No
hace falta ser un genio para darse cuenta de que la expansión del virus en
parte de Aragón y, sobre todo, en Cataluña, ha entrado en un nuevo estado de
descontrol, reviviendo lo que conocimos en marzo. Cierto es que ahora la media
de edad de los infectados es menor, por lo que es esperable que se vean menor
proporción de casos graves, y que el número de asintomáticos detectados supone
una parte más relevante respecto al total de detectados, mientras que en marzo
sólo veíamos los casos realmente graves, pero lo cierto es que tenemos
transmisión comunitaria, son control alguno, y que eso, tarde o temprano,
generará disgustos en forma de ingresados y fallecidos. Es cuestión de tiempo
saber el número de fallecidos asociados.
Este
rebrote supone un fracaso absoluto, total, sin paliativos, sin excusas, sin
perdón, de todas las administraciones implicadas, que en este caso son sobre
todo dos, la Generalitat de Cataluña y el Ministerio de Sanidad. Ambas han
evidenciado una total dejación de funciones, una incapacidad para hacer frente
a una situación que, tras lo vivido en marzo y abril, nadie puede decir que le
pilla de sorpresa, y evidencian en las manos en las que está puesta la
responsabilidad ante una segunda ola generalizada de la que tanto se habla pero
que puede estar creciendo ya ante nuestras mismísimas narices. En el proceso de
las fases previo al levantamiento del estado de alarma se reiteró una y mil
veces que las CCAA debían de dotarse de los instrumentos necesarios para
controlar futuros brotes y seguirlos, haciendo especial hincapié en las
tácticas de rastreo, donde contratar gente para desarrollar ese trabajo era el
primer pilar. Todas las CCAA dijeron, sin excepción, que habían creado extensas
plantillas de rastreadores dotados de medios y capacidades para hacer su
trabajo. Ahora sabemos que esto no es así. Ni se contrató a los que se dijeron,
ni a la mitad de ellos ni a la mitad de la mitad, y se les pusieron de medios
tecnologías de principios del siglo XX, apenas unos teléfonos. En la era del
big data y de la información nuestras administraciones siguen varadas en el
siglo XIX de la gestión y su fracaso es tan esperable como frustrante. La
Generalitat, con el impresentable de Torra al frente, reclamaba en todo momento
el volver a disponer de sus plenas competencias, y los partidos que sustentan
el Govern, presuntos socios del gobierno de la Moncloa, votaban sin cesar en
contra de las prórrogas del estado de alarma porque lesionaban el autogobierno
catalán, en una nueva muestra de que al nacionalismo lo que le interesa es el
poder para practicar su exclusión, nada más. Dejado atrás el estado de alarma,
con plenas competencias en todas las materias, ¿qué he hecho el gobierno de
Torra para apaciguar los brotes y seguirlos? Nada, prácticamente nada. Cuando
los primeros se dieron en la frontera entre Lleida y Huesca la Generalitat se
puso de perfil y poco le faltó para acuñar, en su fábrica de eslóganes infames,
un “Aragón ens infecta” como excusas de lo que estaba pasando. El confinamiento
perimetral de la comarca de Sagriá se produjo a lo largo de varios días,
permitiendo un flujo constante de personas, infectadas o no, que iban a otras
partes de Cataluña, y todo con unas decisiones administrativas completamente
ilegales, que cercenaban derechos fundamentales sin que ley ni juez alguno las
amparase. Cuando Lleida revienta empiezan los casos en la periferia de
Barcelona, y los municipios de esa zona, capital incluida, encuentran en Torra
y la Generalitat un frontón en el que mandar sus peticiones y recibirlas de
vuelta sin que nadie les proponga nada o simplemente escuche. Obseso por sus paranoias
identitarias, nada ha gestionado el desgobierno de Torra durante los tristes
años que lleva al mando de una institución del estado de la que (muy) bien
cobra. Si eso es desastroso en situaciones corrientes, se puede volver trágico
ante un desastre como el que estamos viviendo.
Por
su parte, el Ministerio de Sanidad del gobierno nacional lleva semanas sin
hacer nada en un panorama de crecientes brotes que nos pueden llevar a una
segunda ola de infecciones generalizada en semanas, No se ha hecho reforma
legal alguna para que la ley sanitaria pueda decretar confinamientos locales
quirúrgicos y estamos igual de preparados en lo que hace a la ley ante este
reto que en marzo, es decir, mal. Y con el agravante de que hemos vivido esta
película hace pocos meses y sabemos lo maligna que es. La incapacidad de meter
en vereda a las CCAA por parte de Sanidad se ha demostrado absoluta. El
Ministerio es incapaz de ejercer su labor de supervisión y control, y las CCAA
ni saben ni quieren hacer frente a este desastre, en el que se vive mucho mejor
criticando al gobierno que ejerciendo una labor. En la primera ola fracasamos
como país, en lo que parece el principio de la segunda vamos camino de superarnos.
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