de zozobra pandémica. Si no lo hacemos, nuestras críticas a la autoridad tendrán un componente de hipocresía nada pequeño.

martes, julio 21, 2020

Acuerdo histórico en Bruselas


Apenas hace un par de horas, en torno a las seis de la mañana, se ha alcanzado un acuerdo histórico en Bruselas sobre el fondo de lucha contra los efectos de la pandemia, tras una maratón de más de cuatro días que, llegadas a las 21 horas de ayer, superaba el récord de la cumbre más larga hasta la fecha, la que en su momento alumbró el tratado de Niza. Por momentos el acuerdo ha estado muy lejos, porque todo el rato se ha palpado la tensión que se ha abierto entre dos bloques de países, los llamados del sur, que nos incluye a nosotros, y los llamados frugales, partidarios de la austeridad y muy opuestos a la existencia de transferencias directas a otras naciones a cambio de nada. Estos bloques recogen sensibilidades políticas diversas y, me temo, han venido para quedarse.

Habrá que ver con detalle cuáles son los términos concretos del acuerdo, pero por lo que ya se sabe la cuantía total del fondo se mantiene en los 750.000 millones de euros que se inscribieron en la propuesta inicial. Lo que ha cambiado bastante es la estructura de dicho fondo. Se partía de una propuesta de la comisión en la que la mayor parte del dinero, unos 500.000 millones serían transferencias directas, dinero entregado a las naciones afectadas por el desastre pandémico, no teniendo por tanto que ser devueltos, mientras que el resto, 250.000 millones, serían créditos a bajo interés, que sí se devolverían. El grupo del sur ha tratado de mantener esa proporción todo lo posible, mientras que los frugales la han ido recortando poco a poco, y aumentando las exigencias que se esconden debajo de un proceso de transferencia no condicionada. Cualquiera que trabaje en asuntos relacionados con fondos europeos sabe que la condicionalidad es algo inherente a dichos fondos, que Bruselas da ayudas, sí, pero reglamenta de manera estricta cómo, en qué y a qué velocidad se deben ejecutar los proyectos que darán derecho a esas ayudas, y que todo está sometido a una montaña de controles y verificaciones por parte de organismos, tribunales, auditorías y el sumsum corda de inspectores. Por eso, el debate que se planteaba estos días en los medios sobre la “condicionalidad o no” de las ayudas me parecía a mi la típica discusión de cuñados que, sinceramente, no tienen ni idea de lo que hablan. Del acuerdo de esta noche se deduce que, por supuesto, habrá condicionalidad, pero no una troika inspectora como las asociadas a un rescate del MEDE, y que habrá transferencias directas, pero no los 500.000 millones planteados inicialmente, sino 390.000, lo que es una reducción significativa. Todo lo que no es transferencia ha pasado a ser crédito, y eso hace que el importe final que reciba cada una de las naciones de ese fondo tenga, probablemente, una proporción similar con respecto a cada una de las dos tipologías de ayuda. En paralelo se ha acordado también el Marco Financiero plurianual, que no es otra cosa que los presupuestos de la UE para los próximos siete años, que son los que dan soporte a políticas como la PAC o la cohesión, por nombrar las dos más relevantes. El importe de este marcos es de 1, 074 billones de euros, que es menos de lo que pedían muchos estados, y menos que el marco que vence en este año 2020, pero más de lo que reclamaban otras naciones, no solo las frugales. ¿Cómo se financia todo esto? El marco plurianual se obtiene a través de las formas clásicas de financiación, basadas en las aportaciones de las naciones europeas al presupuesto comunitario en función de su renta y PIB. Este es el primer marco que se alcanza tras la salida de la UE del Reino Unido, contribuyente neto, por lo que es lógico que el importe global sea menor, que a todos nos toque pagar un poco más y que naciones como la nuestra pasen, probablemente, de ser receptores a contribuyentes. Es lo que hay. El fondo contra la pandemia se financiará principalmente mediante emisiones de deuda de la Unión, emitidas por la Comisión, respaldadas por impuestos propios de tipo medioambiental, en lo que es una revolución, parecida a eso que se ha dado en llamar eurobonos, y que no es un momento Hamilton, como muchos han dicho, pero que sí se le parece.

Lo fundamental de todo este lío, siento la chapa de artículo que me está quedando hoy para los no versados en estos temas, es que ha habido un acuerdo y que la UE está respondiendo a una velocidad fulgurante frente a un enorme problema, aprendiendo de los errores de la gestión de la crisis pasada. Ahora el gobierno de cada nación tratará de vender ante sus opiniones públicas que ha salido vencedor del acuerdo, cuando es evidente que todos han renunciado a posiciones que se consideraban líneas rojas, pero es este un juego habitual en política, lleno de propaganda barata, al que no debiéramos hacer mucho caso. El acuerdo en sí mismo tiene un enorme valor. Eso es lo principal.

lunes, julio 20, 2020

El desastre del no rastreo de positivos


No hace falta ser un genio para darse cuenta de que la expansión del virus en parte de Aragón y, sobre todo, en Cataluña, ha entrado en un nuevo estado de descontrol, reviviendo lo que conocimos en marzo. Cierto es que ahora la media de edad de los infectados es menor, por lo que es esperable que se vean menor proporción de casos graves, y que el número de asintomáticos detectados supone una parte más relevante respecto al total de detectados, mientras que en marzo sólo veíamos los casos realmente graves, pero lo cierto es que tenemos transmisión comunitaria, son control alguno, y que eso, tarde o temprano, generará disgustos en forma de ingresados y fallecidos. Es cuestión de tiempo saber el número de fallecidos asociados.

Este rebrote supone un fracaso absoluto, total, sin paliativos, sin excusas, sin perdón, de todas las administraciones implicadas, que en este caso son sobre todo dos, la Generalitat de Cataluña y el Ministerio de Sanidad. Ambas han evidenciado una total dejación de funciones, una incapacidad para hacer frente a una situación que, tras lo vivido en marzo y abril, nadie puede decir que le pilla de sorpresa, y evidencian en las manos en las que está puesta la responsabilidad ante una segunda ola generalizada de la que tanto se habla pero que puede estar creciendo ya ante nuestras mismísimas narices. En el proceso de las fases previo al levantamiento del estado de alarma se reiteró una y mil veces que las CCAA debían de dotarse de los instrumentos necesarios para controlar futuros brotes y seguirlos, haciendo especial hincapié en las tácticas de rastreo, donde contratar gente para desarrollar ese trabajo era el primer pilar. Todas las CCAA dijeron, sin excepción, que habían creado extensas plantillas de rastreadores dotados de medios y capacidades para hacer su trabajo. Ahora sabemos que esto no es así. Ni se contrató a los que se dijeron, ni a la mitad de ellos ni a la mitad de la mitad, y se les pusieron de medios tecnologías de principios del siglo XX, apenas unos teléfonos. En la era del big data y de la información nuestras administraciones siguen varadas en el siglo XIX de la gestión y su fracaso es tan esperable como frustrante. La Generalitat, con el impresentable de Torra al frente, reclamaba en todo momento el volver a disponer de sus plenas competencias, y los partidos que sustentan el Govern, presuntos socios del gobierno de la Moncloa, votaban sin cesar en contra de las prórrogas del estado de alarma porque lesionaban el autogobierno catalán, en una nueva muestra de que al nacionalismo lo que le interesa es el poder para practicar su exclusión, nada más. Dejado atrás el estado de alarma, con plenas competencias en todas las materias, ¿qué he hecho el gobierno de Torra para apaciguar los brotes y seguirlos? Nada, prácticamente nada. Cuando los primeros se dieron en la frontera entre Lleida y Huesca la Generalitat se puso de perfil y poco le faltó para acuñar, en su fábrica de eslóganes infames, un “Aragón ens infecta” como excusas de lo que estaba pasando. El confinamiento perimetral de la comarca de Sagriá se produjo a lo largo de varios días, permitiendo un flujo constante de personas, infectadas o no, que iban a otras partes de Cataluña, y todo con unas decisiones administrativas completamente ilegales, que cercenaban derechos fundamentales sin que ley ni juez alguno las amparase. Cuando Lleida revienta empiezan los casos en la periferia de Barcelona, y los municipios de esa zona, capital incluida, encuentran en Torra y la Generalitat un frontón en el que mandar sus peticiones y recibirlas de vuelta sin que nadie les proponga nada o simplemente escuche. Obseso por sus paranoias identitarias, nada ha gestionado el desgobierno de Torra durante los tristes años que lleva al mando de una institución del estado de la que (muy) bien cobra. Si eso es desastroso en situaciones corrientes, se puede volver trágico ante un desastre como el que estamos viviendo.

Por su parte, el Ministerio de Sanidad del gobierno nacional lleva semanas sin hacer nada en un panorama de crecientes brotes que nos pueden llevar a una segunda ola de infecciones generalizada en semanas, No se ha hecho reforma legal alguna para que la ley sanitaria pueda decretar confinamientos locales quirúrgicos y estamos igual de preparados en lo que hace a la ley ante este reto que en marzo, es decir, mal. Y con el agravante de que hemos vivido esta película hace pocos meses y sabemos lo maligna que es. La incapacidad de meter en vereda a las CCAA por parte de Sanidad se ha demostrado absoluta. El Ministerio es incapaz de ejercer su labor de supervisión y control, y las CCAA ni saben ni quieren hacer frente a este desastre, en el que se vive mucho mejor criticando al gobierno que ejerciendo una labor. En la primera ola fracasamos como país, en lo que parece el principio de la segunda vamos camino de superarnos.

viernes, julio 17, 2020

Ritos y despedidas


Creamos ritos que son de utilidad para los que los practicamos, y que a buen seguro no sirven de nada, en función de la fe de cada uno, para aquellos a los que se destinan, estén vivos o muertos. Tras cada atentado terrorista salimos a concentrarnos o hacemos manifestaciones que el terrorista de turno contempla, si lo hace, con una indiferencia tan absoluta como despreciativa. En los funerales lloramos conjuntamente junto a los restos de la persona que se nos ha ido, pero somos nosotros los que buscamos el consuelo para paliar la pérdida, porque quien ya no está nada nos dice. Es humano, somos humanos, y necesitamos estas maneras y formas de expresión para adecuar en nuestro interior lo que ha pasado, para tratar de asimilarlo.

El acto de estado de ayer de homenaje a las víctimas del coronavirus fue una ceremonia sencilla, sobria, desangelada por culpa de la distancia de seguridad exigida, en la que el recuerdo de tantos muertos, tantas pérdidas, pesaba demasiado, y hacía que todo lo que uno pudiera imaginar para honrar su pérdida fuera pequeño. Con casi todas las presencias deseables y las ausencias previsibles, tres fueron las personas que hablaron en el acto. Un hermano de una víctima, en este caso del periodista Jose María Calleja, una enfermera del hospital Vall d´Hebron de Barcelona y el Rey. Cada uno en su discurso intentó destacar la representación que se le otorgaba en el acto, pero es esta una situación en la que las palabras se quedan muy cortas para describir lo que ha sucedido y sus consecuencias. Son tantas las historias de pérdida, sucedidas de una manera especialmente cruel, que desbordan los discursos que se puedan componen en unas horas por parte de expertos en retórica. Muchas de esas víctimas murieron muy solas, apenas acompañadas por personal sanitario o de emergencias, y sus familiares no tuvieron oportunidad alguna de despedirse de ellas. Arrebatados, arrancados de sus entornos por el virus y por las medidas de seguridad que impone, se han generado miles de traumas emocionales en personas vivas que hoy mismo aún no son capaces de construir un proceso de duelo convencional ante el vendaval que ha arrasado sus vidas sin que nada ni nadie pudiera prepararles para ello. En el otro lado, profesionales sanitarios y de otros cuerpos que lo han dado todo en estos meses se han convertido, de manera improvisada, en el último familiar que han tenido víctimas que entraban en hospitales o se mantenían en sus residencias y que iban a encontrar allí la muerte. Las manos de esos sanitarios y profesionales han sido las últimas que han sujetado a las de tantos y tantos que se han ido. Por sus manos, acostumbrados a dar vida y a acompañar, a dar cuidado, a vigilar y proteger, ha pasado la muerte en forma de desolación, de abandono, de equipos protectores que impedían el contacto con los pacientes, y de lejanía total respecto a familias que estaban separadas. Ese personal arrastra sus traumas y ha vivido escenas que nunca llegó a imaginar ni que pudieran darse ni mucho menos que pudieran tocarle vivir. Tampoco han tenido el tiempo ni el momento necesarios para asimilar lo que han vivido, y muchos de ellos necesitarán ayuda para sobrellevarlo. En el acto de ayer las voces que hablaron expresaban, sobre todo, respeto a los que ya no están y a los suyos, pero, también, impotencia ante lo que nos ha pasado. Salían por su garganta palabras que buscaban dar consuelo a los allegados de los ausentes, pero que en cierto modo gritaban socorro. El Rey, en su discurso, trató de dar aliento a los presentes, pero en su mensaje era imposible no encontrar el poso del fracaso de gran parte de la sociedad, de la estructura, de los medios, de una nación que se ha visto superada por la enfermedad.

La forma en la que se celebró ayer el acto, en ese círculo de asistentes en torno a la hoguera que rendía tributo a los caídos, es una manera clásica de expresar la unión, el continuo de todos, juntos ante un reto, pero también es una manera muy conocida de buscar refugio, colocando las fuerzas en círculo de tal manera que el conjunto ofrezca un mismo flanco ante el adversario, sin puntos débiles. El virus rompió nuestro círculo de protección allá por marzo y nos desarboló. Ha generado un trauma social y un reguero de historias, de nombres y apellidos que ahora son recuerdos en la mente de los que los han sobrevivido y pueden hablar de ellos. Ayer, en el patio de la armería, en un lugar castrense, se celebró un acto sentido que habla de derrota, de pérdida. De un enorme dolor para el que apenas hay consuelo.

jueves, julio 16, 2020

Huawei y la guerra fría con China


La empresa china Huawei, un monstruo tecnológico que se nos escapa de la imaginación a los europeos, y no digamos a los españoles, fue la ganadora de varios concursos realizados por el gobierno británico para el desarrollo del 5G en aquel país. En todo momento esta empresa china ha estado en el ojo del huracán por las acusaciones que hay sobre ella sobre si espía a favor del gobierno de Pekín y si no es otra cosa que un inmenso portaviones camuflado que permite la conquista de las infraestructuras y datos occidentales por parte de una China cada vez más ávida de poder. Como suele suceder, parte de estas acusaciones tienen un poso de verdad, y parte no.

Lo cierto es que en el desarrollo de la tecnología 5G, llamada a revolucionar las comunicaciones y muchas otras cosas (luego no será para tanto, ya verán) esta macro empresa china es la primera del mundo en lo que hace a equipos, instalaciones y demás cacharrería necesaria para que esas nuevas y prometedoras redes crucen de manera inalámbrica nuestro mundo. Y estamos, creo, ante el primer caso en décadas en las que las empresas occidentales no son las que poseen la ventaja operativa y de desarrollo ante una nueva tecnología. Hasta ahora se suponía que Europa o EEUU eran la fuente de todo lo moderno, y eso impulsaba a sus empresas hasta el más allá, y con ello a sus economías y ciudadanos. Japón en décadas pasadas y Corea del Sur más recientemente empezaron a ser focos rivales en tecnología, y aún son competidores formidables, pero es cierto que en el caso japonés su potencia económica se ha ido lastrando con los años tras el derrumbe de la burbuja inmobiliaria de los ochenta, y Corea del Sur se ha convertido en un país puntero, piense usted mismamente en Samsung, pero no posee el tamaño suficiente para crear una economía de liderazgo global. China es otra cosa. La imagen de su “made in” sigue siendo floja internacionalmente, asociada al montaje masivo, a la calidad no sobresaliente y a una indisimulada tendencia a la copia y el no respeto de las patentes internacionales que le granjea muchos problemas, pero sí tiene un mercado interno fabuloso que le permite que muchos productos y servicios creados en exclusiva para él sean viables y su desarrollo tecnológico ha ido a más a medida que el gobierno ha considerado la inversión en esa materia como algo estratégico y necesario para el crecimiento del país. Los gigantes californianos poseen sus réplicas en China, con Ali Baba como Amazon o Weibo como Twitter, y son empresas gigantescas, en las que la mano del autoritario gobierno chino está siempre presente, como en todo lo que sucede en aquella nación. Tencent o Huawei son ejemplos de empresas que hasta hace poco no eran muy conocidas, pero que son líderes mundiales en desarrollo tecnológico y que marcan la pauta en su sector. Desarrollar el 5G sin ellas sería como haber comenzado la telefonía móvil de finales de los noventa o principios del dos mil sin Nokia. Impensable, ¿verdad?. Curiosamente, Nokia o Ericsson, empresas que fueron punteras en ese sector y resultaron arrasadas por la irrupción de los smartphones, se hicieron mucho más pequeñas y se dedicaron al desarrollo de tecnologías de comunicación, de tal manera que hoy no venden terminales al público, no se las conoce ni mucho menos lo que hace unos años, pero son de las pocas empresas europeas que poseen recursos para desarrollar redes 5G, a enorme distancia de Huawei, es cierto, pero no parten ni mucho menos de la nada. ¿Es posible recurrir a ellas para no depender de las empresas chinas? Sí, en teoría, pero a unos costes de inversión y de tiempo que pueden ser muy caros, y que no tengo claro que las naciones europeas se puedan permitir, y menos tras ser arrasadas sus cuentas públicas por la pandemia. Renunciar ahora mismo a que Huawei desarrolle tu red es como comprar por internet y que no sea Amazon el lugar en el quieras encontrarlo todo y que todo te sea suministrado. Posible, sí, pero costoso.

Por eso la decisión del gobierno británico de rescindir los contratos con Huawei no obedece, ni mucho menos, a cuestiones económicas o tecnológicas, no, sino que es una decisión política, geopolítica más bien, en la que el pequeño país europeo busca cobijo bajo el gran país estadounidense para ser guarecido del enfrentamiento que cada vez es más intenso entre Washington y Pekín. Es probable que las autoridades chinas no se queden de brazos cruzados y actúen contra los intereses británicos, en su propio territorio, en lugares sensibles como Hong Kong o en la misma city de Londres, donde el dinero chino infla algunas de las muchas torres que se erigen sin cesar en aquella ciudad. Esta decisión muestra que la grieta entre occidente y China no deja de crecer, por el miedo nuestro ante su creciente poderío. El mundo está cambiando.

miércoles, julio 15, 2020

Ciudad a medio gas


Si uno viene a trabajar por las mañanas en metro tiene la sensación de estar desde hace tiempo en agosto, con una entrada baja, no vacía, en la que no se ven ya mochileros ni turistas con maletas. Los que viajamos entre semana somos los que residimos en Madrid y nos movemos, sobre todo, por trabajo. Hay movimiento en estaciones y pasillos, en los que está instalada una señalización que indica cómo y por dónde moverse, señalización que pocos respetan y que sería de mayor utilidad en las épocas de aglomeración que en estas de baja demanda. La mascarilla lo domina todo y eso es, quizás, lo más llamativo para el viajero que por ahí se mueve.

La cosa cambia los fines de semana, y no les voy a engañar, lo hace a peor. Se junta el hecho del verano, la salida masiva de los residentes en busca de ocio hacia unos pueblos de la sierra demandados este año como nunca, en estancias cortas que convierten los viernes y domingos las carreteras de acceso y salida a Madrid en grandes atascos. Se une a todo ello la ausencia de turistas, en una ciudad que hasta hace ocho o diez años no abundaba en ellos, aunque existía, pero que de un tiempo a esta parte había experimentado un boom de llegadas que hacía que el centro y alrededores estuvieran permanentemente tomados por grupos de visitantes, nacionales y extranjeros, que ocupaban plazas, terrazas, paseos e instalaciones. Sumen a todo ello un poco de recelo que permanece vivo en parte de la población, que ve el contagio como un riesgo real, como una posibilidad tan sólida como el granito de la acera, un miedo que se encarna en la palabra brote, y se magnifica en la “segunda ola” expresión que convierte al futuro inmediato en una sombra remedo del milenarismo con el que los medievales contemplaban la llegada de los años de tránsito entre siglos. Con todo ello, pasear por el centro de Madrid el fin de semana es una experiencia que tiene algo de extraño, nada de indómito, pero sí un poco de inquietante. Acostumbrados a calles de bullicio continuo, llenas, de codazos no de saludo impropio sino de choque de masas agitadas, uno puede andar el sábado por la tarde por, pongamos, Gran Vía, Callao o Fuencarral sintiendo que está en lo más intenso de un duro agosto, aunque el calendario señale principios de julio. El bullicio comercial late a un gas que he denominado medio, pero que tiene picos y fugas. Las tiendas de ropa, convertidas desde hace años en insoportables imitadoras de las discotecas, se oyen antes de que puedan verse, y desde la calle se aprecia que tienen gente en su interior. Cuando se pudo volver a comprar fueron los establecimientos que más colas suscitaron. Entraba sin problemas a librerías poco llenas y desde ellas veía la cola de la tienda de ropa clónica que se encontraba en sus inmediaciones, que en cierto modo dibujaba una forma de dedo peineta al establecimiento bibliófilo, mostrando otra vez quién es el que hace dinero y quién no en la zona comercial. Las terrazas aparecen bastante llenas, ya sin la locura que supuso los primeros días de apertura, y uno puede acabar encontrando un sitio en el que sentarse, buscando aire libre, a sabiendas de que el riesgo de contagio es mucho menor a la intemperie que en los locales cerrados, pero es justo en el sector del ocio y restauración en el que uno empieza a comprobar las señales de la enorme crisis que se está fraguando. Los carteles de Se Alquila / Se Vende se ven muy a menudo en persianas bajadas que, a veces, se suceden unas a otras. Hay zonas de las calles comerciales en las que se diría que la pandemia ya ha pegado una dentellada al tejido, arrancando de cuajo locales y negocios que llevaban un tiempo allí. Cada uno con sus circunstancias, sus ahorros, sus perspectivas anteriores al desastre, fueran buenas o malas, pero hoy todos igualados por un cierre forzado. Hay cadenas que han abierto algunos de sus establecimientos y cerrado otros, las hay que han restringido horarios y ofrecen persianas cerradas a ciertas horas… el paseo se convierte en un recuento de caídos y supervivientes, en un balance de bajas.

A la hora de volver a casa, pongamos un sábado de julio cuando el sol declina, una hora nada tardía, el inicio de lo que sería la juerga nocturna del verano, vuelvo al metro, y entonces la diferencias sí es llamativa. Antaño, a esa hora, ese día, el metro estaba atestado de chavalería, de gente que iba y venía, camino de cenas, espectáculos, encuentros, actividades mil imposibles de abarcar. Ahora no. Los vagones transitan bastante vacíos, no hay nada de ambiente, el silencio se percibe como algo sólido en unos trenes en los que pocos nos movemos, con nulo aire de fiesta, enmascarillados, convirtiendo la noche del sábado en una febril imagen de enfermedad silente que todo lo ha invadido y trastocado. Cae la noche y Madrid, que nunca dormía, se apaga.

martes, julio 14, 2020

El desastre de Lleida


Sanitariamente, la situación en la capital leridana y en el resto de municipios de la comarca de Sagriá es mala. Hace tiempo que se han perdido las cadenas de transmisión de virus y este corre descontrolado, que es eso lo que significa esa expresión de “transmisión comunitaria”. Los casos crecen día a día y hace tiempo que el brote se ha transformado en foco. El que muchos de los infectados sean personas adultas trabajadoras reducirá los niveles de hospitalización y letalidad, pero es evidente que la curva de ingresados en los hospitales locales va a tener pendiente positiva constante durante los próximos días, y para los sanitarios que allí se encuentran no va a haber diferencias entre lo que sería una segunda ola o este episodio que ya tienen delante.

Legalmente, la situación de Lleida y su entorno es un desastre absoluto y una nueva prueba de que, cuando queremos ser incompetentes, lo somos del todo. Han pasado apenas dos meses desde que vivimos los peores momentos de esta pesadilla vírica y la sensación es de que no hemos aprendido nada de nada de nada. En ningún aspecto. Tuvimos entonces un agrio debate sobre las prórrogas del estado de alarma y lo que implicaban, con gruesos cruces de acusaciones entre partidos, y votaciones en las que, casi siempre, el nacionalismo catalán rechazaba las extensiones de aquel estado excepcional por motivos tan ridículos como propios de su permanente paranoia política. Se dijo entonces que, una vez entrada en esta absurda normalidad en la que estamos, se trabajaría para dotarse de instrumentos jurídicos que permitieran realizar, si fuera necesario, confinamientos selectivos, de zonas dadas, sin que se tuviera que recurrir a la norma general para cerrar todo el país. ¿Qué se ha hecho por parte del gobierno para desarrollar esos instrumentos? Nada. ¿Qué se ha hecho por parte de las Comunidades Autónomas para enfrentarse a estas situaciones? Nada. Y nos encontramos ante el foco leridano sin tener ni idea de cómo actuar legalmente. El desgobierno de Torra trata de aplicar el cierre de la zona y el confinamiento de la población, pero carece de competencias para forzar eso, porque supone la violación de los derechos fundamentales de los ciudadanos y eso sólo lo puede hacer el gobierno central amparado en normas excepcionales como el estado de alarma. Pese a ello, el President de la Generalitat, que se pone cachondo caca vez que puede saltarse la ley y enfrentarse a un juez, ha decidido que con un decreto de la Generalitat basta para ordenar el confinamiento de la población, una norma de un rango ínfimo para una medida de restricción de libertades tan intensa. Y no deja de ser divertido que este mismo grupo político que rechazaba los decretos de estado de alarma porque eran invasivos de la libertad decida que basta su mera firma para imponer una restricción equivalente. El gobierno central, atrapado entre la no actuación de sus servicios jurídicos para reformar las leyes y tener la posibilidad de crear estados de alarma “a la carta” y el apoyo que necesita de los nacionalistas catalanes para su gestión diaria se ha instalado en la no acción, y apenas responde ante el desastre competencial y jurídico que se ha organizado a cuenta de esta crisis. Nuevamente observamos la falla completa de nuestro sistema legal, que en el tema sanitario ya nos ha demostrado que cada CCAA va completamente a su bola, despreciando a todas las demás en gestión, acopios y respuestas, y que la autoridad nacional en esa materia es tan inexistente como imposible de recrear. Si alguno esperaba que tras los ridículos y vergüenzas vividos en primavera en esta materia íbamos a arreglar algo, que espere en un mullido sillón, porque le va a tocar estar allí mucho mucho tiempo de desesperanza.

Y claro, la población de Lleida, confusa e indignada, no sabe a qué atenerse. Ve que el virus crece, sin tener acceso a datos fiables, rigurosos y actualizados, porque los datos epídemicos en España siguen siendo, en su elaboración y difusión tercermundistas, y observan choque político y legal del que poco entiende por parte de quienes debieran ser sus responsables. Muchos optarán por, ante el desmadre, quedarse en casa para evitarse líos, pero muchos otros no podrán hacerlo por motivos económicos, y echar el cierre a sus negocios es una decisión que no puede ejecutar cualquier gobierno con cualquier norma. El ridículo que se está mostrando en este asunto por parte de todos los implicados es insuperable, pero tranquilos, ya lograremos empeorarlo en sucesivos episodios.

lunes, julio 13, 2020

Siguen los gobiernos de País Vasco y Galicia


Ayer, mientras el brote de Lleida se convertía en una imparable ola de contagios que atestiguaba el fracaso de la Generalitat en su labor de rastreo y seguimiento, se celebraban unas elecciones autonómicas en País Vasco y Galicia marcadas por brotes locales y que han arrojado, como resultado, la consolidación de sus gobernantes, representantes de una visión moderada de la política. Con una abstención más elevada en Euskadi de lo normal y una participación habitual en Galicia, el resultado de estos comicios mantiene las cosas como estaban, respalda la gestión serena de las crisis, recoloca piezas y ofrece lecciones para la política nacional, cuyos representantes no salen bien parados de ambos comicios. Alguno, de hecho, no sale.

Feijóo logra su cuarta mayoría absoluta en Galicia, sube un escaño respecto a los 41 que tenía, obtiene casi la mitad de los sufragios y logra algo asombroso. Su triunfo es total, aplastante, asombroso en estos tiempos divisivos. Hizo una campaña personalista en la que las siglas del PP apenas aparecían, a sabiendas de que no era el candidato más querido por una dirección nacional que sigue sin saber dónde está. Esa dirección de Pablo Casado hizo que fuera Iturgáiz el candidato a las elecciones vascas, rescatándolo casi de los años noventa, y ahí el PP ha obtenido el esperado fracaso que indicaban todas las encuestas, bajando de nueve a cinco diputados. En Álava el PP sólo triplica en votos a Vox, que ha logrado un escaño. En Galicia Vox ni existe ni se le espera. No se si Casado desea suspender muchos másteres más antes de aprender la lección de qué es lo que le permite obtener votos y qué es lo que no. Fue la de ayer una mala noche para el PSOE, que con el control de Moncloa y de muchas terminales mediáticas no obtiene nada de nada. En Galicia repite un resultado que le sirve para estar cuatro años más en una aburrida oposición, y en País Vaco mejora un representante, pasa de nueve a diez, pero se mantendrá coaligado a la máquina de ganar elecciones que es el PNV. Los de Sabin Etxea pueden volver a brindar con todas las bebidas que deseen. Vuelven a ganar, suben de 28 a 31 escaños y mantienen la mayoría absoluta con el socialismo como muleta. La manera en la que el PNV gestiona los votos y les saca rédito es tan asombrosa como efectiva, pocos partidos son capaces de lograr lo que ellos hacen, siendo de una profesionalidad política que es digna de elogio. Sus rivales no les soportan. El fracaso de la noche, el desastre sin paliativos, es el cosechado por el líder supremo Pablo Iglesias, que en unos años ha conseguido convertir Podemos de marca ilusionante en mera excusa para que él y algunos de sus familiares se aferren a cargos y bienes. El resultado en el País Vasco es muy malo, con un desplome que le lleva de nueve a seis escaños, que de nada sirven, pero es que en Galicia la confluencia de las mareas bate récords y pasa de catorce escaños a cero. Sí, cero, el parlamento gallego se compone únicamente de tres partidos. Prácticamente en ambas comunidades se produce un trasvase directo del voto de Podemos a la sigla nacionalista extrema, de tal manera que Bildu en País Vasco y, sobre todo, el BNG en Galicia, suben hasta alcanzar sus mejores resultados en mucho tiempo. En este sentido el voto nacionalista sale muy reforzado de estos comicios, lo que es un mal resultado. El PP en Galicia y el pragmatismo del PNV en País Vasco ayudarán a que esta subida no tenga efectos prácticos a nivel nacional, pero indica un movimiento de fondo que no es bueno. Podemos, como presunto partido de izquierdas, ha dilapidado su capital convirtiéndose en un mero apéndice del nacionalismo local, y sus votantes, que salían de movimientos locales, o se han quedado en casa o han retornado a cuarteles nacionalistas de presunta izquierda (todos los nacionalismos son de derechas por definición). En el PSOE debieran estudiar, con temor, el hecho de que casi ningún votante podemita ha vuelto a votar la marca socialista. Son electores que Ferraz ha perdido del todo.

Con estos resultados en la mano, y en un país y partido normal, hoy Pablo Iglesias dimitiría como vicepresidente segundo y dejaría su formación política para que el partido se recompusiera, pero tranquilos, abandonar toda esperanza. Bien poco le importa al señor iglesias los resultados de ayer mientras siga cobrando él, y su mujer, el sueldo de ministro y las vistas desde su piscina le permitan contemplar el poder que él, y sólo él, ha acaparado. Como buen leninista que es le da igual el partido, los votantes y, desde luego, la gente, ese estorbo que es útil para alcanzar el poder y que luego debe ser olvidado, y a ser posible reprimido, para mantenerse en la poltrona. Curioso lo que Iglesias le ha hecho a los círculos de Podemos, no ha logrado su cuadratura, sino directamente su extinción.

viernes, julio 10, 2020

Nadia, no


No debiéramos llamarnos a engaño, cada vez que España se presenta a una votación que empieza por “Euro” lo más probable es que acabe derrotada. El paradigma es el concurso de la canción, no celebrada en este 2020, en el que los comentaristas interesados de parte siempre nos colocan como miembros indiscutibles del grupo de cabeza y, después, tras la votación, que nos suele colocar cerca de la cola, dedican enormes esfuerzos a complicadas exégesis para explicar las causas de lo que no vieron y que, a posteriori, resultaba tan obvio. ¿Les suena esto en algún otro contexto? Sí, sí, casi siempre es todo así. Qué aburrimiento.

Ayer Nadia Calviño perdió la votación para la presidencia del Eurogrupo en un movimiento de votos que tampoco resulta tan raro. En la primera votación cosechó nueve síes, a uno de la elección, mientras que el candidato luxemburgués y el irlandés obtenían cada uno cinco votos. Parecía sencillo, pero no. El luxemburgués optó por retirarse y el candidato irlandés obtuvo los diez que no habían escogido inicialmente a la candidata española. Visto el cómputo inicial, Nadia era la favorita. Visto el resultado final, la derrota duele más. En esa candidatura el gobierno había puesto mucho empeño y la vendía ya como casi ganada, cual canción eurovisiva, lo que aumenta la sensación de fracaso. La noticia es mala por muchas razones. La primera porque Calviño era una buena candidata, solvente y preparada para el puesto. La segunda es porque supone una nueva muestra del poco poder que tenemos como país en el entramado europeo y la mala gestión que realizamos habitualmente para colocar en él a figuras y representantes. Siempre damos por sentado que vamos a conseguirlo sin haber hecho el enorme trabajo de persuasión que se requiere, y el que no se consiguiera un nuevo voto en la segunda votación en señal de que se daba casi todo por amarrado, en el típico error que nos suele condenar. Hay otras dos razones, mucho más profundas, por las que esta derrota es negativa para España. Una de ellas tiene que ver con la negociación que ya está planteada en Bruselas sobre las ayudas europeas para el rescate de la pandemia, la forma que van a tener, la condicionalidad y la cuantía. Si pensaba Sánchez que, desde el Eurogrupo Calviño iba a moderar las exigencias de los frugales resulta más que evidente que eso no va a ser así. Hay una lucha interna muy grande entre las naciones sobre cómo diseñar esas vías de rescate y los llamados frugales del norte, en los que hay gobiernos conservadores y socialdemócratas, van a ejercer toda la fuerza que puedan para que esas ayudas sean menores y muy condicionadas. Durante este semestre la presidencia de turno de la UE corresponde a Alemania, y ella será la garante de que haya finalmente un acuerdo, pero es evidente que la posición de un país muy dañado por el virus como el nuestro va a ser débil en esa negociación. La otra razón profunda por la que esta derrota es una mala noticia es interna, y tiene que ver con los contrapesos de poder dentro del gobierno de Sánchez, y la batalla entre el lado socialista y el podemita. Calviño ha sido desde el principio una voz de sensatez y moderación en medio del griterío demagogo en el que vive Iglesias, y ha sido rumor intenso en alguna ocasión su intención de dimitir ante medidas tomadas por el lado podemita del ejecutivo, como lo fue la noche en la que se produjo el vergonzoso pacto del grupo socialista con Bildu sobre la derogación inmediata de la reforma laboral, quizás la noche políticamente más oscura de lo que llevamos de gobierno sanchista. El alcanzar el puesto europeo otorgaría a Calviño una posición de fuerza en el ejecutivo de cara a desarrollar políticas y medidas coordinadas con la UE, en las que las frivolidades, por ser generoso, de Iglesias no tendrían cabida. Su derrota de ayer le quita poder dentro del ejecutivo y sin duda, fue festejada por algunos sectores podemitas, que no se cortan a la hora de mostrar sus filias y fobias por los que se suponen son sus compañeros de ejecutivo.

¿Habrá resaca de la votación de ayer en el plano nacional? No lo se. A partir de hoy la fábrica de argumentarios de Moncloa tratará de vender esta derrota como la del europeísmo frente a los egoístas del norte, azuzando las rencillas entre los socios comunitarios de los que, no lo olvidemos, dependemos financieramente. También se buscará, sin duda, rebajar el peso del cargo perdido para dar la sensación de que no es tanto lo que se ha dejado de ganar. Pero sí lo es. La derrota es obvia, el daño está hecho, e imagino a un señor con coleta que esta noche habrá reído con ganas ante un resultado que él deseaba y casi nadie, en el partido del gobierno, esperaba. De Eurovisión y el mal papel del representante español ya hablaremos el año que viene.

jueves, julio 09, 2020

Juan Carlos I y el dinero


¿Hasta qué punto la codicia puede manchar un legado? Día a día vemos personajes púbicos, e incontables habrá en lo privado, que se juegan su prestigio y nombre por unos fajos de dinero, en eso que llamamos corrupción y que alude a algo muy íntimo y grabado en el fondo de nuestra personalidad, el afán de poseer, de aparentar, de figurar, de tener, de ostentar. El dinero todo lo puede, es algo que asumimos como cierto en todas las facetas de la vida, aunque pandemias como las actuales nos demuestren que no es así, y por billetes vendemos nuestra honra y posición sin que nos importe el qué dirán, ya que mucho dicen pero pocos billetes tienen.

Cuanto más se sabe de la causa fiscal investigada en Suiza sobre las cuentas y sociedades del Rey Juan Carlos en peor posición queda su figura y legado, hasta el punto de que haya sido destruido ya para no pocos, monárquicos o no. Sociedades interpuestas, testaferros, rubias con pinta de amantes… y dinero, muchos millones de euros de dinero por todas partes. Las diferentes historias que giran alrededor de este asunto ofrecen una imagen doble de un Rey que ejercía su cargo con tino y sin estridencias, sujeto a su papel constitucional, y una persona que, presuntamente, buscaba vericuetos para tratar de salvaguardar patrimonio y dinero de la vista del fisco del país al que representaba. Probablemente con el tiempo se sepan todos los elementos de esta trama, los comisionistas que la alimentaron y hasta dónde llegaron los hilos que se urdieron por parte de abogados ansiosos de quedarse con un buen pellizco, pero el daño reputacional ya está hecho. En un país en el que la relación personal con la corrupción es muy hipócrita, teniendo en cuenta lo que se la critica de puertas para afuera y se practica a escondidas, parece que Juan Carlos I sí representaba a gran parte de esta sociedad, en la que si escarbamos descubriremos cosas que imaginamos, pero no queremos ver. Más allá de si hay delito en sus actos, y si la inviolabilidad de la figura regia, emérita o no, le cubre, la dignidad de su cargo deriva de su función constitucional y representativa. En España, como en otras monarquías parlamentarias, el Rey reina, pero no gobierna, no posee un poder efectivo como tal. Su labor es la de representar a un país, la de ejercer un papel de imagen, de figura en la que se encarna una visión de la nación, pero no puede dictar ni hacer dictar nada. Su poder reside en la gestión que haga de su imagen y comportamiento. Juan Carlos ha hecho enormes méritos para el bienestar de todos nosotros, porque vital fue su papel en el proceso de la transición que nos llevó desde la oscuridad de la dictadura a la democracia. Nunca dudó de lo que tenía que hacer en aquellos momentos, en los que ahora somos completamente incapaces de valorar el riesgo que se vivió, donde nada estaba escrito. Durante décadas su labor con distintos gobiernos ha sido elogiada por todos y vivió de una manera discreta y siempre sujeto a lo que la Constitución reglaba. En los años de su reinado la salud fue creciendo como tema de importancia a medida que se avejentaba, y los rumores sobre su vida personal y su labor de comisionista iban creciendo a la par que su familia empezaba a ser fuente de problemas. Todo lo sucedido en torno a Urdangarín supuso una primera prueba de fuego para la imagen de la institución y, ante ella, Juan Carlos actuó como es debido, sin provocar favoritismos para un personaje que se demostró ser un arribista de libro, y que hoy sigue pasando los días en una cárcel abulense. Sin embargo, de aquella historia, debió sacar una lección el rey ahora emérito, y es que en estos tiempos la información circula a la velocidad digital de la luz, y que no hay manera de tapar una trama si la componen más de una persona. Ahora vemos cómo se puede acceder al conocimiento de lo que se acordó de manera discreta en las sombras de Zarzuela.

El daño que este caso pueda hacer a la figura de la monarquía no es tanto legal como de imagen, de reputación, y eso es serio, porque esa, la reputación, es su principal activo. Felipe VI lo sabe, sabe muy bien que este país no es Reino Unido, donde los desmanes reales no son tenidos en cuenta por su población, aquí sí se penalizan. Conoce plenamente la solidez constitucional de su figura y la fragilidad social sobre la que se asienta si las cosas se ponen feas. Aprenderá en corona propia de los errores de la corona ajena, pero deberá tener mucho cuidado para que la figura de su padre, en un ocaso sin freno, no le opaque. Ese será uno de sus principales retos en lo que le queda de vida, y a todos nos conviene que lo supere con nota. Espero que lo haga.

miércoles, julio 08, 2020

Tenemos transmisión comunitaria


La lista de lugares en los que los brotes se desmadran crece sin cesar. Tenemos dos grandes focos infeccioso, el de la comarca de Sagriá en Lleida, que incluye a la propia capital provincial, donde los infectados detectados se cuentan por cientos, y un de menor dimensión en la mariña lucense, con poco más de cien detectado en tres localidades menores, pero con la duda de cúantos no detectados se esconden aún en ese entorno. Pero cada día surgen nuevos nombres; Ordizia, Granada, Oriuhuela… localidades en las que brotes nuevos o vinculados indirectamente a los antes mencionados se abren paso, engordan la cifra de positivos, lo oscurecen todo.

A medida que pasan las horas parece un hecho, se quiera negar o no, que en Lleida hay transmisión comunitaria y que en ese foco la enfermedad se ha hecho tan fuerte como lo fue en algunos lugares apenas hace tres meses. Las previsiones hospitalarias se oscurecen y todo parece indicar que estamos ante una nueva erupción de ingresados y fallecidos. Y no pasará mucho tiempo antes de que esto se de en otras localidades, algunas quizás de las antes mencionadas, puede que en otras distintas. El papel de los rastreadores de contactos es útil, pero está claro que ni hay los suficientes ni, lo peor, pueden ser capaces de seguir las trazas de un virus que, por su comportamiento, posee transmisores asintomáticos que son capaces de difundirlo sin tener ni padecer. Todo eso complica de una manera tan intensa la labor de control de la enfermedad que la hace prácticamente imposible. ¿Hemos aprendido algo de lo vivido en los meses duros de marzo y abril? Empiezo a tener mis dudas. Cuando surgieron los primeros brotes de esta segunda etapa el mensaje insistente de las autoridades era el de la preocupación, pero sin alerta, estamos mucho mejor preparados que antes y podemos seguir las trazas. No oí voces diciendo que nada se puede trazar en serio si algunos de los contagiadores no pueden saber que lo son, y nada es trazable del todo en una sociedad moderna como la nuestra en la que la movilidad y la vida social son inherentes a nuestro estilo de vida. Desde el gobierno de España se ha negado por activa y por pasiva la implantación de una app para el móvil que sirva para rastrear a los posibles infectados, herramienta que sólo siendo de uso obligado podría ser útil, pero que otras naciones sí han puesto en marcha. No evita que nos volvamos a estrellar en el muro, pero sí compra tiempo, nos da margen para que el muro esté más lejos. La concienciación social sobre lo pasado en los meses anteriores ha bajado algo y se ven comportamientos irresponsables en los que el uso de mascarillas resulta testimonial y poco menos que anecdótico. Ayer se hacía pública una encuesta señalando que era precisamente Guipúzcoa la provincia en la que menos se utilizaba esta herramienta, con apenas el cincuenta por ciento de la población llevándola cómo y dónde es debido. El resultado de todo esto, en parte, se ve en la proliferación de brotes, que van a seguir a medida que la actividad diaria se mantiene y haya grupos de población que no respeten lo que deben. Todos somos responsables de que el virus se frene, y en nuestras manos está que ese freno sea más o menos intenso, y debemos comportarnos con cuidado, pero es evidente que en sociedades abiertas como las nuestras esa apelación a la responsabilidad individual choca contra el muro de la decisión del individuo. En Asia, donde las sociedades son más gregarias y la persona no es sino un miembro de la colectividad, esa responsabilidad individual existe porque es la sociedad la que se encarga de que se cumpla y se castigue su ausencia. Allí los derechos de las personas son mucho menores y más débiles que los nuestros, no nos podemos hacer una idea al respecto. Eso les da ventajas a la hora de luchar contra algo como este condenado virus, pero a cambio les hace vivir en regímenes de un grado de totalitarismo que puede ser muy directo, como el chino, o mucho más sibiino, como el japonés o coreano, pero que en todo caso se nos harían insoportables a nosotros.

La sensación que me da cuando leo la situación actual de los brotes es la de vivir en una especie de versión 2.0 de lo que vivimos a finales de febrero, cuando aún los casos se veían como algo esporádico, manejable, posible de encauzar. Luego llego el infierno y el fracaso. La línea que separa el exceso de confianza del desastre es siempre muy fina, y creo que volvemos a transitar sobre ella. Es difícil que volvamos a ver curvas nacionales como las de marzo abril, pero el repunte de infectados se convertirá, tarde o temprano, en muertes. Debemos asumir que sólo una vacunación extensiva de la población nos permitirá acabar con esta pesadilla, y que los brotes se nos irán de las manos si vivimos de una manera normal, aunque sea tan rara como eso que ahora se da en llamar como normal, que para nada lo es.