Sanitariamente,
la situación en la capital leridana y en el resto de municipios de la comarca
de Sagriá es mala. Hace tiempo que se han perdido las cadenas de transmisión de
virus y este corre descontrolado, que es eso lo que significa esa expresión de
“transmisión comunitaria”. Los casos crecen día a día y hace tiempo que el
brote se ha transformado en foco. El que muchos de los infectados sean personas
adultas trabajadoras reducirá los niveles de hospitalización y letalidad, pero
es evidente que la curva de ingresados en los hospitales locales va a tener
pendiente positiva constante durante los próximos días, y para los sanitarios
que allí se encuentran no va a haber diferencias entre lo que sería una segunda
ola o este episodio que ya tienen delante.
Legalmente,
la situación de Lleida y su entorno es un desastre absoluto y una nueva prueba
de que, cuando queremos ser incompetentes, lo somos del todo. Han pasado apenas
dos meses desde que vivimos los peores momentos de esta pesadilla vírica y la
sensación es de que no hemos aprendido nada de nada de nada. En ningún aspecto.
Tuvimos entonces un agrio debate sobre las prórrogas del estado de alarma y lo
que implicaban, con gruesos cruces de acusaciones entre partidos, y votaciones
en las que, casi siempre, el nacionalismo catalán rechazaba las extensiones de
aquel estado excepcional por motivos tan ridículos como propios de su permanente
paranoia política. Se dijo entonces que, una vez entrada en esta absurda
normalidad en la que estamos, se trabajaría para dotarse de instrumentos
jurídicos que permitieran realizar, si fuera necesario, confinamientos
selectivos, de zonas dadas, sin que se tuviera que recurrir a la norma general
para cerrar todo el país. ¿Qué se ha hecho por parte del gobierno para
desarrollar esos instrumentos? Nada. ¿Qué se ha hecho por parte de las
Comunidades Autónomas para enfrentarse a estas situaciones? Nada. Y nos
encontramos ante el foco leridano sin tener ni idea de cómo actuar legalmente.
El desgobierno de Torra trata de aplicar el cierre de la zona y el
confinamiento de la población, pero carece de competencias para forzar eso, porque
supone la violación de los derechos fundamentales de los ciudadanos y eso sólo
lo puede hacer el gobierno central amparado en normas excepcionales como el
estado de alarma. Pese a ello, el President de la Generalitat, que se pone
cachondo caca vez que puede saltarse la ley y enfrentarse a un juez, ha
decidido que con un decreto de la Generalitat basta para ordenar el confinamiento
de la población, una norma de un rango ínfimo para una medida de restricción
de libertades tan intensa. Y no deja de ser divertido que este mismo grupo político
que rechazaba los decretos de estado de alarma porque eran invasivos de la
libertad decida que basta su mera firma para imponer una restricción
equivalente. El gobierno central, atrapado entre la no actuación de sus
servicios jurídicos para reformar las leyes y tener la posibilidad de crear
estados de alarma “a la carta” y el apoyo que necesita de los nacionalistas
catalanes para su gestión diaria se ha instalado en la no acción, y apenas
responde ante el desastre competencial y jurídico que se ha organizado a cuenta
de esta crisis. Nuevamente observamos la falla completa de nuestro sistema
legal, que en el tema sanitario ya nos ha demostrado que cada CCAA va
completamente a su bola, despreciando a todas las demás en gestión, acopios y
respuestas, y que la autoridad nacional en esa materia es tan inexistente como
imposible de recrear. Si alguno esperaba que tras los ridículos y vergüenzas
vividos en primavera en esta materia íbamos a arreglar algo, que espere en un
mullido sillón, porque le va a tocar estar allí mucho mucho tiempo de
desesperanza.
Y
claro, la población de Lleida, confusa e indignada, no sabe a qué atenerse. Ve
que el virus crece, sin tener acceso a datos fiables, rigurosos y actualizados,
porque los datos epídemicos en España siguen siendo, en su elaboración y difusión
tercermundistas, y observan choque político y legal del que poco entiende por
parte de quienes debieran ser sus responsables. Muchos optarán por, ante el
desmadre, quedarse en casa para evitarse líos, pero muchos otros no podrán
hacerlo por motivos económicos, y echar el cierre a sus negocios es una decisión
que no puede ejecutar cualquier gobierno con cualquier norma. El ridículo que
se está mostrando en este asunto por parte de todos los implicados es
insuperable, pero tranquilos, ya lograremos empeorarlo en sucesivos episodios.
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