No
debiéramos llamarnos a engaño, cada vez que España se presenta a una votación
que empieza por “Euro” lo más probable es que acabe derrotada. El paradigma es
el concurso de la canción, no celebrada en este 2020, en el que los
comentaristas interesados de parte siempre nos colocan como miembros
indiscutibles del grupo de cabeza y, después, tras la votación, que nos suele
colocar cerca de la cola, dedican enormes esfuerzos a complicadas exégesis para
explicar las causas de lo que no vieron y que, a posteriori, resultaba tan
obvio. ¿Les suena esto en algún otro contexto? Sí, sí, casi siempre es todo
así. Qué aburrimiento.
Ayer
Nadia Calviño perdió la votación para la presidencia del Eurogrupo en un
movimiento de votos que tampoco resulta tan raro. En la primera votación
cosechó nueve síes, a uno de la elección, mientras que el candidato
luxemburgués y el irlandés obtenían cada uno cinco votos. Parecía sencillo,
pero no. El luxemburgués optó por retirarse y el candidato irlandés obtuvo los
diez que no habían escogido inicialmente a la candidata española. Visto el
cómputo inicial, Nadia era la favorita. Visto el resultado final, la derrota
duele más. En esa candidatura el gobierno había puesto mucho empeño y la vendía
ya como casi ganada, cual canción eurovisiva, lo que aumenta la sensación de
fracaso. La noticia es mala por muchas razones. La primera porque Calviño era
una buena candidata, solvente y preparada para el puesto. La segunda es porque
supone una nueva muestra del poco poder que tenemos como país en el entramado
europeo y la mala gestión que realizamos habitualmente para colocar en él a
figuras y representantes. Siempre damos por sentado que vamos a conseguirlo sin
haber hecho el enorme trabajo de persuasión que se requiere, y el que no se
consiguiera un nuevo voto en la segunda votación en señal de que se daba casi
todo por amarrado, en el típico error que nos suele condenar. Hay otras dos
razones, mucho más profundas, por las que esta derrota es negativa para España.
Una de ellas tiene que ver con la negociación que ya está planteada en Bruselas
sobre las ayudas europeas para el rescate de la pandemia, la forma que van a
tener, la condicionalidad y la cuantía. Si pensaba Sánchez que, desde el
Eurogrupo Calviño iba a moderar las exigencias de los frugales resulta más que
evidente que eso no va a ser así. Hay una lucha interna muy grande entre las
naciones sobre cómo diseñar esas vías de rescate y los llamados frugales del
norte, en los que hay gobiernos conservadores y socialdemócratas, van a ejercer
toda la fuerza que puedan para que esas ayudas sean menores y muy
condicionadas. Durante este semestre la presidencia de turno de la UE
corresponde a Alemania, y ella será la garante de que haya finalmente un
acuerdo, pero es evidente que la posición de un país muy dañado por el virus
como el nuestro va a ser débil en esa negociación. La otra razón profunda por la
que esta derrota es una mala noticia es interna, y tiene que ver con los
contrapesos de poder dentro del gobierno de Sánchez, y la batalla entre el lado
socialista y el podemita. Calviño ha sido desde el principio una voz de
sensatez y moderación en medio del griterío demagogo en el que vive Iglesias, y
ha sido rumor intenso en alguna ocasión su intención de dimitir ante medidas
tomadas por el lado podemita del ejecutivo, como lo fue la noche en la que se
produjo el vergonzoso pacto del grupo socialista con Bildu sobre la derogación
inmediata de la reforma laboral, quizás la noche políticamente más oscura de lo
que llevamos de gobierno sanchista. El alcanzar el puesto europeo otorgaría a Calviño
una posición de fuerza en el ejecutivo de cara a desarrollar políticas y
medidas coordinadas con la UE, en las que las frivolidades, por ser generoso,
de Iglesias no tendrían cabida. Su derrota de ayer le quita poder dentro del
ejecutivo y sin duda, fue festejada por algunos sectores podemitas, que no se
cortan a la hora de mostrar sus filias y fobias por los que se suponen son sus
compañeros de ejecutivo.
¿Habrá
resaca de la votación de ayer en el plano nacional? No lo se. A partir de hoy
la fábrica de argumentarios de Moncloa tratará de vender esta derrota como la
del europeísmo frente a los egoístas del norte, azuzando las rencillas entre
los socios comunitarios de los que, no lo olvidemos, dependemos
financieramente. También se buscará, sin duda, rebajar el peso del cargo
perdido para dar la sensación de que no es tanto lo que se ha dejado de ganar. Pero
sí lo es. La derrota es obvia, el daño está hecho, e imagino a un señor con coleta
que esta noche habrá reído con ganas ante un resultado que él deseaba y casi
nadie, en el partido del gobierno, esperaba. De Eurovisión y el mal papel del
representante español ya hablaremos el año que viene.
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