Rusia
es de esos países que muestran cifras dudosas en lo que hace al coronavirus. Se
infectan allí cada día unas 7.000 personas, lo que les lleva a estar ahora en
una ratio de infectados por millón de habitantes de 4.440, algo inferior a la
nuestra, de 5.135, pero muy cercano al de Reino Unido y superior a naciones
como Francia, Alemania o Italia. Sin embargo, su registro de fallecidos es
extrañamente bajo. Alcanzan, en muertos por millón, los 63,88, cidra ridícula
comparada con la nuestra, 603, o con la portuguesa, 154, siendo los lusos uno
de los países europeos que mejor han gestionado este desastre. La mortalidad
rusa es del 1,44% de las más bajas del mundo. Todos sospechamos que el recuento
de víctimas es falso.
En
esta coyuntura se ha desarrollado el
referéndum convocado por Putin para perpetuarse en el poder, y que como era de
esperar, ha salido plenamente triunfante para las posiciones defendidas por el
autócrata ruso, que si no hay hechos biológicos de por medio o sorpresas
muy grandes, seguirá al mando de aquella nación hasta, pásmense, 2036. Si lo
logra, y está claro que va a hacer todo lo posible para ello, batirá el record
de permanencia en el poder en el kremlin superando a figuras como Catalina la
grande o Stalin, personajes a los que sin duda admira y considera predecesores.
El amigo Putin ha demostrado ser un genio en lo que hace a la conservación del
poder, a la generación de estructuras opresoras que mantengan sometida a su
sociedad, y en saber encarnarse en el líder fuerte que todo ruso busca para
encontrar rumbo a su nación, desnortada tras un siglo XX convulso y, en
conjunto, desolador. Cuando llegó al poder Putin parecía un ser frío y soso,
sin chicha y con aspecto de funcionario gestor. No ha cambiado nada en su
apariencia, que sigue siendo de lo más gris, pero ha mostrado que bajo ese
rostro inexpresivo se esconde un devorador del poder, un adicto a su conservación
y ejercicio. La Rusia que, por un momento, parecía que podría integrarse en las
estructuras globales y asentarse como una nación abierta y democrática sufrió
un duro golpe cuando el proceso de descomposición de la URSS degeneró en una
cleptocracia en la que los denominados oligarcas se hicieron con el poder de la
nación, quizás no a través de los puestos de representación del poder, pero sí
mediante el control de empresas e instituciones que lo otorgan en la práctica,
junto a un enorme rédito financiero. Con una economía atrasada y una población
cada vez más envejecida, Rusia ha ido menguando en el contexto económico internacional
a medida que ha sabido mantener una posición de fuerza militar, entre otras
cosas por la falta de complejos de Putin a la hora de ejercerla. El país vive
del monocultivo de la explotación de materias primas, hidrocarburos sobre todo,
y sus industrias locales son más interesantes como museos de la tecnología
industrial del siglo XX que como fuentes de riqueza y prosperidad. El precio
del petróleo condiciona el devenir de la economía local y, para que se hagan
una idea, con unos ciento veinte millones de habitantes y la mayor extensión
territorial del planeta, el PIB de nuestra España era equivalente al de Rusia,
antes de que la pandemia nos arruinara a todos. El ejercicio del poder de Putin
se ha basado en lo de siempre; amedrentamiento a la oposición, control social
de la población, censura y persecución a los medios, creación de la figura del
hombre fuerte salvador y una especial querencia por el uso de las nuevas
tecnologías en labores de desinformación, tarea en la que los expertos
auspiciados por el kremlin se han mostrado tan insistentes como sagaces. Putin
no ha creado conflictos como el del separatismo catalán o figuras como Trump,
pero ha estado muy hábil para espolearlas, alentarlas desde la sombra y, a su
manera, echar toda la sal posible en las heridas de sus rivales. Sabe Vladimir
el poder real que posee su país, escaso, pero conoce cómo sacarle el mejor
partido en momentos en los que un falso bot en Twitter es más poderoso que una
división de tanques.
Tras
haber hecho cabriolas de todo tipo, entre ellas una permuta entre su papel de
presidente y el de primer ministro mediante el uso de un hombre de paja
(Mevdeved) Putin decidió el año pasado que los límites constitucionales a los
mandatos no son para él, y dicho y hecho, reformuló la constitución para
eliminarlos. Planteó el referéndum antes de que la crisis del coronavirus
apareciese, pero este desastre no ha supuesto para él nada más que unos meses
de retraso en su plan de hacerse perpetuo. La vida de los rusos, si mueren o no
por coronavirus, es lo que menos le importa, Ser aclamado como el más grande sí
es su objetivo, y de manera torticera, lo va a volver a lograr. Qué maligno y, a
la par brillante, es este sujeto.
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